58. Cassidy Jackson

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Todas se habían levantado de la mesa con prisa, Cassidy ya tenía su arma en una mano y estaba dispuesta a defender a sus amigas. Entonces, la voz de Afrodita la detuvo haciéndola quedar unos pasos rezagada.

—¿Qué necesita, mi señora? —Cassidy presionó la mandíbula, preocupada de retrasarse demasiado o que a sus amigas les ocurriera algo. Tampoco es como si hablar con la diosa Afrodita fuese una actividad muy de su agrado.

Afrodita sonrió, como el gato en el País de las Maravillas. Cassidy, en lo personal, prefería al Sombrerero.

—A veces el amor es la respuesta de todo. Un amor prohibido, como el de Paris y Helena.

—Ambos murieron —soltó la semidiosa—. Y provocaron una guerra. ¿Cómo sería eso una respuesta a este problema?

—Humm... —la diosa se miró las uñas, admirando el perfecto esmaltado—. Alguna vez te he dicho que tendrías un trágico romance griego. Tu vida amorosa es de las más entretenidas de las que he visto este milenio, ya intervine lo suficiente contigo así que ahora sólo me sentaré a admirar lo que he creado. Y déjame decirte que eres un poco... interesante por ti misma.

Cassidy parpadeó. La mayor parte del tiempo no comprendía a la diosa del amor.

—En fin. Al final sí habrá tragedia en tu historia, de muchos modos que ni te imaginas —le guiñó—. Pero no siempre un amor como de Paris y Helena trae guerras, a veces trae unión. —Le hizo un gesto con la mano—. Puedes irte, porespero que seas tan entretenida como espero, Cassidy Jackson.

Cassidy no necesitó que se lo dijera dos veces y salió corriendo tras sus compañeras de misión. Las alcanzó en cuestión de segundos pero... No llegaron al barco.

A mitad del muelle, cuatro águilas gigantes descendieron delante de ellas. Cada una de las aves depositó un comando romano compuesto por campistas vestidos con tejanos y camiseta morada y equipados con una reluciente armadura de oro, una espada y un escudo. Las águilas alzaron el vuelo, y el romano del centro, que era más flaco que los demás, levantó su visera.

—¡Ríndanse a Roma! —gritó Octavian.

Hazel desenfundó su espada de la caballería y masculló:

—Ni en tus sueños, Octavian.

Cassidy pasó la mirada por los romanos. Sabía que a Octavian podría doblegarlo fácilmente sin necesidad de utilizar sus poderes, pero los otros tres se veían fuertes. Sería divertido.

Estaba dispuesta a luchar y acabar con el irritante augur de una vez por todas, sin embargo Piper levantó las manos en un gesto apaciguador.

—Octavian, lo que pasó en el campamento fue una trampa. Podemos explicarlo.

—¡No te oigo! —gritó Octavian—. Tengo cera en los oídos. Es el procedimiento habitual cuando se lucha contra sirenas malvadas. Y ahora tiren las armas y dense la vuelta despacio para que pueda atarles las manos.

—Dejen que lo mate —suplicó Cassidy—. Por favor. Aunque sea un poquito.

El barco estaba a solo cincuenta metros de distancia, pero Percy no se hallaba en la cubiera. Probablemente estuviera aún bajo el agua, ajeno a la invasión. El grupo de Jason no tenía previsto llegar hasta que se pusiera el sol.

Se le estaba acabando el tiempo. Las águilas daban vueltas en lo alto, chillando como si estuvieran avisando a sus hermanas: «¡Eh, aquí hay unos sabrosos semidioses griegos!». Cassidy ya no veía el carro volador, pero dio por sentado que estaba cerca. Tenía que pensar algo antes de que llegaran más romanos.

—¿Y bien? —preguntó Octavian.

Sus tres amigos blandieron sus espadas.

Muy despacio, Cassidy avanzó con su tridente en alto. La mano libre la dirigió tras su espalda para hacerle un gesto disimulado a las demás de que buscaran una forma de escapar.

Cassidy Jackson y los Héroes del OlimpoWhere stories live. Discover now