Imposible

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La sensación de peso encima de mí era reconfortante. Me hundí aún más en aquel hueco que tenía formado entre las mantas. El calor que provenía de algún sitio que no era mi cuerpo me relajaba. Sólo quería dormir.

El calor. Los tenues rayos de sol entrando por una ventana mal cerrada. La tranquilidad que emanaba de aquel calor, de aquel lugar. Los pajaros anunciaban el buen día que hacía fuera. Estaba amaneciendo, pues los rayos que reposaban sobre la cama eran rosas y azulados.

Entonces algo se movió encima mía. Aunque no me sobresalté tanto como debería haber hecho. Estaba segura de que todo era culpa de aquel embotamiento en el que estaba sumida.

Me incorporé un poco y me quedé mirando el cuerpo que yacía a mi lado.

La respiración de Hugo era lenta y pesada. Su cuerpo desprendía un calor que, ahora que me fijaba, que lo sentía, nunca antes había percibido. Su brazo estaba debajo de donde antes reposaba mi cabeza y uno de sus brazos estaban en mi cadera, dónde había caído después de que yo me levantara.

Tenía la cabeza de lado y, de vez en cuando, arrugaba el entrecejo con algún sueño que yo esperaba que fuese bueno.

El resto del tiempo sus facciones desprendían tranquilidad, paz, comodidad. Sólo sentía la necesidad de acercarme a ese lugar donde había reposado antes. Entre sus brazos.

Me abracé a él esta vez a la altura de su cara. Contemplé sus labios, parecían tan blandos y firmes. Sus ojos hinchados de dormir. Su pequeña nariz respingona. Los lados de su cara hundidos. Su piel. Bajé otra vez a sus labios y me mordí los míos en un acto reflejo.

Lo siguiente que vi fueron sus ojos negros mirándome. Se me cortó a respiración. Él me sonrió con sorpresa y ternura.

Me sonrió de verdad. Y eso no era algo que hacía a menudo.

.¿qué estás haciendo?- me dijo suavemente.

No sabía que contestar. ¿cómo podía preguntarme eso?

_anda duerme,- dijo al ver mi confusión,- yo ya me quedaré despierto. He debido quedarme dormido unos minutos,- dijo mientras se desperezaba.

Yo me senté en la cama. Creo que él estaba más confundido que yo. Le había visto dormir durante toda la noche, aunque no me había despertado mucho.

-¿cinco minutos?- pregunté.- ¿a qué hora te dormiste?

-¿dormir?- me preguntó con un brazo encima de la cara y mirándome de reojo.

Estaba tan guapo.

-estás tan guapa cuando te pones roja,- me dijo en un susurro mientras me apartaba un mechón.

-y tú tan raro recién levantado,- le contesté.

Muy bien, ya lo has estropeado, Poe, me recriminé.

-¿recién levantado? No me he dormido. Eran las once cuando nos acostamos y yo he tardado una una hora en cerrar los ojos, cuando tú te dormiste.- me contestó.

Cogí el reloj de la mesita.

Me restregué los ojos despacito.

-son las siete y media de la mañana,- le dije.

Él se incorporó tan rápido que me asustó y se quedaron sus labios a dos centímetros de los míos. Miró la hora en su móvil.

-imposible,- susurró,- IM PO SI BLE.

Abrió la puerta despacio y miró hacia mí con los ojos muy abiertos.

-tus padres están abajo,- me dijo.- podrían habernos visto.

-tú eres quién siempre dice que no me preocupe,- le dije.

-sí y quién nunca se duerme,- dijo muy serio.

Fue hacia la ventana y me dio un beso en la frente al pasar por la cama. Yo me quedé cruzada de piernas mirándole con mis grandes ojos.

Él se me quedó mirando y suspiró.

-no grites,- me dijo.

Y antes de que me diera tiempo a deducir nada, saltó por la ventana, cegándome con la luz del día.

Yo también suspiré.

Adiós, me dije.

Deja de despedirte de él, me dije yo también.

Mi amigo imaginario.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora