viernes, 1 de enero. 2016

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Tae cuando vio que eran ya las doce decidió rendirse con el exasperante hombre. No conseguiría que les dejen pasar e, igualmente, ya no tenía sentido que lo intentara.
Pasó por su lado pensando dónde podría estar Mina. La había dejado a un lado para evitar que pudiera hacer cualquier tontería en ese estado pero ahora la había perdido.
Siguió caminando algo asustado. No había ni rastro de ella en la calle. No podía haberla metido en un lío tan temprano, ¿verdad?
Comenzó a entrar en pánico cuando vio su móvil en el suelo. Definitivamente la había cagado.

— ¡Mina! —gritó preocupado.

Sentía cómo se le aceleraba el pulso. No podía ser. Joder. Si le ocurría algo se volvería loco.
Tomó su móvil rápidamente dispuesto a seguir buscando cuando oyó una especie de forcejeo. La fricción de ropa con ropa y cuerpos.
Una queja y sonidos húmedos, como de besos.

— ¿Podría ser? —se preguntó sintiendo que el mundo se le venía encima —. No —se afirmó mientras se acercaba al lugar del cual provenían los sonidos —. No, no, no...

Sentía que le faltaba el aire conforme se acercaba. Era ella. ¿Estaría con otro tío? No. Mina no habría dejado caer el móvil. ¿La estarían forzando? Si era así más le valía a ese capullo prepararse porque pensaba matarlo.

Adentrado en el callejón pudo verlo. Su respiración se cortó ante la escena en la que se encontraba. Mina tirada en el suelo, había sangre en su cabeza, y un hombre sobre ella. No llevaba pantalones.
Apretó los puños con fuerza mientras se acercaba lo más silencioso posible pero no tenía paciencia. No podía ser cuidadoso si por ello tenía que seguir viendo esa maldita escena.
Aceleró el paso hasta que estuvo corriendo y, una vez llegó al lado del tipo, le largó una patada con todas sus fuerzas, cargada de furia.
El hombre se desequilibró cayendo de lado junto a Mina.
Tae le echó un vistazo rápido para comprobar su estado, el cual le dio ganas de llorar al verla, antes de volver a él. Más le valía huir si no quería vivir el mismísimo infierno.

El tipo atacó hacia él al mismo tiempo que Tae preparaba su puño para darle un buen puñetazo. Lo golpeó mientras lo esquivaba y, cuando éste cayó al suelo de nuevo, le pegó una fuerte patada en el estómago, luego otra en su aparato reproductor.

— Asquerosa, rata —escupió enfurecido.
No queriendo meterse en problemas y más preocupado por Mina que por vengarse del violador. Pensaba denunciarlo en cuanto fuera posible.

La tomó entre sus brazos sintiendo que le hervía la sangre. La ropa estaba sucia y destrozada. Tenía marcas del hombre por todo su cuello y, al parecer, no había llegado a tiempo pues también había algo blanco pegado a su pierna.
Suspiró derrotado. Tenía que pensar en positivo. Eso les serviría para encontrarlo, ayudaría a la policía.

No sabía dónde llevarla. ¿A casa? ¿Al hospital? ¿A la policía?
No tenía ni idea de qué hacer. Lo importante en esos momentos era su salud, ¿no?

Llamó a un taxi que por suerte pasaba en esos momentos por ahí.
Una vez dentro pidió con urgencia que los llevaran al hospital más cercano. La mujer que estaba conduciéndolo, al ver tal escena, aceleró tan rápido como pudo.
Tae se sentía como la mierda. Por evitar que hiciera tonterías había dejado que se fuera. Mina había terminado por ser violada y agredida por un tío en un callejón. ¿Esa era su manera de protegerla? ¿Así la estaba cuidado?
Se sentía detestable. Era culpable de lo que había ocurrido. Le picaban los ojos de la frustración, quería llorar y gritar. Todo era su maldita culpa. Pero debía aguantarse.
"Al menos los gritos" pensó mientras dejaba paso a una lagrima.

Tras diez minutos de espera, en los que Tae pudo desahogarse parcialmente con el llanto, llegaron al hospital. La taxista no quiso cobrarle comprendiendo que se trataba de una emergencia.
El joven le agradeció antes de tomar en brazos a Mina para entrar al hospital. Habían pocos médicos ese día, la mayoría debía tener sus merecidas vacaciones y solo quedaban algunos que estaban de guardia.
Al verlo entrar, con una chica inconsciente en brazos manchada de sangre, muchos dejaron de lado sus tareas para centrarse en el pobre chico de los ojos enrojecidos.
Una médico, que debía rondar los cincuenta se acercó a él preocupada.

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