⚜️Prefacio II

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Michirou esbozó una risueña sonrisa y pretendió que sus miembros se vieran lo más relajados posible; no obstante, sus venas se marcaron por el esfuerzo que cometió al prenderse del marco de la ventana. En especial cuando tenía medio cuerpo fuera y una pierna atada a una de las sábanas que amarró a la esquina de la cama.

Yuichiro —pronunció Mikaela en tono autoritario.

Solo bastó darle la señal y su esposo chasqueó sus dedos. Como si las sábanas tuviesen vida propia, éstas terminaron por envolver al joven zorro y lo llevaron preso frente a los pies de sus padres. Michirou pegó un grito de auxilio en el proceso.

—¡No saben lo que están haciendo! —berreó Michirou, zarandeándose en el piso como una lombriz.

—¡Oh, créeme! Tenemos bastante experiencia en ello —anunció Mikaela con sorna.

—Entonces deben de saber que no estoy muy entusiasmado en ir a visitar a esa princesa. Si es que tiene la decencia de comportarse como una...

Michirou —regañó Yuichiro.

—¡Es que es la verdad, papá! Las pocas veces que he ido a visitarla, se me ha tirado encima. Le he dicho en mil idiomas y un millón de veces que no es no... ¡pero me ignora! La mayoría piensa que es una broma entre nosotros, pero no es cierto.

Ahora que lo consideraba, Mikaela siempre vio a la princesa sobre el regazo de Michirou. El rey vampiro asumió que había sido permitido por ambos jóvenes, ya que Michirou no les había comentado ni una sola palabra hasta la noche de hoy. Mikaela asintió, angustiado de no haberlo notado antes. Antes de que Mikaela pudiese brindarle su apoyo, Yuichiro intervino:

—Te creo, hijo.

Michirou pareció sobrecogido y paró de forcejear. Yuichiro dio otro chasquido y las sábanas se retirados lentamente. Mikaela se acercó al joven zorro y lo ayudó a ponerse de pie.

—Tu padre y yo te comprendemos.

—No estás obligado a ir si ese es el caso — aseguró Mikaela.

—¿Lo dicen en serio?

Ambos padres asintieron.

—Yuumi tampoco fue a muchas fiestas hasta después de los sesenta años. Me imagino que su pareja actual pescó su interés y nunca se dio por vencida hasta que estuviesen comprometidas.

Michirou también lo recordaba, aunque él se encontraba fuera del castillo la mayor parte del tiempo y solo pudo ver a su hermana cuando recién comenzó el cortejo y la culminación de éste en una pedida de mano. Michirou agachó la cabeza, apenado, pues su trabajo como escritor lo tenía realmente ocupado. A veces se quedaba semanas encerrado y solo veía la luz del día cuando iba al baño del corredor.

—Solo envía una carta de disculpa a la princesa y nosotros colocaremos el sello real con nuestra aprobación —sugirió Mikaela—. Pero ni una sola palabra a tus abuelos o pegarán un grito.

Yuichiro asintió y comentó:

—Si fuera como en nuestros tiempos, las cosas serían mucho, mucho peor. Lo consideraban una provocación para empezar una guerra... Tus abuelos Shinya y Guren me hubieran colgado de las pelotas si me negaba a casarme con tu papá. Para mí suerte, terminé enamorado de él.

Michirou abrió los ojos de par en par, atento.

—Y yo de él —admitió Mikaela—. Fue todo gracias a sus dibujos. Cuanto me hubiera gustado que hubieses estado ahí, Michirou. El día en que nos casamos hicimos historia y...

—...Ese día fue bendecido como el flechazo del vampiriachi —dijeron Mikaela y Michirou al unisón, uno remedando al otro.

Mikaela le dio un ligero codazo, pues el comentario estaba de más.

Algunas cosas no cambiaban en la pequeña familia.

Los Hyakuya estaban compuestos por Michirou, un trabajador zorro de dorados cabellos; Yuumi, una elegante vampiresa de cabellera azabache; Mikaela Hyakuya como el rey de primer mando en su respectivo reino; y Yuichiro, el rey de segundo mando en el castillo que compartía con su esposo. Sin embargo, iban a dejar de ser cuatro integrantes. ¡Y no estábamos contando con la dulce prometida de Yuumi!

—¡Es que siempre me cuentan la misma historia! —abucheó Michirou.

—No te cuesta nada dejar hablar a tu padre —gruñó Yuichiro, colocándose de cuclillas junto a su esposo. Yuichiro acarició su barriga y añadió—: Ya sabes que no está de humor para tus chistecitos cuando tiene que cargar con una sandía.

—Digamos que fue su propia decisión ponerle otra pepina en los intestinos —murmuró Michirou, cruzándose de brazos.

Yuichiro chasqueó sus dedos y uno de los zapatos de Michirou fue directamente en dirección a su frente. El pobre joven zorro pegó un gritó y empezó a renegar con más fuerza, aclamando injusticia.

—Menos bufidos y más apoyo, Michirou. Tenemos un evento especial para anunciar si tendrás una hermanita o un hermanito. Espero que bajes de tu habitación y al menos hagas acto de presencia... No me gustaría tener que llamarte la atención en frente de tus abuelos. Ya no eres un crío —advirtió Mikaela en un tono estricto, pero compasivo.

—Los invitados llegaran en un par de horas. Será mejor que te vistas y nosotros nos ocuparemos de la invitación con dicha princesa, ¿de acuerdo? —dijo Yuichiro.

Michirou suspiró.

—Sí, entiendo, papá.

Michirou escuchó la puerta cerrarse. Luego se dirigió a su mesa de tocador y se contempló en el espejo, girando su perfil de lado a lado. ¿Quién querría ver a un zorro con todas esas asquerosas ojeras? Sin mencionar el seco pelaje de sus orejas y su cola. ¡Por la virgencita! Se había dejado llevar todas estas lunas en su alcoba. ¿Y qué había hecho? Solo escribió un miserable capitulo, el cual terminó en el cubo de basura.

—No puedo seguir así, sin ninguna inspiración... —musitó para sí mismo.

Michirou usualmente escribía lo que se le antojaba; no obstante, las ventas empezaron a decaer cuando un libro en particular ingresó al mercado. Michirou no pensó mucho en ello al inicio. ¡Bah! ¿Qué importancia tendría un tomo de romance de lo más bobo y cursi?

—El más leído del año... —continuó.

¡Por qué tuvo que subestimar dichos escritos! El maldito libro fue todo un éxito en el vasto continente. Hasta uno de sus escritores favoritos de horror dio una extensa recomendación. Como quinientas palabras más de las que él había recibido por su tercer volumen. Michirou quería hacer una rabieta en medio de la calle y despedazar el diario hasta hacerlo tiritas de papel para manualidades.

Michirou inhaló profundamente y sacudió su cabeza.

—Es tiempo familiar, es tiempo familiar. Dejemos el trabajo a un lado.

«El mejor romance del año», corrió por su mente.

—¡Me lleva la...!

¿Quién se casó con Mikaela Hyakuya?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora