Capítulo 2

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Los fideos caían de mi cabello en cada paso que daba, al mismo tiempo que mis zapatos sonaban gracias al líquido que habían absorbido y mi, muy manchada, camiseta escurría la salsa de tomate, dejando líneas rojas sobre el blanco que me cubría

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Los fideos caían de mi cabello en cada paso que daba, al mismo tiempo que mis zapatos sonaban gracias al líquido que habían absorbido y mi, muy manchada, camiseta escurría la salsa de tomate, dejando líneas rojas sobre el blanco que me cubría.

Si bien era cierto que mis padres me amaban, me apoyaban y me protegían a su antojo, también era cierto que justo en ese momento sentía vergüenza de llegar con ese aspecto a casa. ¿Cómo iba a explicar, sin siquiera llorar, que en la mañana un grupo de personas me habían tirado un tazón lleno de fideos calientes y el refresco del día?

Patee una pequeña piedra que se encontraba en el centro del pavimento.

Odiaba mi vida y odiaba sentirme tan poca cosa dentro de un mundo donde se supone que los adultos tenían que cuidar por mi estabilidad mental. Apenas era la segunda semana de clases, ¿qué me esperaba en el resto del año? No quería imaginarme el día de San Valentín o el baile de graduación, mucho menos el último día de clases. Probablemente las chicas más lindas iban a tirarme los trozos de chocolate que no se iban a comer; aunque pensándola mejor, los podría atrapar y llevarlos a mi tazón de dulces.

— Eso sería muy buena idea. — dije para mí misma.

Dejé de patear la piedra cuando me detuve frente a mi hogar. Suspiré una vez, volví a suspirar una segunda y me detuve antes de suspirar la tercera vez, porque si lo hacía iba a dar el primer paso para entrar y escuchar la preocupación de mi madre al preguntar qué había sucedido, o bien, retener mis lágrimas.

Podía inventar que hubo fiesta de espagueti. "Mamá, hoy hubo fiesta de espagueti y el premio era para quien se embadurnara más, ¿adivina qué? ¡Yo gané!" Aunque eso sonaba estúpido.

Giré sobre mis talones para echarle un vistazo a casa de Rosa, seguramente ella seguía con gripa y no quería enfadarla con lo sucedido justamente el día que no había ido a clases.

— ¿Katherine, cariño? — reconocí esa voz al instante, era angelical hasta el punto de llenar tu sistema de paz.

Marta, mi vecina, se encontraba frente a su antiguo auto y tenía bolsas de supermercado siendo sostenidas con sus manos. Ella, al verme, abrió sus ojos con impresión y extendió una de sus manos para señalarme la puerta de su hogar. Limpie las pocas lágrimas que se me habían escapado y caminé hasta donde estaba ella

— Y más te vale decirme la verdad.

Habían pasado dos semanas desde que Marta vivía a un lado de mi casa. Su presencia había sido como ganar la lotería tanto para Rosalina como para mí, ya que sus consejos y sus recuerdos eran totalmente diferentes para nosotras. Comenzando por los bailes que nos había enseñado y los vestidos que ella aún guardaba dentro de sus maletas y más de una vez nos obligó a probarnos.

Marta era como el recuerdo de una joven dentro del cuerpo de una anciana radiante y llena de paz. Se la pasaba todo el día haciendo galletas o dulces que después escondía dentro de sus bolsillos para comer sin que su marido se diese cuenta, también nos había enseñado a bordar y a ocupar ese pequeño espacio que nuestras abuelas no habían rellenado en su totalidad.

Juro enamorarte |BORRADOR|Where stories live. Discover now