Es cierto que está cambiado: me doy cuenta a simple vista. Y no, no me lo he imaginado. Es cierto que lleva la raya de abajo pintada de negro, acentuando el gris de sus rasgados ojos. Se ha dejado el pelo rubio largo —antes lo llevaba corto casi al raso—, y ahora le caen mechones ondulados sobre la frente. Por no hablar de que parece ser resultado de una mutación del gen Viel, porque en mi familia todos estábamos destinados a medir lo mismo que David el Gnomo y él podría pasar perfectamente como jugador de la NBA.

Pero aunque se pelee con mi madre y tenga toda la pinta de haberse unido a un grupo de rock cañero adolescente del palo de Tokio Hotel, acaba sonriendo tímidamente y atravesando el salón para cogerme entre brazos. Literalmente: me levanta del suelo y me aprieta con tanta fuerza que por un momento me permito dudar de lo que mi madre me ha estado contando. Una persona que es feliz con su cambio y que disfruta discutiendo con los demás no abraza de esa manera a alguien, como si su mundo estuviera a punto de hacerse pedazos.

—Por fin has venido —se mete ella, interrumpiendo lo que quiera que sea que fuera a decir Tibault—. Tal vez tú puedas reconducir al niño, porque Dios sabe que a mí no me quedan fuerzas. Y a tu padre tampoco... Fíjate si estaba cansado, que ha renunciado a la siesta para no tener que estar en la casa. Se ha ido a trabajar a las siete en punto.

Resisto el impulso de decirle que no he regresado para hacer de psicóloga, niñera, asistenta social o mediadora.

—Voy a terminar de hacer la cena. Os avisaré cuando esté lista... Y podrás contarme todo eso del libro, de Madrid, de tus nuevas amigas...

Lo de nuevas es relativo porque llevan siéndolo casi cuatro años, pero se lo perdono porque no tiene tiempo para aprenderse de memoria la evolución de mis relaciones sociales. Sonrío y le doy un beso antes de que vuelva a la cocina, y en cuanto desaparece giro sobre mis talones para mirar a Tibault con los brazos en jarras.

—¿Se puede saber qué te pasa? ¿Te has convertido en un adolescente problemático que apuesta con sus amigos a ver quién es más cruel con sus padres?

—Admito que estoy un poco irritable —murmura Tibault, despeinándose un poco el pelo—. Pero no es mi intención discutir. Es ella, que siempre viene a molestarme. Me persigue a todos lados, tiene veinte ojos puestos en mí y entra en mi habitación a voz de pronto cada dos por tres. Es como si pensara que planeo un acto terrorista, joder.

Entorno los ojos y me lo quedo mirando a la espera de ese tic nervioso suyo que revela que está mintiendo. Y no aparece, pero su mirada siempre ha sido tan o más expresiva que la mía y no me cuesta descubrir que se está dejando algunas cosas en el tintero.

—Está preocupada. Tienes dieciocho años y pronto acabarás el instituto —señalo—. No creo que le apetezca revivir su historia viendo cómo un chaval con la adultez recién estrenada y poseído por la sed de aventuras o simplemente por el desprecio que le tiene a su familia, se larga a otro continente a trabajar de ayudante de cocina.

—Si no entiende que la gente no tiene por qué actuar como ella, no es mi problema —resopla, alzando la voz.

Me fijo en que se esfuerza lo indecible para no mirarme a los ojos, y aunque siento la tentación de alargar la mano y agarrarle de la mandíbula para que me enfrente de una vez por todas, decido que será mejor no molestarle. Lo conozco, lo quiero y confío en él, pero sabiendo lo que sé, no estoy segura de cómo podría reaccionar si me ve tratarlo con un poco de dureza.

—Has cambiado mucho —señalo, bajando la voz.

Él relaja los hombros.

—La gente cambia, Lulú. No solo yo.

—Me refiero a que has dado un cambio brutal... Y no digo que sea para mal ni mucho menos. Solo me sorprende un poco. —No espero a que me conteste y me siento en el sofá. Palmeo un sitio a mi lado y lo animo a acompañarme—. Venga, aprovecha que no está aquí mamá para contarme todos esos secretos que no puedes compartir con nadie. Me han dicho que tienes novia.

Mi mayor inspiraciónNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ