Capítulo II

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Esa mañana me desperté con la cama vacía, Liam se había ido el día anterior a casa de su mejor amigo y no había vuelto durante la noche y supuse que no lo haría en la madrugada.

Tenía que admitir que extrañaba su calor y la manera en que me abrazaba todas las mañanas al despertar.

Me senté en la orilla de la cama y sacudí la cabeza, el cabello me cayó en la cara y lancé un bostezo al aire. Me levanté sin muchas ganas, alguien tocó a la puerta.

Anna estaba del otro lado, con su rubio cabello recogido en un chongo descuidado y ataviada de leggins gruesos y una chamarra café claro, se frotaba las manos envueltas en guantes y bailaba graciosamente del frío mientras esperaba. Volvió a tocar y yo quité el ojo de la mirilla.

—Demonios Anna, son las 6:00 de la mañana ¿Qué haces aquí? — me quejé falsamente al tiempo que asomaba mi cabeza por la rendija de puerta que había abierto

—_______ ábreme la puerta, me estoy congelando— me ordenó

—No— me reí y miré con una sonrisa la cadenita dorada que atoraba la puerta desde dentro

—Mujer, hace un frio de los mil demonios

Abrí la puerta totalmente y ella entró arrastrando su bolsa de mano y una maleta un poco más grande.

—Gracias— me abrazó y besó mi mejilla con ganas, su nariz estaba helada— en serio _______, para vivir en una de las mejores zonas de la ciudad y tener el departamento más caro que en mi vida entera jamás podré pagar, no entiendo porque no rentas uno con chimenea, o una casa— me regañó mientras caminábamos hacia la cocina

—Porque no la necesito, ya te lo he dicho millones de veces

—¿A Liam no le parece molesto congelarse el trasero todas las noches? — preguntó mientras se agachaba sobre el refrigerador y buscaba algo para comer

—No lo sé y la verdad no tiene importancia, es mi casa— enfaticé mientras tomaba asiento en uno de los taburetes. La verdad era que a Liam si le molestaba y él insistía en que cambiara mi apartamento por uno que tuviera, pero yo no pensaba cambiar el precioso y frío apartamento que había logrado conseguir con tanto esfuerzo. Y lo que era peor, es que el de Liam si tenía una chimenea, por lo que la segunda opción que me daba era mudarme con él, pero yo siempre lograba zafarme con el pretexto de que su apartamento no era lo suficientemente grande, como el mío, y que mis cosas no cabrían, además de que estaba más retirado, cosas que eran totalmente verdad.

—Ya... ¿sigues sin dejarlo mudarse? — me quedé callada mientras hurgaba las nueces de un frasco

—No, no pienso dejarlo que se mude, de lo contrario dormirá afuera o no sé donde

—¡Vamos ______! Eres muy dura con él, está loco por ti, te quiere en su vida y tú no lo dejas

—Puede tenerme en su vida desde su apartamento— le aventé un fruto seco que aterrizó directo en su boca

—¿Y todo esto justifica que no tengas una chimenea? — alzó una ceja y mordió un pedazo de sándwich que había encontrado en el refrigerador

—No la necesito Anna, en serio... paso las fiestas en casa de mis padres o viajando, no hay necesidad de calentar la casa, además, no soy una persona friolenta, aguanto bien las temporadas frías— Anna alzó ambas cejas y frunció la boca—Hay calefacción y aire acondicionado, con eso basta— me defendí

—Dudo que puedas pasar las fiestas con tus padres una vez en el hospital— dijo burlona y masticando

—No me mudaré, he dicho, me gusta mi lugar, además, si ya no pasaré las fiestas con ellos, el hospital será mi refugio del frio, así que sigue sin importar

Todas las noches de mi vida [J.Jonas]Where stories live. Discover now