⚜️D: Especial

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La música era muy distinta a la que se tocaba en Sanguinem. A comparación de los refinados gustos de los vampiros, los pueblerinos de un reino al lado Sur del continente gustaban por la melodiosa tonada de la flauta, los ruidosos tambores y la divertida chispa de la pandereta. Aquella armonía iba acompañada de los enérgicos movimientos de unas jóvenes bailarinas, quienes rodeaban al anciano flautista. Ellas sonreían coquetamente, encantando a cuanto varón o bella dama que llamase su atención. Con un guiño, que funcionaba como una invitación difícil de declinar, los arrastraban en medio del comedor para mover el esqueleto. Y si su delicado pestañar no los convencía, se levantaban la falda.

—Sinvergüenza —musitó Mikaela, torciendo una mueca al desviar su mirada—. Es desagradable ver sus calzones viejos.

El vampiro bajó su capucha hasta la punta de la nariz y prosiguió examinando su vaso de sangre. Le daba vueltas sobre la mesa de piedra, agitando su contenido. Por más que haya limpiado el borde con la manga de su capa, no podía colocar sus labios sobre el cristal. Un burlesco suspiro hizo que levantase la mirada. Yuichiro arrimó todas las botellas de cerveza que había consumido y le sonrió.

—¿Hasta cuándo vas a seguir mirando tu merienda? Le vas a hacer un hueco con tus ojos —dijo Yuichiro, apoyando sus codos contra la tosca superficie del mueble—. Mikaela, sé que te da asco, pero tienes que entender que nadie lava las cosas aquí. Estamos en un pueblo, no en un castillo. —Hizo una pausa, alborotándose la cabellera de la frustración—. Tienes que comer algo.

Mikaela negó con la cabeza.

—¿Tienes idea de lo que podría pescar? —gruñó levemente, empujando el vaso hasta el centro de la mesa—. Por si no lo has notado, esta posada está en frente de un prostíbulo. Si tu pequeño cerebro peludo no lo ha procesado, después de coger, todos tienen hambre.

—¿Y tú cómo puedes saber que todos los que tienen coito quieren comer después del acto? ¿Experiencia propia? No recuerdo haberlo hecho contigo, todavía.

—Ese no es el punto, estúpido zorro. —Mikaela se ruborizó hasta las orejas y se cruzó de brazos—. Sabes que accedí salir del castillo a escondidas para tratar de adaptarme a las costumbres del pueblo, pero jamás me referí a esto. En especial, sabiendo que me podría salir cosas asquerosas en la boca o una comezón desconocida.

—Estás exagerando —dijo Yuichiro, meneando la cabeza—. Desde que hemos llegado a este pueblo, no has comido nada. Al menos toma un poco de sangre.

—No pienso comer.

—¿Estás seguro?

—¡Segurísimo!

Al incorporarse de golpe, el vampiro volcó la silla contra el suelo. Ésta rebotó, pero nadie notó el fuerte ruido que provocó pues las vivas voces, sus estridentes carcajadas y las canciones del bardo inundaban el local. Nadie se percató de aquel accidente, ni cuando Mikaela se tambaleó por un fuerte mareo y terminó desplomándose sobre el pecho de su acompañante.

Preocupado, Yuichiro se aferró a él y lo sostuvo protectoramente. Entrelazó sus brazos sobre sus hombros y su cintura para poder guiarlo en su caminar. El zorro se adentró entre la danzante multitud y se abrió paso entre ellos. Ambos atravesaron el salón hasta que llegaron a los grandes portones de madera y salieron de ahí.

A comparación del bullicio de adentro, en la calle no albergaba ni un alma. La única tonada que escuchaban era la que provocaban los grillos y otros bichos musicales. Ni bien los grandes portones se cerraron tras ellos, la canción de los animalillos se hizo más notable.

Los dos príncipes caminaron por el terral, pasando uno que otro mendigo o comerciante que salían de diversos callejones. Prosiguieron su andar, pasando por varias chozas y casas de madera a medio construir.

¿Quién se casó con Mikaela Hyakuya?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora