⚜️05: La primera lección

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Las sirvientas se habían cerrado en un pequeño círculo, cuchicheando cuanto chisme podían intercambiar, intentando disimular su risa, apretando sus labios juntos y dándose codazos a los lados

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Las sirvientas se habían cerrado en un pequeño círculo, cuchicheando cuanto chisme podían intercambiar, intentando disimular su risa, apretando sus labios juntos y dándose codazos a los lados. Pero el brillo de su mirada las delataba. Esa divertida chispa de la juventud. La senil ama de llaves lo sabía de antemano al percatarse de sus temblorosos hombros y graciosas muecas.

—¿Por qué no actúan como las señoritas que son? ¡Dan vergüenza! —les amonestó la señora, mandándolas a guardar silencio—. Deberían aprender de Mahiru. Es la menor y tiene mejor postura que ustedes.

La pequeña Mahiru se ruborizó ante el comentario, apartándose del grupo de ellas que se encontraban en medio del corredor junto a los demás sirvientes y soldados. Vaciló en alzar la cabeza, pues sentía la hostilidad que iba dirigida hacia ella.

Desde que había llegado a servir a los vampiros en el castillo, no hubo un trato cordial, y no se sorprendería si la odiasen mucho más de lo que ya lo hacían por aquel inoportuno comentario.

—¡Ja! Solo porque es la favorita de los reyes —murmuró una lo suficientemente alto para que todos escuchasen—. Me pregunto cuántos penes habrá tenido que atracarse para llegar hasta aquí.

—Los suficientes para dejarla muda —rio otra, señalándola—. Es tan inútil. Y fea. Mira esas larguiruchas orejas.

Las muchachas estallaron de risa, felicitándose por escupir aquel vil insulto. Aunque Mahiru estaba acostumbrada al maltrato, ella no era de piedra. Las lágrimas se estaban acumulando en sus ojos, listas para iniciar su descenso por su sucio rostro. Odiaba que la tratasen como un paquete de basura por ser un elfo.

Las puertas del dormitorio se abrieron de golpe, mandando una potente fuerza que levantó las faldas de las mujeres e hizo caer los cascos de los soldados al suelo. Su Alteza marchó fuera de su habitación con uno de los semblantes más extraños que hayan podido presenciar en tantos años de servicio: Mikaela sonreía. Avanzó con una risueña expresión, la cual fue borrada cuando sus ojos se posaron en una diminuta figura.

—Por el amor de Sanguinem, ¿quién le ha robado su caramelo? —gruñó Mikaela al observa a Mahiru, y viró hacia el primer guardia que viese—: Soldado, retírenla de mi vista y denle un maldito chupete. Me da calambre al ojo ver tanta miseria.

El soldado de arrodilló y babuceó:

—Con todo respeto, su Alteza, la muchacha trabaja para usted. Es un elfo, no una niña.

—Mucho peor. Denle comida para un mes y devuélvanla al pueblo.

Mahiru estaba petrificada. Su corazón cayó al suelo, rodando muchos metros más allá. Ella buscó a la ama de llaves con ojos suplicantes, pero solo encontró los burlones murmullos de sus compañeras y una dura espalda senil.

La joven se acercó a la anciana que había sido como una madre para ella durante todo su entrenamiento, tratando de aferrarse a la vasta de su vestido cuando el guardia la tomó de los hombros, apartándola con brusquedad.

¿Quién se casó con Mikaela Hyakuya?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora