Veintinueve

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Blake

Es viernes por la noche y estoy hasta el tope con las ganas de salir, subir al ring y partirle la cara a quien sea mi rival. Mi cuerpo tiembla con las ansias mientras me paseo de un lado a otro por la habitación, observando el lugar vacío que solía ocupar un casillero metálico en muy malas condiciones. Es curioso que decidieran sacarlo luego de que algún idiota lo dejara convertido en un pedazo de mierda.

Doy tres pequeños puñetazos al aire, la expectación dominándome por completo. Este es uno de los pocos combates que quedan antes de llegar a la final y poder llevarme al título de campeón a casa. No puedo ni siquiera pensar en perder y decepcionar a DeMarko, quien no dudaría a la hora de ordenar que me atraviese el plomo. Desventajas de que tu padrino y mentor sea un hombre peligroso que detesta perder.

Estiro las piernas contra la pared, los músculos flexionándose debajo de mi pantaloncillo de lucha habitual. La puerta entonces se abre de golpe y dos tipos vestidos en colores oscuros emergen del exterior, observándome con detenimiento antes de afirmar con la cabeza. Sea lo que sea que pase aquí creo que aprobé la revisión mental que me hicieron. Uno de ellos, más alto que su compañero, me hace señas para que los siga antes de volver a salir por la entrada.

Voy detrás de ambos guardianes –por darles un nombre– y ya puedo escuchar el griterío del público presente, que ya exige la próxima pelea. La misma sensación habitual me recorre, aumentando de a poco mi lastimado ego y haciéndome sentir como el hijo de puta más grande que existe en el mundo. Siempre he dicho que una buena dosis de atención ajena hace maravillas en la estima de cualquiera.

Y ya acepté que me he vuelto adicto a ella.

Desde lejos puedo observar a la gente rodeando el ring, casi lanzándose contra las cuerdas, agitado los puños mientras dos hombres tratan de acabar con su combate. Ambos poseen el cabello rojizo igual que el cobre, cuerpos musculosos cubiertos con tatuajes que asimilan a los usados por las bandas de motociclistas. Lo único capaz de diferenciarlos es la cicatriz que recorre el vientre de uno de ellos, que llega hasta el costado izquierdo. Lo que fuera que le pasó debió ser muy doloroso.

Tatuado Uno atrapa a su contrincante entre sus brazos, sujetándolo de modo que no puede moverse libremente. Consigue asestarle un cabezazo que le dolería a cualquier idiota que lo intentara sin inmutarse. El rostro de Herida se contrae por el dolor, sus ojos cerrándose y su boca abriéndose en un quejido silencioso que su rival aprovecha para tumbarlo y darle una excelente patada en el estómago. El lugar queda en silencio, a la espera de saber si lo ha derrotado ya o no.

Herida no se mueve en lo que parecen ser horas, solo el movimiento de sus costillas subiendo y bajando da cuenta de que se encuentra bien. Sin embargo, él es incapaz de ponerse en pie. El referí sube a la lona, toma el brazo de Tatuado Uno y exclama toda voz su victoria. Los gritos de alegría mezclados con excitación no se hacen esperar y le persiguen al bajar, donde se pierde entre la multitud de mujeres que lo acecha.

Bien, ahora ya es mi maldito turno.

Soy acompañado por uno de los tipos oscuros hasta el ring, quien me protege de las pocas chicas que desean abalanzarse sobre mí. Realmente no me interesa lo que ellas busquen conmigo, simplemente las dejo intentarlo. Les sonrío de forma descarada solo porque no quiero que se sientan mal y crean que más tarde iré a por ellas. Necesito que griten mi nombre durante la pelea, animándome a seguir más allá.

Tomo mi sitio en el centro del cuadrado, a la espera de que mi rival se aparezca y de inicio el combate. El árbitro vuelve a subir, ubicándose a mi lado, el micrófono en la mano derecha, preparado para cuando decida darme a conocer. Choco ambos puños frente a mi estómago y luego limpio el rastro de sudor en mi frente. Estoy embriagado por la atención y las ansias de ganarle al próximo imbécil que llegue.

El Rastro de Ti [C.O.R. #1]Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu