—Bueno, corazón —aceptó mi hermana agarrando su cartera y depositando un beso en la cabecita de Olivia antes de señalar a Alec con un dedo—. Pero sólo un capítulo y después a dormir, ¿entendido?

—Claro que sí —prometió, aunque sabíamos que mentía. Desde hace unos meses, Alec estaba usando a nuestra sobrina como excusa para dejar salir su lado friki amante de los dibujos animados—. ¿Para mí no hay beso?

Pero ella ya se había ido. Así que cuando salí, le di un beso en el cachete a cada uno, diciendo:

—Gracias por cuidarla—. La verdad me sentía algo culpable por hacer que Alec se quede solo con Olivia un sábado por la noche cuando nosotras salíamos y Manuel había desaparecido en una de sus citas.

—Es un placer tener una cita con esta belleza —sonrió acomodando a Olivia en sus brazos. Mi sobrina en verdad era una niña muy bonita: cabello rubio y facciones delicadas como las de Blanca y ojos marrones como los de mi mamá, sólo su sonrisa pícara había sacado de su padre al que ella no conocía—. ¡Diviértanse!

El departamento de Percy era pequeño y abarrotado de libros, discos, equipos de música, elementos de pintura, instrumentos, telas y mil cosas más. Por lo que apenas entrábamos todos. Pero la música era excelente, también la comida. Fernet, vino y cerveza no dejaba de pasear de mano en mano, excepto para los conductores designados a los que Percy les preparó unos jugos de frutas riquísimos -lo sé porque yo era una-, y todos estaban felices. En especial el cumpleañero que no se quedaba quieto, saludando y hablando con todos, pero siempre volviendo a Percy con esa sonrisa boba que sólo le pertenecía a ella.

Estaba hablando con unos amigos de la facultad, cuando vi que mi hermana se dirigía a las escaleras que llevaban a la terraza de la mano de Renzo, el baterista de la banda, un chico divertido y simpático, con ojos achinados y risa contagiosa. Suspiré con una sonrisa, cuando Blanca me vio e hizo nuestra seña, colocando un dedo en la mejilla y señalándose un ojo, lo que decía "pórtate bien porque yo no lo haré". Así que supuse que no la vería por un rato.

Pero justo cuando saqué los ojos de mi hermana, vi a Casiano parado cerca de la puerta, con un vaso de jugo en la mano y un cigarrillo en la boca, completamente solo, mirando la fiesta como si quisiera estar en cualquier otra parte. Con una mezcla de curiosidad, pena y temor, me acerqué a él.

—Si no cambiás esa cara de orto, Guido se va a sentir mal —le dije, sabiendo que Guido era el tipo de personas que se preocupaba por que todos a su alrededor se sintieran bien, en especial su mejor amigo. Pero como no me animé mirarlo para conocer su reacción, fijé mi vista en el líquido naranja de su vaso decorado con un paragüitas, en sus largos dedos de músico, en los tatuajes que había en cada nudillo, eran kanjis. Solo alcancé a reconocer el que llevaba en el meñique: familia.

—Esta es la única cara que tengo y si no te gusta no la mires —gruñó él.

Quedamos un momento en silencio mientras sonaban algunas canciones de Red Hot Chili Peppers, hasta que decidí intentar romper el hielo con mi compañero. Entonces comencé a hacerle preguntas casuales, las cuales él apenas respondía con frases monosílabas, si es que tenía la suerte de que me contestara.

Lo único que llegué a saber de él era que vivía solo, le iba bien en la Facultad de Música, tenía que volver en moto y por eso estaba tomando jugo, y tenía una hermana. Nada más.

—¿Por qué hacés esto? —preguntó de repente.

Sorprendida, lo miré. La expresión en su rostro era fría e indiferente, aunque sus ojos me miraban con cierta curiosidad

—¿Acaso estás queriendo coquetear? Porque si es así, tengo que decirte que no sos mi tipo —agregó.

—¿Y cuál es tu tipo? ―lo desafié.

Las canciones de CelestinaOnde as histórias ganham vida. Descobre agora