Hacer lo correcto.

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Me quedé dormida llorando sobre la cama.

Hugo había desaparecido. No sabía si estaba muerto. No sabía si había querido que yo no lo viera. No sabía qué había pasado, pero lo que sea, lo había hecho yo.

Me agarré las rodillas con fuerza y me hice una pequeña bola en la cama. Las lágrimas salieron solas de mis ojos y cayeron a raudales sin control, me convulsioné debido al llanto.

Siempre lo fastidias todo, hasta sin querer, me susurré.

Cállate, me contesté a mí misma.

No sabía qué sentir exactamente. Lo primero que hice fue rezar porque Hugo no hubiera muerto. Es cierto que cuando volvimos de ese lugar era totalmente opaco, pero, ¿y si había desaparecido de golpe?

Recordé cada una de sus palabras diciéndome que iba a desaparecer.

Las lágrimas crecieron en cantidad y el nudo en mi pecho en volumen. La ansiedad que sentía no me dejaba apenas respirar.

¿Cómo podía ocurrir aquello? Unos instantes antes habíamos estado a punto de besarnos...

Un tipo de dolor más profundo e hiriente comenzó a atravesarme.

Intenté pensar en otra cosa mientras me levantaba, pero sólo se me venían imágenes del día anterior. Las malas me dolían, pero las buenas me dolían el doble, eran un tipo de dulce que me había quitado de las manos. Era como un sueño hermoso del que había despertado en una triste realidad.

Me froté los ojos, los tendría hinchados y rojos, no quería verme así, no quería que los demás me vieran así. Ahora que estaba avanzando para recibir visitas. Aunque tenía la sensación de que todo empeoraría.

Sentí el peso del mundo sin Hugo a mi lado.

Salí de mi habitación a comprobar si las duchas ya estaban abiertas, en efecto, acababan de abrir. Lo noté por el olor a lejía que desprendía de la noche anterior.

La segurata me registró y me marcó un tiempo máximo de quince minutos. Me lavé en un tiempo record y luego me dediqué a quedarme ahí mientras las lágrimas resbalaban por mis mejillas. Tenía que aprovechar para llorar ahora, porque después no podría, no hasta volver a mi habitación en la noche.

Salí de la ducha y quité el vaho del espejo. No es que me viera mucho mejor, pero el agua había relajado un poco la hinchazón de mis párpados.

Me dirigí al comedor a desayunar, apenas había nadie, eran las ocho de la mañana y nos dejaban dormir siempre más, pero yo hoy apenas había sido capaz. Además, cuanto más cansada estuviera, menos tendría que pensar, más agotada estaría.

No me cabía nada en el estómago, pero debía comer para no llamar la atención. Cogí una tostada de mantequilla y un vaso de leche con cacao. Me di mi tiempo en comer, después de todo, tenía toda la mañana.

Intenté concentrarme en varias cosas, como la gente que entraba y salía, conversaciones de otras personas, el numerito que mostraba algún que otro paciente.

Pero nada me sacaba de mis pensamientos.

De pronto, un golpe sordo me hizo mirar por encima de mi hombro. Dos pacientes se estaban peleando.

Al principio, me quedé paralizada ante la situación, pero, después de unos segundos, actué con rapidez.

Me acerqué corriendo al lugar de los hechos.

-parad,- grité.

No sé por qué, se me vino una imagen de Hugo y la sombra.

Miré a mi alrededor, ¿dónde estaban los de seguridad?, me pregunté, enfadada.

Mi amigo imaginario.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora