32. Nico di Angelo

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Aquella noche no era como cualquier otra. Nico estaba acampando en el frío y oscuro bosque luego de un largo día de buscar a Percy. Estaba cansado, no iba a negarlo, llevaba días sin dormir especialmente bien por la preocupación que sentía por el hijo mayor de Poseidón así que apenas comenzó a atardecer y cenó, no perdió el tiempo en meterse a su tienda y dormir.

Pero se despertó cuando ya había oscurecido, estaba sudoroso a pesar del crudo invierno, y descubrió que había estado llorando en sueños. Se restregó los ojos furiosamente intentando apartar el sueño mestizo cuando un escalofrío lo recorrió, la abrazadora y desgarrante sensación de la muerte lo embargó.

Una nueva alma había entrado al inframundo.

Pero no era un alma cualquiera, era una que él conocía demasiaido bien.

—Mierda —se mordió el labio inferior intentando reprimir un sollozo. Se levantó del suelo con las piernas temblorosas como gelatina y se cerró la chaqueta de aviador antes de dejarse envolver por las sombras para desaparecer. Murmuraba como mantra—: por favor, no. Por favor, no. Por favor, tú no.

Viajó por las sombras hasta el inframundo con el único deseo de encontrarse que su poder para sentir las muertes hubiera fallado.

* * *

Su cuerpo ya no dolía, y eso era un alivio, pero aquella oscuridad la inquietaba ligeramente. Se sentía ingrávida y como si su consciencia se despegara poco a poco de su cuerpo, casi flotando en el aire.

Hasta que tuvo la necesidad de abrir los ojos.

Dio una bocanada en busca de aire y descubrió que en realidad no lo necesitaba. La luz la había cegado momentaneamente pero ahora ya podía recorrer el lugar con sus ojos verde mar: un sitio ya conocido, con muchas almas a su alrededor esperando en bancas.

Se levantó de la silla y miró hacia abajo, traía la ropa intacta y el pecho libre de cualquier herida, pero aún persisitía la sensación del metal atravesando su pecho, perforando sus pulmones y arrebatándole la vida en un suspiro.

La muerte no la inquietaba, ya había intentado morir en algunas ocasiones hacía unos años, pero había seguido adelante, y ahora por fin parecía que tendría calma. Se tambaleó ligeramente al dar un primer paso, pero casi al instante se recompuso, y avanzó hasta el alto mostrador que... definitivamente ya no era tan alto.

Se aclaró la garganta para llamar la atención del sujeto de seguridad: un hombre muy alto, de piel oscura y cabello rubio cortado al estilo militar (ella jamás admitiría que aquel último detalle le recordó al chico nuevo: Jason Grace). El sujeto seguía llevando gafas de sol y una camisa de seda italiana que hacía juego con su cabello.

Cuando los ojos detrás de las gafas la miraron, ella pudo ver la muerte y la desesperación en lugar de las pupilas.

—Vaya —dijo el sujeto con su marcado acento británico, dejó de arreglarse la rosa negra de la solapa y le sonrió de medio lado a la chica—. Así que nos volvemos a ver, diosecilla. En realidad no te esperaba tan pronto, princesa del mar.

Cassidy se encogió de hombros restándole impoerancia al asunto—. Supongo que tengo que esperar unos cuantos siglos hasta que me dejes pasar, ¿no es así, Caronte? No tenía ningún dracma encima cuando me morí.

Caronte bufó y la recorrió con la mirada—. Déjame revisar —bajó la mirada hacia un libro muy grande y recorrió la lista escrita en el papel con ayuda de un dedo para no perderse—. Aquí estás, Cassiopeia Jackson. Tu padre pagó hace tiempo la cuenta para que cruces el Estigio.

Cassidy se sorprendió, y casi se indignó, ¿su padre realmente había pagado tan pronto por su muerte? ¿Tan poco confiaba en que ella sobreviviría?

—No jodas, ¿en serio? —y comprobó por sí misma que su nombre estaba en la lista y aparecía junto a un claro «Pagado».

Cassidy Jackson y los Héroes del OlimpoWhere stories live. Discover now