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El tiempo y el espacio no siempre son iguales. Tuve ese pensamiento rebotando de un lado a otro, recuerdo que había mirado con cierta tristeza el avión en cuanto salí de él, al volar tenía la absoluta certeza de que el tiempo allá arriba y el tiempo de los que estábamos pisando tierra transcurría de maneras muy diferentes. Quería alargar ese concepto, aplicar esa teoría de la relatividad a otros planos de mi vida; para sentirme un poco menos sola, un poco menos agobiada por la inmensidad de un absoluto todo.

Ya no recordaba el rostro de mi padre, por tal razón tuve que hacer un esfuerzo sobre humano de escarbar en mi memoria hasta el último recuerdo que tenía de él: un pequeño viaje a Italia a conocer el pueblo donde él había crecido. Había sido el último viaje familiar y yo había contado con cinco años de edad.  Mis padres se habían separado poco después porque ya no tenían nada que compartir entre ellos. Después de cuatro años de noviazgo y tres de matrimonio, el amor ya no estaba donde solía estar y yo sabía que ese era un sentimiento efímero como la vida de las estrellas en el firmamento. Podía durar tanto quisiera y después arder. Tal vez no resentía mucho el que se separaran porque era muy pequeña para entenderlo, lo complicado había sido vivir sin un núcleo familiar sólido. No tenía a nadie.

Un carraspeó me hizo parpadear de nuevo a la realidad. Zachary Leonardi me miraba atentamente y con una sonrisa tirando de la comisura de sus labios. Se acercó como si yo fuera un animal que no pretendía asustar y me abrazó. Me envolvió en un silencio en el que nueve años sin saber uno del otro se cernía sobre nuestros cuerpos. Era similar a un pariente lejano del cual no sabías que esperar. Del que conocías su rostro más no sus maneras.

-Riley, estás tan grande.-murmuró y detecté parte de esa entonación musical que provenía de sus raíces. Un acento italiano y agradable al oído que los años en Inglaterra y Australia no habían logrado borrar.

Se había criado en campos sicilianos rodeado del Mar Tirreno por un lado, el Mar Jónico por otro y el Mediterráneo que se expandía a sus pies. Crecido bajo un sol que colocaba hebras de oro en el cabello. Toda la familia paterna se dedicaba al comercio, pero nunca había sido una opción para mi padre; él no se veía vendiendo vino, pan y pescado en los mercados ambulantes. Así que había logrado sacar una beca completa para estudiar Leyes en Inglaterra. Salió adelante, eventualmente y conoció a mamá que por entonces estudiaba en la academia de Bellas Artes. Sin embargo nunca olvidaba de donde venía, al menos no durante el tiempo que aun lo veía. Decía con orgullo que los primeros años de su vida los había pasado entre pescadores y cabras que daban estupenda leche para hacer quesos y entre pequeños viajes a La Toscana para ayudar entre los viñedos.  Se enorgullecía de cantar viejas rimas italianas incluso a medio pasillo cuando realizaba las compras en el supermercado.

Me aplaudió cuando empecé a hablar el idioma por mi cuenta.

Un montón de vidas estaban transcurridas desde entonces.

Me gustaba mucho cuando hablaba, porque las palabras en su voz grave sonaban cantarinas, me remitían a un hogar perdido hace mucho, a una familia que ya no existía.

-¿Cómo estuvo el vuelo? -preguntó una vez que nos separamos y me sostuvo por los hombros como para asegurarse de que era su hija y no una desconocida. Su mirada llena de afecto y nostalgia fue más de lo que pude soportar, de repente todo el tiempo que había pasado se me estaba clavando en el pecho como una punta de hierro ardiente.

-Bien, dormí casi todo el rato.-mentí y di un paso atrás para  zafarme de su agarre. Sus manos cayeron a ambos lados de su cuerpo y una sonrisa triste se deslizó en su cara. Era alto, de hombros anchos, el tiempo había puesto canas aleatorias en partes diferentes de su cabello que yo recordaba era negro azabache, había agregado líneas de expresión en los ojos. Ver su rostro de nuevo provocó una maraña de sentimientos encontrados en mi estomago. 

-Te he extrañado tanto, no te imaginas cuánto-dijo antes de inclinarse a tomar mis maletas y con una mirada pedirme que lo siguiera. 

No dijo nada más y yo tampoco supe que responder. El calor de una tarde en Australia me golpeó a través de las chaquetas que tenía puestas. Aquí el mundo no se estaba congelando como en Londres. Me condujo  a una camioneta blanca donde puso mis pertenencias en la cajuela para después abrirme la puerta del copiloto.  No hablamos mucho en el camino, solo compartimos un par de comentarios sobre el clima y sobre si la estación de radio estaba bien para mí. No tenía idea de que decir, al menos algo que no arruinara las cosas y creo que mi padre tampoco estaba muy seguro sobre qué temas abordar. Me sentía débil, mareada y con unas ganas terribles de gritar al tope de mis pulmones. Cerré los ojos con fuerza; si los cerraba con suficientes ganas y me enfocaba en las melodías de The Smiths que sonaban en todo el auto, podía ignorar por completo el martilleo del cráneo.  Al final sentí el auto frenar y abrí los ojos antes de que él pudiera hablarme o tocarme.

La fachada de la casa era impresionante: moderna, dinámica, abierta. Pilares sostenían un balcón que se abría paso a través del segundo piso en dirección a la calle. Era verde menta con toques color vainilla. Una combinación de buen gusto y césped recién cortado en el jardín delantero. La  puerta se abrió y un muchacho alto y de cabello alborotado salió corriendo, se estampó contra mí y me levantó en el aire.

Escuché a papá reír.  Y por el rabillo del ojo lo miré con mis maletas viéndonos atentamente.

Esto no iba a ser sencillo.

Forte Oscurità [Hemmings] |Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora