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Llegamos al supermercado y él se bajo a abrirme la puerta, me tendió su mano para que me apoyara, no pude negarme a su gesto y cuando salí del coche quedamos cerca mirándonos, pero yo desvié la vista y comencé a caminar sin esperar a que cerrara la puerta del coche. Después él me alcanzó y entramos al lugar. Tomó una canastilla y me guió por uno de los pasillos.

– ¿Qué venimos a comprar? – pregunté caminando a su lado.

– Todo lo necesario para la cena, ya mañana nos vamos, así que hoy haremos un festín.

– ¿Y cuál será el menú?

– Pasta y ensalada, sin faltar un buen vino.

– Pero, falta el postre.

– Cierto, ese te toca a ti.

– ¿Te gusta el flan napolitano?

– ¿Sabes prepararlo?

– Por supuesto, soy una gran cocinera.

– Eso quiero verlo, habrá flan entonces.

Le sonreí y caminamos al pasillo a buscar los ingredientes para el flan, incluido el molde porque me dijo que no tenía. Después fuimos al área de frutas y verduras, escogimos una lechuga verde y una morada, pequeños tomates, uvas y finalmente fuimos por la pasta, el queso y el vino.

– Qué bonita pareja, seguro acaban de casarse, me recuerda a nosotros hace cuarenta años.

Escuché que una señora le decía al que debía ser su esposo, él asintió y le dio un dulce beso en los labios, mi corazón se oprimió y por primera vez en mi vida me visualicé anciana y sólo había un hombre con el que quería llegar a esa edad.

– Ya está todo, podemos irnos– dijo Bruno sacándome del trance – ¿estás bien?

– Sí – apenas pude decir, sin quitar la vista de la pareja que seguía mirándonos.

– ¿Los conoces? – me preguntó mirándolos también y les sonrió.

– No.

Bruno me sonrió, pero de forma muy diferente a como lo hacía normalmente, aunque en ese minuto no supe si era realidad o mi mente me estaba haciendo una jugada, para mi sorpresa me tomó de la mano y me hizo caminar.

Pagó todas las cosas y se negó rotundamente a que yo contribuyera con algo. Caminamos al estacionamiento y metió las bolsas en el maletero. Volvió a abrirme la puerta y luego subió él. Empezó a manejar por una calle inclinada, era un rumbo diferente al que tomamos cuando llegamos, al subir estaba un poco desierto, sólo había casas de un lado y del otro había un pequeño bosque. El coche se movio un poco y se apagó.

– ¿Qué pasa? – pregunté extrañada.

– No lo sé – trató de encenderlo tres veces y no funcionó.

– Creo que se averio, que lata, me molesta alquilar coches, no sabe uno quien los usa ni si les dan mantenimiento.

– ¿Y qué haremos?

– Esperar un poco, quizá sólo necesita enfriarse.

Me acomodé en el asiento y eché mi cabeza atrás en el respaldo. Él hizo lo mismo, pero me di cuenta que jugaba con sus manos. De pronto, se dio la vuelta y me miró sin decir nada, yo me acomodé de lado para verlo también, acarició mi rostro y puso un mechón atrás de mi oreja, yo sostuve su mano, entonces, se acercó y me besó despacio, sin intentar algo más, yo le respondí de la misma manera, pero bajé su mano con la mía y la puse sobre uno de mis senos, él comenzó a acariciarlo lentamente, mi mano buscó los botones de su camisa y empecé a desabrocharla y a acariciar la piel que iba quedando al descubierto. Él se separó y echo su asiento hasta atrás, con sus ojos miel me invitó a que me sentara sobre él y eso hice.

EXTASISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora