Capítulo 1

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Consideraba que la mentalidad de un niño era como una esponja en medio de un fregadero

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Consideraba que la mentalidad de un niño era como una esponja en medio de un fregadero. Una esponja dispuesta a absorber fuera lo que fuera, creerlo y reproducirlo. Por esta razón no me sorprendía cuando escuchaba que pequeños que solían gritar, amenazar o golpear a sus compañeros de clases, tenían padres muy similares a ellos.

Esta teoría la confirme cuando comencé a crecer y los chicos comenzaron a llamar mi atención pero, sobre todo, cuando acepté que mi madre realmente desconocía los datos estadísticos y las teorías que grandes psicólogos demostraban año tras año. Ella los omitía diciendo que los niños siempre merecen un toque de magia y he ahí el primero error de mi madre.

Cuando era tan solo una pequeña, mi madre me contaba sus grandes e impresionantes aventuras a los diecisiete años de edad. Sus historias eran como las historias de los cuentos de hadas: no podían faltar las amigas inseparables, los chicos guapos, las mariposas al conocer al amor de tu vida y la sensación tan espectacular que te puede llegar a regalar la adolescencia. Crecí pensando que un día eso pasaría, que tendría un grupo de amigas inolvidables y saldría todas las noches a disfrutar de mi juventud, pero no fue así. Poco a poco comencé a crecer y bastó con ir a la primaria para darme cuenta que los seres humanos nos dejamos llevar por diversos factores que luego nos agrupan en categorías.

Tenía muchos defectos como todos los seres vivos, defectos en mi personalidad y más de uno en mi físico. No era que estuviera ciega, tampoco que mis ojos estuvieran sobresaltados como los de un búho u otro defecto realmente extraño. Mi problema, y la burla de muchos, eran mis lentes y su grosor. Mi madre decía que era normal, algo de nacimiento que mucha gente solía tener y sabía que era así, hay personas con mayores problemas que yo y son aceptadas por todos sin cuestionarse absolutamente nada, no obstante, conmigo nunca fue así, pues un pequeño defecto dentro de mi córnea fue el martirio de muchos años. A veces hubiera deseado poder quitarlos de mi rostro, observarlos y reírme a como todos los hacían, pero sin ellos no podía ver con claridad y el chiste no se podía contar. En pocas palabras, el grosor del cristal de mis gafas era tan ancho como mi dedo índice. Y vaya que tengo grandes dedos.

La primaria fue difícil de llevar, me la pasaba llorando en cada esquina del salón de clases o entre los brazos de alguna maestra que se apiadaba de mí y me abrazaba hasta que mi madre llegaba para llevarme a casa e intentar explicarme que todo iba a estar bien, pero nada de eso fue comparado con la adolescencia y la secundaria. La secundaria es como una prisión para adolescentes y no hablo de las largas horas que pasamos encerrados intentando comprender para qué carajos funciona el trinomio cuadrado perfecto, sino, hablo de las interacciones entre adolescentes, algo realmente difícil de sobrellevar. Era como si en algunos hogares los preparaban exclusivamente para convertirse en los villanos de alguna película.

Todo comenzó mi primer día de clases como alumna nueva. Mi madre, por tradición de la familia, me inscribió en la secundaria donde ha pasado la gran parte de ellos; Pine View School.

Juro enamorarte |BORRADOR|Where stories live. Discover now