Allí yacía la cicatriz marcada de por vida que significaba que todo era real, que no había sido un sueño, que su pelea con ella había sido lo más real que había sentido en su vida posiblemente. Fue bajando la mano hasta que las yemas de sus dedos tocaron el gran tatuaje que atravesaba su brazo derecho.

La prueba de que era un fénix infinito, sonrió levemente, todavía podía acordarse del pacto.

El pacto que formaron los tres.

Ya faltaba menos. Tres semanas y se volverían a reunir en el lugar de su reencuentro su hogar, junto con su única y verdadera familia. Las volvería a ver, tenía curiosidad de saber si habían cambiado.

Seguramente, posiblemente ya serían mujeres. Pero para él e su cabeza seguían siendo aquellas niñas. Puede que a lo largo de aquellos tres años había estado las primeras veces con mujeres y las había visto completamente desnudas. Pero aún así era incapaz de imaginárselas como chicas.

Siempre habían sido niñas y para él lo seguirían siendo, o al menos eso creía él.

Sus parpados empezaban a pesarle, soltó una última sonrisa.

   − Espérame Cabeza de Llama nos volveremos a ver pronto…

 

 

 

El Tíbet.

 

El viento soplaba, un fuerte viento. El viento no se detenía en el Tíbet. Allí era donde el viento soplaba más fuerte, por lo tanto el lugar perfecto de entrenamiento para una chica de viento. Saltó del árbol en el que se encontraba y antes de caer al suelo desapareció.

Volvió a aparecer en el cielo a metros del suelo, aquella era una de sus nuevas habilidades, de la que no estaba muy perfeccionada. Era casi como volar, pero de forma diferente. Ella se hacia completamente una con el viento y su cuerpo era fundido con el hasta aparecer en el lugar que ella quería, bueno lo ultimo aún no. 

Siguió apareciendo hasta posarse en una gruesa rama de un árbol, a lo lejos podía distinguir el templo. El viento seguía soplando, ella respiró profundamente, le encantaba estar al aire libre. Alzó su brazo y a los segundos un halcón se poso en este, de no ser por el grueso guante que llevaba el animal le perforaría el brazo con aquellas grandes y afiladas garras.

Aquel precioso animal a penas tenía cinco meses, ella lo había criado desde que había sido un huevo abandonado hasta ahora, eran inseparable. El halcón volvió a alzar el vuelo y ella volvió a intentar materializarse.

En esta ocasión apareció en lo más alto de un risco de la montaña, incluso debajo de sus pies se podían distinguir pequeñas nubes. Allí el viento soplaba más fuerte.

Sus coletas castañas habían crecido y bailaban junto al viento, sus ojos grises como el cielo en aquella mañana resplandecían de emoción, con sus agudos oidos oyó como la llamaban desde el templo, así pues de saltó de aquel saliente de la montaña hacia abajo. Llevaba allí un par de meses y ya había conseguido adaptarse a la falta de oxigeno en el aire, al igual que los monjes del templo que la habían recibido con los brazos abiertos al enterarse que ella era una chica del aire según ellos.

Crónicas Elementales 2: Agua de Cristal. © [PRÓXIMA REEDICIÓN EN AGOSTO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora