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 Después de salir del cine fuimos a cenar y me comentó que el viernes siguiente era la fiesta de la agencia, así que quedé de pasar por ella a las ocho a su departamento. Me quedé impresionado cuando la vi salir del edificio, llevaba un vestido morado, largo y recto, de tirantes y con escote en la espalda, el cabello recogido y el collar y los aretes que le había regalado. Me sonrió y nos dimos un ligero beso en los labios, le hice saber lo hermosa que se veía y me respondió que yo también me veía muy guapo. Le abrí la puerta del auto y subió.

Llegamos al lugar del evento, había una gran concurrencia y Victoria me estuvo presentando a ciertos invitados, me daba cuenta como se le quedaban viendo algunos tipos y la ira me inundaba, pero sabía que tenía que aguantarme, tenía que recordar la regla número dos, así que respiraba hondo para evitar cometer o decir una tontería que arruinara la noche.

Más tarde un tipo la sacó a bailar, ella titubeó, pero finalmente aceptó, ya que era uno de los dueños de la agencia. Yo me bebí de un trago la bebida que traía en la mano, la otra mano la tenía cerrada en un puño mientras los veía danzar en la pista, el sujeto la miraba de manera lujuriosa, pero, ¿es que ella podría ser tan ingenua de no darse cuenta o simplemente lo estaba pasando por alto?

De pronto una linda chica pasó frente a mí y me sonrió cordialmente, yo le devolví la sonrisa y entonces una idea cruzó por mi mente, si Victoria estaba bailando, ¿por qué no hacerlo yo también? Así que me acerqué a la chica, que por cierto estaba sola.

– Hola – dije parándome frente a ella y sonriéndole normal, sin coqueteos.

– Hola – respondió con otra sonrisa.

– Linda fiesta, ¿verdad?

– Sí, aunque la verdad yo vengo de compromiso, mi padre es uno de los dueños y pretende que en algún futuro yo la dirija, aunque a mí lo que en realidad me gusta es la pintura, pero él no lo entiende y me obligó a estudiar mercadotecnia.

– Que mal, uno debe hacer lo que le gusta en la vida, no lo que otros te impongan, aunque sean tus padres, por cierto, soy Bruno Hernández , y tú eres... – dije y le tendí mi mano.

–Larissa Gallegos, mucho gusto – respondió estrechándola – ojala mi padre pensara igual que tú.

– ¿Y quién es tu padre?, por cierto.

– Aquel señor que anda bailando con la chica de morado – señaló y me di cuenta que era el que bailaba con Victoria.

– Mira, que casualidad, la chica con la que baila es mi novia.

– ¿Victoria es tu novia?, no me lo hubiera imaginado, por eso no te dije su nombre.

– Así es, vengo con ella – nos quedamos en silencio unos segundos – ¿quieres bailar? – le propuse finalmente.

– ¿No se enojara Victoria?

– No tiene porque, no tiene nada de malo, además ella también está bailando.

– Ok, pero cualquier reclamo de su parte, te echaré a ti la culpa.

Asentí con la cabeza, le sonreí y le tendí mi brazo, caminamos a la pista y comenzamos a bailar, de inmediato Victoria se dio cuenta y abrió los ojos como platos, lo cual me indicó que los celos la estaban embargando, ella era la que había decidido jugar este juego y poner las reglas, así que ahora le tocaba acatarlas.

Continué bailando con Larissa que estaba un poco nerviosa, pero le dije que se relajara, en tanto yo sentía las miradas asesinas de Victoria y cuando nuestros ojos se cruzaban le sonreía sarcásticamente, no podía negar que los celos me estaban carcomiendo por dentro, porque a diferencia de mí con Larissa, ese tipo si tenía otras intenciones con Victoria, se la estaba comiendo con los ojos, sin siquiera importarle que su hija estuviera presente en el mismo lugar.

Después que la melodía terminó le di las gracias a Larissa y me acerqué a uno de los meseros para tomar una copa de champagne. Victroia se paró frente a mí y me recorrió la mirada con rabia cruzándose de brazos.

– ¿Te diviertes? – preguntó con sarcasmo.

– Igual que tú – respondí con ironía.

– Eres un cínico Bruno, nunca cambiarás, ¿verdad?

– ¿De qué estás hablando?

– Ay no te hagas el inocente, por favor, te vi con Larissa.

– Sólo estábamos bailando, al igual que tú y su papá.

– Ahora voltéame las cosas.

– No te estoy volteando nada, ¿qué te sucede Victoria? – exclamé serio por su actitud.

– ¿A mí?, nada, yo no era la que estaba coqueteando.

– Pues yo tampoco, eres muy injusta Victoria, me pides que no tenga ataques de celos, pero tú sí puedes tenerlos.

– Yo no te he insultado como tú a mí.

– Ya te pedí perdón por eso, estuve a punto de arrodillarme con tal de conseguirlo, ¿ya se te olvidó?

– Pues si no me hubieras insultado en un principio no tendrías que haber hecho eso.

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