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REBECA. 

A la mañana siguiente me fui a caminar. Quería despejarme de esas cuatro paredes. Además el día estaba un poco cálido.

Después de varias semanas sin ponérmelas me puse unas mayas un poco sueltas pero que me quedaban bastante bien, un sujetador deportivo, una camiseta de mangas cortas gris y una sudadera en la que ponía "Oxford". 

Cuando era pequeña con unos... cinco años de edad, mi familia y yo nos mudamos a Inglaterra, a su capital para ser exactos. Nos trasladamos a Londres por el trabajo de mi padre, Tom, y un año después nació Simon. Cuando tuve los trece años nos mudamos a España, también por trabajo de mi padre. Estuvimos allí sólo dos años por lo cual sé un poco español ya que no recuerdo tanto. A los quince años de mi edad volvimos a nuestra ciudad de origen, Seattle.

Hace un año viajamos a Londres porque seguimos teniendo una casita allí, al igual que en España. Y pues cuando viajamos a Reino Unido me compré esta sudadera.

Volviendo al presente.

Me puse los deportes y me cogí una coleta bien alta.

Cogí una mochila vaquera y en ella metí una botella de agua, mi cartera, mi móvil, pañuelos y tiritas. ¿Quién sabe cuando uno se puede hacer daño?

Salí de casa y miré la hora, las once y media de la mañana. Empecé a caminar sin muletas despacio y lenta pero me sentía muy orgullosa.

Dentro de nada vendría mi madre Angelina de nuevo y con ella también mi hermano Gastón. Qué ganas. Estoy deseando de verlos. Mi padre se tiene que quedar en mi casa para cuidar de Simon y que no haga locuras. Mis dos hermanos mayores ya no viven en mi casa.

Después de mucho caminar y beber mucha agua para hidratarme, iba por la calle de mi casa agotada. Ahora eran las una y trece minutos de la tarde.

Cuando estuve más cerca pude ver a alguien en mi puerta con una maleta de equipaje algo grande y con una mochila colgada en la espalda. Su cabello era moreno. Era una chica.

Me fui acercando y entrecerré los ojos para ver mejor ya que no llevaba las gafas de vista puesta. No me lo podía creer.

—¡Selena! —chillé. —¡Sel!

Se dio la vuelta.

—¡Rebeca!

Mi amiga con una sonrisa enorme corrió hacia a mi y viceversa y nos abrazamos.

Después de un ratito abrazadas pude volver a tierra (porque la idea de que mi amiga de Seattle viniera a verme me dejó anonadada) le interrogué emocionada:

—¿Qué haces aquí?

Nos despegamos.

—¡Tu mejor amiga no te ha visitado todavía! ¿Y me dices qué hago? —sonreí.

—¡Te quiero! —la abracé de nuevo.

Me dí una ducha ligera y me cambié de ropa para no estar sudosa.

—No te dije nada porque era una sorpresa. Una buena sorpresa. — dijo Selena girando su cabeza sentada en el sofá. Su mirada era preciosa, sus ojos tan grandes y celestes eran como muy profundos y con sus largas pestañas más hermosos aún. Mis ojos también del mismo color eran muchos más pequeños y con forma de almendras.

Aplaudí.

—¿Y qué ha pasado con tus prácticas y tal? 

—Mi padre me ha dejado tomarme una semana libre para poder visitarte. —Me explicó. Me senté a su lado.

No me impide/ TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora