Capítulo 14

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Contaba los segundos que faltaban para que la alarma de mi habitación sonara a como sucedía todas las mañanas

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Contaba los segundos que faltaban para que la alarma de mi habitación sonara a como sucedía todas las mañanas. Había sido una de esas noches donde no dormía pensando en ella; sus labios junto a su mala costumbre de besarme suaves y dulces o sus muy malas bromas de las que según ella cualquier disfrutaría, más no sabía que eso no pasaba y muchas veces nos cuestionábamos si en verdad era un chiste. A pesar de eso, comenzaba a creer que su plan iba en serio y me desesperaba el hecho de que fuera así pues odiaba saber que ese beso podría significar cosas muy diferentes para ella; cosas que quizás yo no podría controlar, sobretodo porque para mí ya era costumbre el tacto de sus labios sobre los míos.

Pasé mis manos sobre mi rostro intentando omitir sus facciones de entre mis pensamientos o el color rojizo de sus labios inflamados que quedaba al dejar de besarme con la intensidad propia de Katherine. Claramente todavía me molestaba recordar la manera en la que nos besamos hace ya varios días y del cómo quedé cuando corrió lejos de mí dejándome como un idiota con las manos alzadas aun formando la silueta de su cuerpo.

Terminé apagando la alarma antes de que sonara, me preparé para salir a correr, pero al darme cuenta de que faltaban varios minutos para las seis, decidí comenzar con la rutina de abdominales; cada movimiento, cada esfuerzo y cada punzada de dolor hacia que dejara de pensar un poco menos en su carisma.

Llegaron las seis de la mañana, estiré mi cuerpo frente a la casa de mi abuela y comencé a controlar para calentar mi cuerpo. Habían pasado ya varios minutos cuando mis pasos se detuvieron y una extraña sensación comenzó a rondar en mí; me sentí diferente, incómodo, solo. Giré mi cuerpo en busca de algo, miraba de un lado a otro, pasaba mi mirada por todas las puertas del vecindario, pero la sensación continuaba, algo me hacía falta.

— Oye, Katherine ¿te sientes igual de extra... — miré a mi derecha, donde ella siempre se encontraba coqueteando con sus malos chistes, parpadeando y sonriendo — ella no está. — murmuré.

Ignorando su ausencia volví a lo que ya me encontraba haciendo. La rutina en cada paso que daba era un tanto más aburrida, realmente pensaba que era estúpido como me sentía al saber que por ella todo era diferente en esos momentos; sobre todo porque lo que más anhelaba era mantenerla alejada de mí. Aunque de manera involuntaria mi mente recordaba su rostro en tonalidad calidad gracias al calor de sus movimientos, su cabello despeinado en una coleta y esa línea de sudor en su espalda que se reflejaba en la camisa luego de varios minutos de ejercicio.

Pasada una hora legué a casa; sudado, sediento, exhausto. Totalmente dispuesto a recorrer la casa de mi abuela unas diez mil veces más con tal de conseguir al menos una gota de agua fría. Marta se encontraba sentada sobre su sillón personal favorito. Desde muy pequeño solía contarme que mi abuelo la creo exclusivamente para ella y sus comodidades, ella comentaba que si en algún momento tuviera que salir de su hogar con algún artefacto, sin duda sería su sillón. Cruzó sus piernas una sobre la otra mientras su rostro se ocultaba tras varias páginas de periódico. Cerré la puerta principal con cuidado y comencé a caminar paso por paso intentando ser tan silencioso que mi presencia fuera nula.

Juro enamorarte |BORRADOR|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora