Capítulo 8

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                Me levanté temprano el sábado, sintiéndome bien. Aproveché para ordenar y limpiar todo antes de que Piper llegara. No es que tuviera particularmente mucho desorden ese día, pero no estaba de más. Me alcanzo el tiempo también para cocinarme y almorzar algo liviano. Si comía mucho iba a darme demasiado sueño como para estudiar después. Cerca de las 13:30 me llegó un mensaje de la rubia, diciendo que estaba en camino. Minutos después estaba tocándome timbre. Ahora vivía todavía más cerca de mi edificio. Bajé a abrirle y me llevé una sorpresa. Tenía los ojos hinchados y un poco rojos, con un par de oscuras ojeras enmarcándolos, como si hubiera pasado horas llorando.

-¡Piper! ¿Qué te pasó?

-No es nada Al, estoy bien. – respondió con la voz ronca, mirando al suelo.

                De ninguna manera parecía que estuviera bien. Si no quería hablarme del tema, yo no era quien para andarle insistiendo, pero me partió el alma verla así. No había una pisca de alegría en ella, y hasta donde la conocía, eso no era normal. De todas formas guardé silencio, y caminé con ella detrás hasta el ascensor. Mientras subíamos no dijo una sola palabra, se limitó a mirar el piso, con la espalda apoyada en una de las paredes de espejo. Le di paso para que entrara primera al departamento, y apenas cerré la puerta detrás de mí, se giró a verme con los ojos llenos de lágrimas.

-¿Puedo pedirte un favor, Al? Aunque suene patético…

-Claro, ¿qué pasa?

-¿Me das un abrazo?

                Su pedido me dejó helada. No era la gran cosa, pero dar semejante muestra de afecto para mí no era tan simple como sonaba. Sin embargo verla así, indefensa, triste, casi a punto de llorar, me despertó cierto instinto protector. Piper estaba derribando barreras en mí, y apenas hacía unas semanas que la conocía. Me dio ternura también que me lo pidiera con tanta timidez. Después de unos segundos de dudarlo me acerqué a ella con los brazos extendidos, y literalmente se estampó contra mí. Puso su cabeza sobre mi hombro, y rodeó mi cintura con sus brazos, mientras yo ponía los míos alrededor de su espalda. La apreté fuerte contra mí, apoyando mi cabeza contra la suya.

-No suena patético, Piper.- la tranquilicé – De vez en cuando hace falta alguien que nos sostenga un poco. – y si lo decía era porque lo sabía de sobra.

                Nos quedamos así, abrazadas en medio de la sala, sin decirnos nada por algunos minutos. Podía sentir como sus lágrimas mojaban mi camiseta, pero no me molestaba. Comencé a acariciar su cabello en un intento por calmarla, y al parecer funcionó. Pero aun así no se separó de mí. Traté de dejar mis idioteces de lado y sentir ese momento. La verdad, yo también necesitaba a veces del abrazo de alguien, aunque me hiciera la dura y no me atreviera a admitirlo, ni mucho menos a pedirlo. Y tenerla a ella ahí entre mis brazos, como una nena chiquita que busca refugio por temor a los monstruos, despertó sensaciones que hacía mucho no experimentaba. No recordaba cuándo había sido la última vez que había disfrutado tanto de un abrazo.

-Gracias Alex.- susurró, separándose de mí.

-No hay de que.- respondí sonriéndole un poco y dándole un apretoncito en el hombro.

-Discutí con Alan antes de venir para acá. Por eso estoy así. Perdón, sé que no tienes por qué soportar esto, pero en verdad te agradezco el abrazo.

                Y así fue como ese tal Alan entró en mi lista mental de gente estúpida, aún sin conocerlo.

-Oh, Piper, cuánto lo siento…

-Está bien, es que… ¿sabes? No creí que iba a ser tan difícil tener una relación a distancia. Él vive en mi pueblo. 

-Pero no están tan lejos tampoco, pueden visitarse.

-Lo sé, pero mientras yo vivía allá pasábamos juntos cada rato libre que teníamos. Y ahora hablamos por teléfono, pero no es lo mismo. En realidad es él. Él dice que no se siente igual.

-¡Hace apenas unas semanas que estás viviendo acá! ¿Ya no lo aguanta? Digo, sabe que tu carrera va a durar varios años, ¿no?

-Sí, sí sabe.- respondió triste – Pero supongo que está siendo muy duro para él.

-Para ti también lo es.

-Obviamente sí.

-Pero aun así te aguantas, y no le haces planteos.

-¿Cómo sabes que me hizo un planteo?

                Solo rodé mis ojos.

-Ya, sí. Me reclamó que no le presto atención.

-Y eso, obviamente, no es cierto.

-¡Claro que no! Es solo que ocupo tiempo en el instituto, y a veces por la tarde cuido al bebé de una amiga de Roxanne. Y tengo una casa de la que encargarme ahora. No tengo tanto tiempo libre como antes.

-No entiendo por qué él no es capaz de darse cuenta de eso. Es algo lógico.

-Lo sé, yo pensé que iba a entenderme Al, en serio.- dijo volviendo a sollozar.

                Me acerqué para darle otro abrazo, esta vez por voluntad propia.

-Piper, si hay amor entre ustedes, van a encontrar la solución.- le susurré.

                Esa era yo, Alexandra Vause, dando un consejo amoroso. Genial. ¿Qué carajo hacía interesándome por ella y su relación? La rubia sólo había ido ahí para completar una tarea. Y se lo hice saber de la forma más gentil que encontré. Me agradeció otra vez, por abrazarla, escucharla y aconsejarla. No voy a negarlo, me hizo sentir bien eso, pero a la vez me asustó. Yo no solía hacer ninguna de esas cosas. Bueno, escuchar sí, era buena escuchando. Pero por lo demás, no eran características particularmente destacables en mí.

                Pasamos al comedor, le ofrecí una taza de café y nos pusimos a lo nuestro. Las horas pasaron tranquilas, y sorprendentemente Piper se concentró más que la vez anterior. Leímos, debatimos, y escribimos las respuestas. Realmente ella era una chica muy inteligente, y tenía una facilidad impresionante para expresar sus ideas por escrito. Para cuando terminamos con todo, ya se había hecho de noche, así que me decidí por invitarla a quedarse en casa para la cena. Me pareció descortés de mi parte dejarla irse así, sin comer. Decidimos pedir pizza en Angelo otra vez, y dejé que eligiera ella de qué gusto la quería.

                Y ahí estaba otra vez. Preocupándome por ser cortés y gentil. ¿Qué mierda era todo eso? “¿Qué te está pasando Alexandra? ¿Qué está haciéndote esta tipa?” me pregunté a mí misma mientras miraba a Piper, que me decía algo a lo que no presté atención.

-Perdón, ¿qué decías?

-Estás distraída, gafitas.- dijo riendo.

-¡Ey! ¿Quién te dio autorización para decirme así?- reí también.

-No necesito de la aprobación de nadie.- respondió, poniendo cara de presumida para, acto seguido, largar una carcajada.

                Qué bien sonaba su risa. 

El resto de mi vida [Vauseman]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora