La pregunta y la respuesta.

553 36 24
                                    

Recuerdo que la lluvia me empapaba la cara, resbalaba por mis dedos y se formaban pequeñas gotas en la punta de mis dedos. Me quedé ahí unos momentos antes de entrar en el gran edificio que había a unos cuarenta minutos de casa, mirando como la furgoneta se llevaba de vuelta a mis padres, pero yo me quedaba entre aquellos barrotes oscuros.

Esperaba que cualquier celador viniera a por mí para llevarme dentro del "centro de salud mental". Estas eran las ventajas de que los demás creyeran que estabas loca y te internaran en uno de estos "centro de salud mental". Podías quedarte bajo la lluvia durante minutos sin que nadie te mirara raro.

Así que hasta que uno de los guardas no vino a por mí, yo me quedé ahí, empapándome. Me dio tiempo a mojarme tanto como para cogerme una pulmonía. Pero allí había demasiadas personas a las que recoger como para que el escaso personal pudiera atender a todas a la vez. Yo fui una de las últimas. Mi primer día y ya estaba dando una imagen penosa.

Muy penosa.

El cielo parecía acompañar mi tristeza. Sentí cada una de las gotas que resbalaban por mi cara como si fueran lágrimas propias.

Lo más difícil habían sido las reacciones de papá y mamá cuando me tenían que haber dejado allí. Estuve alerta durante todo el proceso porque me daba la sensación que en cualquier momento se tirarían sobre los guardias y me gritarían que corriese.

Pero no pasó nada. El silencio que salía de ellos era ensordecedor y lacerante. Yo sabía por qué no decían nada, se pondrían a llorar si tenían que pronunciar una sola palabra.

El imponente edificio blanco se alzaba frente a nosotros, cuando papá y mamá me dejaron allí, me fijé en él, enfrentándome a la angustia que amenazaba con no dejarme dormir nunca más.

El edificio era sombrío a pesar del blanco reluciente de sus paredes, y, dentro, las luces eran tan tenues que apenas se podía ver con ellas. La única luz de la que podías gozar de una buena visión era la luz del sol.

No quería que ellos tuvieran que ver este sitio, no a las personas con las que iba a compartir un "tiempo indefinido" que bien podría convertirse en el resto de mi vida.

Mi hermano se quedó a cargo de una vecina en casa. No fue fácil despedirme de él.

-todo va a estar bien,- le dije a mi hermano pequeño antes de montar en la furgoneta que me llevaría a aquel estúpido sitio, con aquella estúpida gente, tras aquellos estúpidos barrotes a los que me había conducido el golpe de la estúpida juez.

Más bien ha sido tu estúpida locura, me dije.

Desde luego sabes cómo animarme, me recriminé.

De nada.

Parece ser que lo peor iba a ser aguantarme a mí misma.

Para variar.

Cuando entré en la habitación me encontré mis cosas pulcramente colocadas. Estaba empezando a enfadarme porque no tenían derecho a tocar mis cosas de esa forma. Aunque me las hubieran colocado. Sentía violada mi intimidad. Me sentía un objeto. No me gustaba que decidieran de este modo en mi vida. Ya bastante estaba fuera de mi control. Con las pocas cosas que me habían dejado entrar claro, porque allí hasta un clip era peligroso.

Estaba mojada, por dentro y por fuera, y cabreada. El frío, que no provenía de mi ropa mojada, sino de un hueco en mi alma que amenazaba con congelarme por dentro, me hacía tiritar hasta chocar los dientes.

Estaba dispuesta a darme la vuelta e ir a quejarme cuando un característico olor a tierra mojada y canela entró inundando mis fosas nasales y mandando una corriente de electricidad desde un extremo a otro de mi cuerpo.

Mi amigo imaginario.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora