Diecisiete

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Blake

Me encontraba de regreso en aquel cuarto con los muros desgastados, aguardando a que me llamasen nuevamente al ring a derrotar a un nuevo idiota. No sabía exactamente cuánto tiempo llevaba repitiendo el mismo ciclo, pero es notorio que ha comenzado a perder el sentido para mí. Llegar, esperar, luchar, ser ovacionado, recibir el pago. Una y otra vez. ¿Era mucho pedir que algo diferente pasara por aquí?

A diferencia de la semana pasada, el casillero empotrado contra la pared estaba abierto, su puerta de metal colgando a duras penas de las bisagras, como si alguien hubiera intentado romperlo y no consiguió más que eso. Tal parece que algo pasó antes de mi llegada. Manchas oscuras adornaban el sucio piso hecho con baldosas en un tono gris. Bueno, al menos algo nuevo había dentro del lugar.

Cada uno de mis músculos se hallaba tenso y preparado para el combate, más que listos para romperle el rostro a quien sea que me enviaran como rival. El característico subidón de adrenalina previo a la pelea había llegado ya y me tenía zumbando por el cuarto. No ayudaba que mi estado se viera afectado por la presencia de cierta mujer a la que me encontraba cuando menos lo esperaba.

Ava Wilson.

Esta mañana fue bastante extraña para mí. Normalmente llevaba a las mujeres a sus casas y tenía sexo con ellas, luego me iba y no volvía a verlas. En vez de eso, vi una película a su lado, me acosté en su cama y desperté abrazándola. Esa noche necesitaba saber que se encontraba bien y que así sería. Ese jodido idiota que la perseguía por la calle era el culpable de todo. Por él estaba confundido. Ava me afectaba más de lo que pensaba y amanecer con ella en mis brazos se sintió mejor de lo que esperaba.

Sacudo la cabeza cuando mis pensamientos derivan a zonas que no deberían e intento concentrarme en la lucha. Una furiosa erección crece en mis pantaloncillos, los que poco y nada hacen por ocultarla. Ojalá nadie entrara pronto y vea el desastre caliente que soy. Era Blake King, el más respetado aquí dentro, no un jodido adolescente que no sabía controlarse. Tenía una reputación que mantener.

Tras unos minutos imaginando las cosas más asquerosas del mundo, logré hacer que mi polla se calmase. El único problema con ello era que comenzaba a sentir el estómago revuelto y la clara señal de que el vómito no andaba muy lejos. Y hablando de que las cosas no pueden empeorar más todavía. Me recargué contra el muro y rogué porque el malestar se desvaneciera antes de que vinieran a por mí.

La solitaria puerta de madera se abrió con un molesto chillido, dándole la entrada a dos enormes gorilas vestidos como el clásico estereotipo de guardaespaldas de las películas. Incluso traían esa mierda en las orejas para comunicarse entre sí. La realidad me golpeó, duro y fuerte. Él se acercaba. Mierda. Decidió que descender al infierno para visitar a su joven ahijado era una buena idea.

Rápidamente me enderecé y posicioné en el centro de la habitación. Nadie quería joder con él, ni siquiera por broma, y yo no era la excepción. Miré el espacio entre los dos hombres y aguardé a que hiciera su aparición. El tercero llegó luego, caminando como solo los adinerados y poderosos pueden hacer: como si todos estuvieran debajo de ellos. Traía puesto un traje negro, una camisa blanca y un sombrero de tono oscuro. Me recordaba a una excelente imitación de El Padrino así. Hasta miedo y respeto llegaba a provocar.

Entró en el cuarto y de inmediato le cedí la silla para que tomase asiento. Me dio las gracias con un simple asentimiento de cabeza y se deshizo del sombrero, entregándolo a uno de sus seguidores. Admiré su plateado cabello mientras el silencio se instalaba sobre nosotros, sin atisbo de ser roto por mí. Con él presente no puedes hablar si no te ha dado la palabra. Si él llega, tú no mandas, tú obedeces sin rechistar.

El Rastro de Ti [C.O.R. #1]Où les histoires vivent. Découvrez maintenant