El duelo.

1.3K 79 0
                                    

En el instituto nos dieron tres días de duelo.

Por la señora Evans.

A mí nunca me hubieran parecido suficientes los días perdidos comparados con lo que ella valía.

A ella, días perdidos de clases, siempre le hubieran parecido demasiados.

A Cele la quitaron el castigo, más o menos. Aunque no salimos. Después de los tres días llegó el fin de semana y no sabíamos que hacer. Quizás quedáramos los cuatro; Álvaro, Óscar, Cele y yo, y viéramos una peli y pidiéramos pizza.

Y así fue. Ese fin de semana mi madre había salido con mi padre, no de muy buenas ganas, pero habían salido a cenar. Y Cele se quedaba conmigo a dormir.

Las conversaciones se basaban en evitar cualquier tema que pudiera recordar a Evans. Aunque si te parabas a pensar un poco todo de recordaba a ella. El hecho de que estuviéramos ahí en mi casa, que tuviéramos como plan peli y pizza; y que estuviéramos nosotros cuatro.

La noche pasó rápido y al final, pudimos disfrutar de una hora de algunas risas y buen humor. De olvido, de aceptación.

Álvaro nos contó que le gustaba una chica, o que más bien no sabía si le gustaba. Y que cuando se asegurara nos diría algo. Como el nombre, por ejemplo.

Óscar seguía con su tan gustada soltería, que se basaba en echarnos piropos y en andar detrás de todas las chicas.

Pero en verdad todos sabíamos que estaba enamorado de Cele.

Menos Cele.

Cuando llegó la hora de irnos a dormir, Cele y yo nos acostamos en la cama de matrimonio que había en el piso de abajo, aunque yo no podía dormir bien en otro sitio que no fuese mi cama. Pero Cele no quería dormir sola. Así que me arriesgaba a no dormir nada por consentir sus caprichos.

Hacer tonterías por amor, lo llaman.

Mis padres llegaron poco después de que nosotras nos acostarámos. Di una cabezada y a la hora, como mucho, estaba otra vez despierta.

Entonces sonó algo.

En mi habitación.

Me quedé escuchando. Volvió a sonar. No eran pisadas, por suerte, y tampoco un animal, a no ser que fuera un animal dedicándose a tirar cosas al suelo. Me levanté despacio con el móvil en una mano y un libro en la otra. De algo me serviría, o eso quería creer.

Subí despacio las escaleras, y cuando llegué a mi habitación no sonaba nada. Entonces sonó de nuevo, a mi lado, sobresaltándome. Abrí el armario. No había nada. Además, mi madre lo había colocado y se vería perfectamente bien cualquier cosa. Pero me quedé a escuchar de todos modos. Pasaron quince minutos y nada. Supuse que había sido la puerta porque había dejado de sonar al abrirla.

Entonces mi madre apareció en la puerta.

-hola cariño. ¿Estás sonámbula?

La miré con cara raray me reí.

-no mamá, lo siento, había escuchado un ruido y me molestaba para dormir así que he venido a silenciarlo.

Intenté que no se fijara en el libro para que no adivinara mis verdaderas intenciones.

-lo siento, no quería despertarte,- me disculpé.

Se rio.

-no estaba dormida, no soy capaz de dormir.- dijo haciendo un gesto con la mano para quitarle importancia.-Más que nada porque tu padre se dedica a apoyarse en mí y me despierta cuando se apoya lo suficiente para asfixiarme.

Me reí.

-bueno, voy a dormir.

Antes de irme la di un beso.

Yo sabía que no había sido la puerta del armario. La mayor corriente de aire que había en mi casa era la de nosotros cuando pasamos o la que desprendían los calefactores. Pero nunca suficiente para mover una puerta. Y en mi habitación tampoco había calefacción.

Cuando volví Cele me estaba esperando sentada en la cama.

-¿ha pasado algo?- ne preguntó.

-no, nada importante. Un ruido no me dejaba dormir.

Cele abrió los ojos de par en par.

-era una puerta,- dije yo.

-¿sabes esa gente qué en las pelis de miedo escuchan un ruido, preguntan quién hay ahí y parecen idiotas por hacer eso en vez de salir a correr?

-sí,- dije, intuyendo su respuesta.

-pues así eres tú.

Mi amigo imaginario.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora