miércoles, 9 de septiembre. 2015

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Un nuevo curso iniciaba en el instituto de Mina.
Ella comenzaba segundo de bachiller. El último curso antes de la universidad. Tenía una gran presión y, además, habían decidido cambiar las clases y le tocaba conocer gente nueva.
¡Magnífico!, pensaba ella con ironía.
Lo peor que se le daba era socializar si se trataba de desconocidos. Era tímida y torpe. Solo esperaba que fueran agradables puesto que todos se encontraban en la misma situación.

Se adentró en el aula con el pulso tembloroso. Había más chicas que chicos, cosa que le alegró. Se sentiría más cómoda a la hora de buscar alguna amiga. También se fijó en un chico. Era mono, pensó. Tenía el pelo desordenado, como si terminara de levantarse. Y, por su expresión, probablemente lo había hecho. Sus ojos eran levemente rasgados pero occidentales a pesar de ello. Su piel era bastante pálida. Más que la de ella. Mina llegó a preguntarse si tendría algún problema en la piel pues le recordó al azúcar. Dulce y blanco. Así lucía él.
Detuvo su escaneo y se sentó junto a una chica que parecía extranjera.

— Hola, ¿el asiento estaba libre cierto?

— Huh, sí —asintió costosamente.

— Soy Mina, vengo de Perú. Aunque llevo viviendo aquí tanto tiempo que como notarás no me queda nada de allí, por desgracia. ¿Cómo te llamas tú?

— Hypatia, griega—se explicó como pudo haciendo muecas graciosas.
Era suficiente para ella. Pensaba ser su amiga, parecía amigable.

— ¡Genial! No hace mucho que estás aquí, ¿cierto?

Su conversación siguió con preguntas y largas respuestas por parte de una emocionada Mina y unos intentos de respuesta de la chica llamada Hypatia. No llevaba ni dos meses en el país y no dominaba el idioma.

El chico que Mina había escaneado en su llegada a clase también la había visto a ella. Por supuesto no le devolvió la mirada en cuanto entró por la puerta pero, mientras ésta hablaba con su compañera de pupitre, él aprovechó para mirarla.
Su cabello era largo y liso, con un corte recto, sin flequillo. Recogido con un tupé hacia atrás en la parte delantera. Parecía suave, pensó. Tenía la cara ovalada y unos ojos redondos y dulces. Una nariz respingona que se arrugaba con cada sonrisa, dos hoyuelos y unos labios pequeños pero carnosos.
Le gustó, así que decidió que habría que mantener las distancias.
No, no de manera extremista. Simplemente esperaría a que el destino se ocupara de juntarlos si es que debía ser así.

Lo que ella no sabía es que él no era dulce como el azúcar. Y había mucha oscuridad en su interior, no era blanco.

Lo que él desconocía era que ella no creía en el destino.

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