Confiar en alguien.

457 28 4
                                    

Sola, así es como siento. No es que sea la primera vez que me sienta así, ya hace muchos años que tuve una época en la cual me sentía así. Yo soy una persona solitaria, y me gusta, necesito mi espacio, mi cabeza necesita su espacio. Pero una cosa es estar sola y otra muy distinta es sentirse sola. Cuando uno se siente solo es porque siente que no tiene a nadie, y esto le incluye a sí mismo. Y yo me encontraba perdida, muy, pero que muy perdida, sentía que estaba dividida en cuerpo, corazón y alma, y que yo sólo poseía una de estas partes. Tenía que recuperar todo de alguna forma, no sabía qué hacer, que estaba bien y que mal, las personas suelen recurrir a Dios en estos casos, pero yo había perdido la fe en casi todo: la humanidad, Dios, y que pudiera recuperarme algún día. Aunque tenía la esperanza de que lo haré.

Un nudo descansaba por momentos en mi pecho, y puedo jurar que cuando desaparecía no lo echaba de menos. Un cuervo negro cantaba en mis sueños, y cuando me despiertaba había una sombra delante de mí. Soy yo. Y me señala con el dedo, puedo ver el terror en su cara, como cuando miras a un intruso dentro de tu casa, durmiendo en tu cama. Eso es lo que era, una intrusa para mí misma. No me reconocía cuando me miraba al espejo, la sensación de estar fuera de mi cuerpo o de que algo me faltaba era constante. Así pasaba un día tras otro.

Una sensación de hormigueo, parecida a la que sentiría si me encontrara a mí misma, recorrió mi cuerpo. Yo ya sabía quién iba a entrar por esa puerta antes de que el guardia procediera a leer su nombre. Ni siquiera me habían preguntado si quería recibir esta visita, es más, no creía que fuera el horario de visita. Pero él, de algún modo desconocido para mí, siempre conseguía lo que quería.

El conocido hormigueo que me indicaba la cercanía de Hugo se intensificó, pero no parecía Hugo el que entraba por la puerta. Parecía haber crecido unos centímetros, pero también estar muy cansado. Las ojeras se extendían por sus ojos como dos lagos morados preciosos, no sé por qué sentí la tremenda necesidad de acurrucar su cara entre mis manos y besarle. Sus labios estaban pálidos y que podía decir de su cara, era de una tono casi tan blanco como el tono de mi piel. Su piel morena había desaparecido por completo y su pelo parecía tener mechones de un color muy claro, como canas. Si no fuera por su piel inmaculada habría pensado que había envejecido de pronto, el pelo caía liso sobre la cara y le había crecido un poco. Seguía estando igual de guapo a pesar de todo.

Entonces un pensamiento me revolvió el estomago y me clavo miles de agujas en el alma. Se estaba muriendo. Gire la cara de pronto para no encontrarme con sus ojos, para no ver como se ponían negros poco a poco. No lo soportaría. Había soportado todo lo demás, no había derrochado ni una lágrima. Pero si veía inundar sus ojos con el espeso lago oscuro que me indicaba la muerte, me vendría abajo completamente. Sentí que arrastraba la silla enfrente mía y me atreví, por fin, a mirarle.

Su piel tenía en algunos puntos el mismo tono azulado de sus ojeras. Le miré a los ojos, y no pude contener quedarme ahí lo que me parecieron segundos, aunque puede que hubieran sido minutos. Sus ojos eran de un negro oscuro espectacular, se mantenían totalmente intactos. Esperé a que la negrura que me perseguía hace meses los devorara, pero no pasó nada. La oscuridad de sus ojos seguía ahí intacta, de pronto sentí que mis músculos se relajaban, no me había dado cuenta de la tensión que había estado sufriendo. Solté un suspiro que me salió de lo más profundo del alma que creía haber perdido.

Así que ahí estabas, le susurré a alguna parte dentro de mí.

Me quedé mirándolo unos instantes más, no me importó lo que llegara a pensar. Dentro de poco iba a haber un juicio en el que me condenarían y me mandarían a sabe quién dónde. Seguramente sería una de las cosas más bonitas que podría recordar cuando estuviera encerrada en una celda. De pronto, un miedo atroz me atravesó, el miedo de olvidarme de su cara, de sus manos, de su voz. Si tuviera una cámara le echaría una foto para asegurarme de que eso no pasara.

Mi amigo imaginario.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora