Capitulo 9

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BROOKLYN'S POV

Siempre tuve cierta fascinación por las ferias. Mis papás murieron cuando yo tenía dieciséis años en un accidente de tráfico y antes de eso siempre andaban ocupados, y mi abuela siempre fue demasiado vieja para esas cosas, por lo que nunca pude ir a ninguna. Leía de ellas en los libros: las manzanas acarameladas, los algodones de azúcar, la rueda de la fortuna, el carrusel... Toda la vida imaginé el ir a una feria como salir de un mundo plano y sin vida, y adentrarse en uno lleno de colores y sensaciones nuevas...

La feria Northchester tenía eso; era un remolino de colores y luces parpadeantes, donde sentías que todo podía pasar; podría decir, sin miedo a equivocarme, que mi vida, tal como la conozco ahora, comenzó ahí, esa noche, entre parpadeos.

Matt y Dom me llevaron a la feria para distraerme. Sinceramente me debatía entre mis ganas locas de conocer una y el hecho de que iba a estar rodeada de niños chillones y adolescentes histéricos. Tampoco quería- o podía- estar demasiado cerca de mis dos dolores de cabeza. Pero sacaron la carta de que tenían la noche libre, que había que festejar que mi pie ya estaba curado, que era mi último día de "vacaciones" antes de volver al trabajo, blablablá.

Manejamos cerca de una hora para llegar, y tardamos unos buenos cuarenta minutos buscando lugar en el estacionamiento. Al bajar del auto, cada uno de los chicos rodeo mi cintura con su brazo, por lo que caminamos hacia la boletería en una especie de abrazo grupal. Pagamos las entradas e ingresamos a la feria por un arco con forma de cabeza de león, de tal modo que parecía que entrabas a su boca. El predio era enorme. En el fondo se ubicaba la rueda de la fortuna, una construcción gigante, redonda claro, cubierta de pequeñas lucecitas; delante de ésta, diversos puestos de juegos, desde tumbar latas con una pistola de agua, hasta cazar manzanas de un balde con la boca. El aroma a caramelo caliente y a algodón de azúcar inundaba mi nariz.

Los chicos quisieron ir primero a los autos chocadores, así que ahí empezamos el recorrido. Luego, fuimos a los juegos de tumbar cosas; en esos no participé, porque tengo muy mala puntería, pero sí me fui con dos hermosos ositos regalos de los chicos (el de Matt era un conejo de un marrón muy clarito; el de Dom, un pulpito violeta). Comimos algodón de azúcar y bebimos cervezas.

Después de mucho discutir con el encargado de la rueda de la fortuna, logramos subir los tres juntos. Fue mágico, se podía ver toda la ciudad desde ahí arriba. Estaba rodeada de las dos personas que más quería en este mundo, y pensé "¿por qué no pasar nuestra vida así, juntos?". Ambos me querían, lo sabía, y yo a ellos. ¿Por qué elegir? Vivíamos juntos... probablemente la gente no nos entendiera si nos viera pasar por la calle, pero dentro de nuestra casa podíamos hacer lo que quisiéramos.

No. Jamás lo aceptarían.

-¿Te has divertido?- pregunta Dom cuando volvemos al auto.

-La verdad es que sí, muchísimo.

-Te ves feliz- dice Matt-, como si hubieras ganado la Lotería.

-¿Y no lo hice?- respondo encogiéndome de hombros- Los tengo a ustedes chicos, que son los mejores.

-Awww- dice Matt- eres adorable.

-Sí, lo eres- dice Dom-. ¿Qué tal si hacemos comida mexicana?

-Claro, es mi segunda comida preferida.

******

Al llegar, dejo a los chicos preparando unos nachos y yo me voy a dar una ducha. Me deshago de la ropa y me ubico bajo el chorro de agua tibia. Lavo mi cabello lentamente y luego me afeito las piernas. Al salir, me envuelvo en mi bata para secarme. Me paso crema en el cuerpo y seco mi cabello. Frente a mi armario, tomo un conjunto de ropa interior negra, de plumeti (micro tul), que compré por puro capricho y nunca estrené. Consta de un corpiño triangulo, que deja entrever mi cuerpo, y un culotte. Arriba de eso, una camisa de jean amplia y larga y un short negro.

Al volver al salón, los chicos ya están ubicados frente a la mesa. La comida ya está dispuesta, junto con tres botellines de cerveza. Me siento entre ellos; están viendo un partido de fútbol. Dominic me pasa una botella y Matt me acerca el plato de nachos.

Iniciamos una conversación superficial sobre lo que vimos e hicimos en la feria. Luego pregunté por la liga de fútbol, aunque no me interesa para nada, y luego conté estúpidas anécdotas de mi niñez. Al final, cuando ya no quedaba nada sucio en la cocina, y ya no se me ocurrían otros temas inocentes con los que perder el tiempo, dije que tenía mucho sueño y me fui a mi habitación.

No era sano tener a dos personas constantemente en la cabeza y no saber qué hacer...    

¿Quién dijo que el amor es de a dos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora