Capítulo 6. "Lily".

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Me acerqué lentamente, a la defensiva. Estaba frente a su computadora portátil escribiendo absolutamente nada. Se lo veía bastante aburrido. ¿Así de extraño era siempre?

Al notar mi presencia, me miró sobresaltado, y sonrió, derramando hoyuelos en sus mejillas. Sus ojos verdes brillaban. Tragué saliva.

-Bueno, hola –dijo con amabilidad. –Veo que encontraste la ducha.

Miré hacia abajo. Llevaba la toalla blanca bien puesta y los pies descalzos. Mis uñas estaban hechas un asco. Toda yo estaba hecha un asco, por más baños que me diera. 

-Sí –le dije, y entonces él se levantó entusiasmado de la mesa, cerrando la portátil con felicidad, como si se alegrara de que alguien hubiera interrumpido su trabajo. Seguidamente, hizo a un lado la computadora, y apartó la silla.

-Siéntate, preparé waffles con Nutella –dijo, dirigiéndose hacia los fogones. –Te gusta la Nutella, ¿verdad?

Fruncí el ceño, pero no por la Nutella, sino porque realmente no entendía el por qué tanta amabilidad hacia mí, porque, seamos sinceros, soy una extraña. No sabe de dónde vengo ni qué he hecho. ¿Querrá follarme como todos los hombres que conocía? Lo más probable era que sí. Y la verdad era que no lo consideraría un presagio.

Colocó un plato gigante con un waffle del tamaño de mi cabeza cubierto de un montón de cosas que hicieron que el estómago me rugiera aún más. La boca se me hizo agua, y eso que ni siquiera lo había probado. Seguidamente, se sentó en la silla contigua, y volvió a abrir la portátil, humedeciéndose los labios. Llevaba una camisa azul claro con los primeros cuatro botones abiertos, revelando un tatuaje de dos aves en su pecho, y unos pantalones negros bastante ajustados. Se veía que era un niño pijo de ésos que quieren follárselas a todas sobre edredones de satín y plumas. 

Agarré el cubierto plateado donde pude ver mi reflejo por entre los dientes del tenedor, y luego corté un pedazo del waffle, el cual me produjo una extraña sensación de alivio cuando me lo llevé a la boca y, sin casi masticar, me lo tragué.

-Hey, mastica un poco, que luego te atragantas –dijo, ahogándose una risa. 

-No quiero follar contigo –le dije, decidida a decírselo de una vez. Si tenía que irme por eso y dejar el waffle, bien. Pero no quería follar con él a cambio de este favor. Al menos, tenía que ser algo más grande lo que me llevara a acostarme con él, y sin embargo había algo que me decía que no lo hiciera. Levantó sus manos delante de sí, sonriendo.

-Woah, no –me tranquilizó. Tenía una voz bastante sexy. –No voy a follar contigo.

Suspiré, aliviada, y me metí otro pedazo de waffle a la boca, masticando con dificultad de lo grande que era. Mientras, miré por la ventana. Sí señor, estábamos en el sitio lindo de la ciudad. Es la primera imagen que se te viene a la cabeza cuando piensas en Londres: bonitas calles, bonitos autos, bonita gente que se pavonea de allá para acá con sus bolsas Gucci y Forever 21, cuya mayor preocupación es qué café se tomarán hoy en Starbucks. Sería guay tener una vida así de perfecta.

Lo miré, quien seguía con la vista fija en su portátil, aún sin escribir nada. Tomé un gran trago de leche, sintiendo que me dejaba bigotes, pero los dejé ahí. -¿Qué escribes?

-Todavía nada –respondió, cerrando la portátil y cruzándose de brazos encima de ella.

-¿Pudiste arreglarla? –le pregunté fríamente.

-¿El qué? ¿La laptop? Qué va. Se le inundaron hasta las teclas. Tuve que salir a comprar ésta ayer –dijo. “Vaya, sí, qué vida tan dura”. 

-Pero, ayer, tú estabas…

-Dormiste por dos días –me dijo, sonriendo. Arqueé las cejas, pero no tenía nada que decir, así que me metí otro bocado a la boca para no tener que hacerlo realmente. Apretó los labios y me observó minuciosamente mientras masticaba. Realmente no me sorprendía.

-¿Y qué tienes que escribir? –le pregunté, con la boca llena.

-Un ensayo para la Universidad. Estudio Filosofía y Letras –dijo. “Woah, no sabe ni mi nombre y me mete en su casa, me da comida, me deja usar su baño, y además me cuenta de su vida. Interesante”. –Y se supone que tengo que escribir un ensayo de quinientas palabras sobre mi punto de vista emocional acerca de la vida y esa mierda. 

-¿Y has intentado hacerlo? –insistí, mordiendo un trocito de waffle.

Gruñó con cansancio. –Dios, sí. Cada puto día. Incluso tuve que pedir un plazo más largo de tiempo para entregarlo, porque sinceramente todo lo que escribo se va por el caño. Quiero decir, qué mierda, ¿a quién coño le importa mi punto de vista “emocional” sobre la vida? 

Me encogí de hombros. –A nadie –le respondí, mirando el waffle.

-¡Exacto! –dijo, como aliviado de que alguien lo comprendiese. 

Me encogí de hombros. –No es tan difícil.

-Para mí lo es.

-Entonces, eres un pésimo filósofo –le dije. -¿Cómo pretendes escribir un libro si no sabes sobre eso?

-¿Qué importa si lo sé o no? –preguntó, encogiéndose de hombros.

-Un libro está lleno de emociones, sabes. Cada página, cada párrafo contiene una distinta, ¿o es que en verdad no lees? –lo reté, sonriendo a medias. –Hombre, quiero decir, las emociones –medité. –No es tan difícil. Tristeza, desilusión, enojo, ira, frustración, felicidad… amor.

-Bien, ¿y dónde se supone que encuentro eso? –dijo, arqueando una ceja.

-En todas partes –respondí lenta y suavemente, sin exasperarme demasiado. Me acababa de duchar y lo menos que quería era sudar otra vez. Me encogí de hombros, mordiendo otro pedazo de waffle, mezclándolo con el chocolate. Él me miró como si le hubiera hablado en chino.

-¿Qué? –achicó los ojos. 

-Dije, que está en todas partes –repetí.

-Claro, pero eso no impresionará mucho a mi profesor –dijo, frunciendo los labios en forma de corazón que la chica morena había besado en la fotografía.

-Entonces, es porque tú no puedes verlo –le dije.

-¿Estás diciéndome que no lo sé? –me retó.

-No. Estoy diciéndote que no puedes verlo. Si quieres escribir el ensayo, será mejor que tomes en cuenta lo que te dije, pero si no quieres realmente comprender de qué hablo, entonces creo que tendrás que pedir que vuelvan a aplazar la fecha de entrega.

Seguidamente, me levanté de la mesa, y crucé la cocina, ignorando su mirada perdiéndose y siguiendo cada uno de mis movimientos. 

-¿Cómo te llamas? –me preguntó suavemente. Me detuve en seco, jugueteando con un hilacho suelto de la toalla blanca. Tragué saliva sin darme la vuelta. No estaba segura de si decirle mi nombre o no. De hecho, no estaba planeando hacerlo.

Suspiré profundo, y tragué saliva. –Lily.

Guardó silencio como por tres segundos, y luego respondió: -Me llamo Harry.

“Harry”, repetí para mis adentros, y sonreí. 

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