56. Percy Jackson

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El túnel se extendía por el suelo de un acuario del tamaño de un gimnasio. Exceptuando el agua y algunos elementos de decoración baratos, parecía majestuosamente vacío. Percy calculó que habría unos veinte mil litros sobre sus cabezas. Si por algún motivo el túnel se hacía añicos…

No es para tanto, pensó Percy. He estado rodeado de agua miles de veces. Juego en casa.

Pero el corazón le latía con fuerza. Se acordó de cuando se había hundido en la fría ciénaga de Alaska, con el lodo negro tapándole los ojos, la boca y la nariz.

Forcis se detuvo en mitad del túnel y extendió los brazos orgullosamente.

—Una pieza preciosa, ¿verdad?

Percy trató de distraerse concentrándose en los detalles. En un rincón del acuario, acurrucada en un bosque de quelpos falsos, había una casita de campo hecha de plástico a tamaño real y de cuya chimenea salían burbujas. En el rincón opuesto, una escultura de plástico de un hombre con un anticuado traje de buzo se hallaba arrodillada al lado de un cofre del tesoro que se abría cada pocos segundos, expulsaba burbujas y volvía a cerrarse. Sobre el suelo de arena blanca había esparcidas canicas de cristal del tamaño de bolas para jugar a los bolos, además de un extraño surtido de armas, desde tridentes hasta arpones submarinos. Al otro lado de la pared transparente del acuario se levantaba un anfiteatro con asientos para varios cientos de personas.

—¿Qué tiene aquí dentro? —preguntó Frank—. ¿Un pez de colores asesino de tamaño gigante?

Forcis arqueó las cejas.

—¡Oh, eso estaría bien! Pero no, Frank Zhang, descendiente de Poseidón. Este tanque no es para peces de colores.

Al oír las palabras «descendiente de Poseidón», Frank se sobresaltó. Dio un paso atrás, agarrando su mochila como si fuera una maza que se dispusiera a blandir.

Percy notó el miedo bajándole por la garganta como jarabe para la tos. Por desgracia, era una sensación a la que estaba acostumbrado.

—¿Cómo sabe el apellido de Frank? —preguntó—. ¿Cómo sabe que es descendiente de Poseidón?

—Bueno… —Forcis se encogió de hombros, tratando de hacerse el modesto—. Seguramente figuraba en las descripciones que me dio Gea. Ya sabes, para la recompensa, Percy Jackson.

Percy quitó el capuchón de su bolígrafo. Inmediatamente, Contracorriente apareció en su mano.

—No me engañe, Forcis. Prometió darme respuestas —exigió.

—Sí, después de hacer la visita VIP —convino Forcis—. Prometo que les contaré todo lo que tienen que saber. Sin embargo, no tienen por qué saber nada —su grotesca sonrisa se ensanchó—. Verán, aunque llegaran a Roma, cosa bastante poco probable, no vencerían a mis hermanos gigantes sin un dios a su lado. ¿Y qué dios los ayudaría? Así que yo tengo un plan mejor. No irán a ninguna parte. ¡Son mis prisioneros VIP!

—Mi hermana nos ayudará, ella es-...

—Ella no es una diosa, Percy Jackson —la sonrisa de Forcis se amplió, causándole un escalofrío—. ¿No te has dado cuenta aún? Ella está agonizando lentamente. Tal vez el plan de Gea no funcionó, ni el utilizarla para revivir ni ponerla contra el Olimpo, pero el último de sus planes sí está en marcha: su muerte.

Percy atacó. Frank lanzó su mochila a la cabeza del dios del mar. Sin embargo, Forcis simplemente desapareció.

La voz del dios reverberó por el sistema de megafonía del acuario y resonó por el túnel.

—¡Sí, luchar está bien! Verán, madre nunca me confió grandes misiones, pero me permitió quedarme con todo lo que atrapara. Ustedes dos y la chica serán unas piezas excelentes en mi colección: los únicos semidioses hijos de Poseidón en cautividad. «Terrores semidivinos…». ¡Sí, me gusta! Tenemos un supermercado que nos patrocina. Pueden luchar entre ustedes a las once de la mañana y a la una del mediodía, y luego hacer una función de tarde a las siete.

Cassidy Jackson y los Héroes del OlimpoWhere stories live. Discover now