Como una sombra.

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-no vas a ir sola,- me dijo Hugo,- esto no me suena bien.

-sé que es raro, pero ¿hasta esto es sospechoso?- dije.

-ahora mismo todo es sospechoso Poe,- me dijo, grave.

-¿qué será?- susurré.

Hugo me estaba mirando.

-quiero que confíes en mí,- me dijo, casi en un susurro.

Parecía pedírmelo realmente. Desde dentro.

-¿qué?- le dije, sin entender muy bien a qué se refería.

-quiero que a partir de ahora me cuentes todas las cosas raras, eres una persona observadora, sabrás diferenciar los detalles.- me dijo.

-está bien,- dije yo.

Me di cuenta de que deseaba contarle todo. Lo que pensaba de la sombra. Que esa cosa no era humana. Lo que me pasaba con los ojos, lo que venía después.
Pero luego el miedo me inundó al pensar en que podría llegar a pensar de mí.
Prefería guardarme los secretos hasta más adelante. Y deseaba que más adelante no fuera tarde.

-me vestiré en un momento,- dije, intentando levantarme de la cama. Me llevé la mano al costado,- e iremos.

-no,- me dijo él, empujándome suavemente contra la cama.

Sólo me estaba agarrando por los hombros. Y ya me faltaba aire. Cerré los ojos como si el olor a tierra mojada se fuera a ir con ese gesto.
Me di cienta de algo.
También olía a oscuridad.

-estás muy débil,- me dijo, serio,- aunque a ti no te lo parezca. Puede ocurrirte algo malo si te esfuerzas.

-¿dónde vas?- le pregunté, intentando cambiar de tema.

-tengo que ir a hablar con alguien,- me contestó.

-a mí también me gustaría saber algunas cosas,- le dije, apenada.

-quizá sea mejor no decirte ciertas cosas, quizá te duela demasiado,- me advirtió.

-déjame que yo decida eso,- le dije.

Pero antes de que recibiera una contestación, se sentó encima de la cama y puso su moflete al lado del mío.

-ya te está bajando,- me dijo, divertido.

-puedes llegar a ser tan gracioso,- le dije con mala cara, irónicamente.

-y tú tan irónica,- me contestó.

Miró hacia la puerta de la habitación. Cogió mi móvil y escribió algo.

-ella cuidará de ti,- me dijo, señalando la puerta.- pero por si acaso,- me dijo levantando el móvil a modo de señal y dándomelo.

Supuse que habría apuntado su teléfono.

Asentí con la cabeza.

Cuando se fue a levantar reaccioné sin darme cuenta, cogiéndole del brazo. El me miró la mano.

-¿qué pasa?- le supliqué que me contara.

-yo no puedo decirte que te está...- comenzó a contestar.

-no, conmigo no.- le dije, seria, negando con la cabeza.

Su contacto estaba empezando a afectarme. Primero el calor, después los nervios, después los escalofríos.

-¿dónde vas?- le volví a preguntar.

-voy a hablar con Rafa. Creo que lo mejor, a pesar de todo, es mantenerle un poco cerca, al menos tendrá el suficiente miedo para no hacerte daño y hacer todo lo que yo le diga,- me dijo.

-Rafa no es tu muñeco,- le dije.

-deja de defenderle,- me dijo, muy molesto,- te sorprendería saber que él te ha tratado como uno.

El desánimo recorrió mi cuerpo. Asentí con la cabeza y él, simplemente, se fue.

No sé por qué le cabreaba tanto que mantuviera el mínimo contacto con Rafa. Tenía miedo de algo.

Y esto no era lo único que estaba pasando.

Sentí a alguien abrir la puerta de abajo y subir las escaleras. Parecía... pero no era posible, venía el Viernes.
La puerta de mi cuarto se abrió de golpe y Cele entró por ella.
Era Jueves.
No debería venir hoy.

Se llevó las manos a la boca.

-¡Qué mal estás!- me dijo medio llorando.

-¿qué haces aquí hoy?- la pregunté.

Me dio un abrazo que hizo que recordara el dolor que recorría cada poro de mi cuerpo.

-me enteré de que estabas así y pedí que me trajeran,- me dijo, exagerando.

Puse los ojos en blanco.

-exagerada,- la dije.

Se sentó a mi lado y me cogió la mano, apenada.

-me he venido porque pillaron a ciertas personas haciendo ciertas cosas y pagamos justos por pecadores,- me explicó.

La sonreí.

-Poe en serio tienes muy mala cara, además te noto... rara,- me dijo.

La verdad es que yo también me sentía rara. Como cuando pasó lo de Víctor y después no fui cosciente de mi cuerpo hasta mucho después. Como si algo no estuviera en su sitio.

-me estaré resfriando,- la expliqué, intentando sonreír.

-¿no te ha pasado nada bueno?- me preguntó.

La verdad es que ella parecía mucho más radiante. Me alegraba que se hubiera ido. Su pelo rubio brillante caía sobre su cuerpo. Se había cambiado el septum plateado por uno negro.

Sonreí ante la pregunta. No sé por qué me vino a la cabeza Hugo.

-¿y esa sonrisa?- me dijo alegre. De pronto se puso más seria.- ¿por qué te pones roja?

-bueno, he conocido un chico y la situación es bastante extraña y...- dije encogiéndome de hombros.

-¿y por qué te pones roja?- me preguntó, abriendo los ojos.

-no lo sé, Cele.- la dije, muy sincera.

-¿te gusta?- me dijo.

-no lo sé, no lo sé.- dije. Cerré los ojos y respiré profundo.

-creo que es mejor que descanses cielo,- me dijo,- si quieres me quedo haciéndote cosquillas hasta que te duermas y luego me voy.

-¿de verdad?- la dije muy contenta, y por un momento me relajé.
Realmente debía verme muy mal para que me propusiera eso.

-tengo que ver a ese chico,- me dijo, alegre.

Me quedé dormida.

Soñé con mi madre llevándome de esa casa. Soñé que mi yo pequeño saludaba a mi otro yo.
Después el sueño cambió y soñé que Cele me decía que había un chico vigilándonos y corríamos las dos juntas por la avenida y nos escondíamos.

-Alguien mayor y oscuro, como una sombra,- me decía poniedo garras de lobo y gruñendo.

Nos empezábamos a reír.

-como una sombra.

Mi amigo imaginario.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora