Entré a casa calentándome los brazos con mis propias manos. Inmediatamente me dirigí a las escaleras corriendo una por una para llegar a mi habitación. Una vez dentro de esta me di cuenta que Ian todavía seguía dormido, pero ahora en una posición distinta. Sus brazos, junto a su cabeza y la mitad de su cuerpo, caían por el borde de la cama, mientras sus piernas se sostenían de las sábanas y las almohadas. Pegué mi brazo en el umbral de la puerta donde tenía una gran vista. Podía ver cada uno de sus rasgos. Perdiéndome en ellos me di cuenta de que él era algo más que un chico lindo; eran adorable y a la vez muy sexy, pero lo más importante. Era mío. Boté la carta en el pequeño basurero que había a un lado de mi escritorio y caminé hacia la cama donde me acomode a un lado de su cuerpo tendido.

— ¿Ian? — acaricié su rostro con las yemas de mis dedos, recorrí su mandíbula, pase por sus labios, recorrí la línea perfecta de su nariz y finalice en sus cejas — Mi amor, despierta.

— Cinco minutos más mamá. — su voz era ronca y adormecida.

Aunque sus ojos continuaban cerrados, él logró acomodarse sobre la cama de una manera correcta. Llevándome con él en el movimiento. Tumbó su mano sobre mi abdomen y me acercó más a su cuerpo desnudo. Una vez más su respiración chocaba contra mi piel. Di pequeñas palmaditas en el brazo con el que me rodeaba.

— No soy tu madre, despierta — moví su cuerpo —. Hoy es el gran día — sus ojos se abrieron de golpe dejando. Frunció el ceño y oculto su rostro en mi hombro como un niño con miedo —. ¿Nervioso?

Asintió todavía ocultando su rostro en mi hombro. Hoy era el día del juego final del instituto. Suponiendo que era un día emocionante para todos, para Ben e Ian no lo era. Según ellos hoy era el día de su última lucha, es decir, la lucha que definiría todo. El fin de todos estos años de entrenamientos duros, ejercicios excesivos, alimentación perfecta, una rutina exacta. Hoy, muchos entrenadores de distintas universidades interesadas en dar becas para los mejores jugadores del equipo estarían sentados en la primera fila de las escaleras con nombres en manos, vistas de águilas y más de una beca por dar. Sin embargo, Ian y Ben estaban interesados en una sola beca. Esa misma que se propusieron cuando eran niños y esa misma que le prometieron a la madre de Ben antes de morir. Esto no era asunto única y exclusivamente de Ian, esto era para ambos.

Por eso él estaba nervioso. Jamás había tenido que batallar tanto para conseguir algo y de paso colgarse de una sola oportunidad o de una sola valoración. Este día iban a lucirse como nunca lo habían hecho y estaba decidido por eso.

— ¿Y si me hago del dos en media carrera? — no pude evitar que una carcajada saliera de mi garganta al escuchar sus locuras — No te burles, podría pasar. Yo lo vi en un programa.

— Te recomiendo ir al baño antes de jugar, es por tu bien — ambos reímos. Por un momento nuestras miradas se conectaron, intentó sonreír, pero sabía que los nervios lo estaban comiendo por dentro e iban poco a poco —. Irás a ese juego, harás todo lo que sabes hacer, ganarás y volveremos con nuestras manos entrelazadas a celebrar tu victoria — sonrió y beso mi frente por varios segundos.

— Eres la mejor — susurró.

Tomó su pantalón y sus pertenencias para luego ayudarme a levantarme y juntos bajar en busca de nuestro desayuno/almuerzo. Ian se movía por toda la cocina dejando su cuerpo semi desnudo expuesto a mí. Me gustaba ver cómo sus músculos ejercitados por todos estos años se contraían cada vez que daba un paso. Finalmente colocó un plato repleto de comida para cada uno.

Cuando terminamos de comer me dio un beso apasionado que hizo que todo mi cuerpo se alterara justamente a como lo había hecho la noche anterior. A diferencia de que esta vez pude detenerme a tiempo y me alejé. Alejó un mechón sobre mi rostro y besó mi frente.

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