Nueve

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Blake

Luego de un buen rato bebiendo, el alcohol nos había hecho efecto. Ava estaba más ebrio que yo, si es que el que apenas pudiera ponerse en pie significaba algo. Por mi parte, solo sentía un molesto zumbido dentro de mi cabeza. Como fuera, era hora de irnos de aquí y volver a nuestras casas. Aunque no quisiera, era mi deber hacerme cargo de ella y asegurarme de que llegase a salvo a su hogar.

La cogí del brazo y apreté con fuerza, intentando que no cayera de costado. A rastras la saqué del bar, no sin antes haber dejado unos billetes para pagar la cuenta en la barra. La bartender nos miraba con curiosidad y decepción al no conseguir nada conmigo. No era un idiota. No iba a enrolarme con nadie cuando ya tenía una acompañante, más si ella no podía mantenerse erguida. Era extraño, muy extraño.

Ava no dejaba de balbucear sin sentido mientras caminábamos, atrayendo la atención de la gente. Varios nos veían divertidos y otros con el ceño fruncido, molestos con nuestro espectáculo. Los hombres la miraban con lujuria, lo que me molestaba bastante y me hacía querer golpear sus rostros. No entendía el porqué de ello. ¿Acaso me era tan difícil recordar que ella era una prostituta y no una conquista? Lo juro, hasta ahora me parecía más la última opción.

Sin la luna brillando en el cielo, la noche era más oscura de lo usual. A tientas partimos en busca de mi camioneta, que no recordaba dónde mierda la había dejado. No ayudaba el tener que concentrarme en cuidar el culo borracho de Ava para que no tropezara o se golpeara con algún objeto. Esta tarea resultó ser más complicada de lo que había supuesto en un principio.

―¿Podrías tranquilizarte un poco, por favor? ―pedí. Con sorpresa obedeció al instante.

Ya con un problema menos, la llevé al sitio en el que al parecer estacioné y tuvimos suerte, pues ahí estaba detenida, a la espera de nosotros. Como mi acompañante apenas podía estar de pie por sí sola, decidí que lo mejor sería llevarla a su casa y luego irme a la mía. No iba a ser un verdadero hijo de puta con alguien a quien empezaba a considerar una amiga.

Le ayudé a subir en el asiento del copiloto y tras varias de sus respuestas negativas, logré deslizarla y ponerle el cinturón. No me perdí la forma en que la correa apretaba bajo sus pechos y los lanzaba en mi contra, además de lo sonrosada que se estaba volviendo. ¿Sería demasiado raro que quisiera robarle un beso y luego, tal vez, ir más allá? ¿Qué demonios? Al parecer había bebido más de la cuenta y no lo noté por tener una mayor tolerancia.

Sacudí la cabeza alejando los pensamientos lujuriosos que sentía respecto a ella y tomé mi lugar tras el volante. Encendí el motor y nos metí en la calle, pero tras unos largos segundos llegué a la conclusión que había un jodido problema. No tenía idea de dónde diablos vivía Ava y no estaba seguro de que pudiera responderme bien. Parecía estar más calmada que antes y su vista se paseaba del frente a los lados.

―¿Dónde vives? ―le pregunté esperando que el alcohol ya se le hubiera bajado un poco.

Ella no respondió de inmediato y adoptó una mirada pensativa centrándose en el parabrisas. Supongo que beber la dejó mucho peor que yo creía. Tras unos cuantos minutos de espera me dio su dirección y mis cejas se elevaron al instante. No podía creer lo que había oído. ¿En realidad ella vivía en un barrio tan peligroso como ese? Dios, eso explicaba muchas cosas respecto a ella.

El silencio comenzó a propagarse dentro, y como una manera un poco extraña de matarlo, prendí la radio y la coloqué en la primera estación que hallé. Una vieja canción de Marvin Gaye sonaba, incitando un momento sensual dentro. No la cambié porque en realidad el tipo era bastante bueno con su voz y empezaba a sentir la temperatura subir. ¿Las canciones en realidad puede hacer eso?

El Rastro de Ti [C.O.R. #1]Where stories live. Discover now