3. Ron Weasley

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No pasó mucho tiempo, al día siguiente de que Harry llegara a casa de Sirius, también llegó Hermione. Tan alterada  preocupada y afectada como él mismo. Buscaron consuelo en los brazos del otro pero ninguno tenía más noticias de Cassidy de lo que Harry ya sabía.

Y tras desayunar con la compañía de Sirius y Remus, se fueron al Callejón Diagon en busca del material escolar. Junto con ambos merodeadores también fue una Nymphadora Tonks que llevaba el cabello de un color castaño sin brillo.

Casi al mismo tiempo, en La Madriguera, Ron Weasley se giraba en la vieja cama de la abandonada habitación con los recuerdos carcomiéndole y atormentándole a cada segundo.

«Ella te quiere», recordó las tres únicas palabras que la chica había llegado a pronunciar antes de derrumbarse contra el arco de piedra y su cuerpo desaparecer.

Esa frase iba dirigida hacia él. Pero él y Pansy Parkinson nunca habían hablado, y en las pocas ocasiones que habían cruzado una frase entera se terminaban peleando. Él siempre se peleaba con los Slytherin.

Sin embargo sentía que había algo más detrás. Como si esas palabras fueran dirigidas con algo relacionado a su hermana pequeña.

—Oh, ¿qué he hecho? —Ron se pasó las manos por su desordenada melena pelirroja.

Nunca antes, en los últimos diez años, había entrado a la habitación de Cassidy excepto para molestarla en una que otra ocasión. Nunca había prestado atención a las paredes que su hermana tenía sin pintar: con los colores algo ennegrecidos por el rastro de la humedad y algunas rendijas en el techo que goteaban desde las viejas tuberías. Tampoco se había dado cuenta del cristal rajado de la ventana, posiblemente él y sus otros hermanos lo habían golpeado mientras jugaban Quidditch y nadie lo notó.

Y si lo notaron probablemente no dijeron nada.

Caminó por la pequeña habitación y revisó el viejo armario de su hermana: ropa mohosa y con huecos de polillas se encontraba allí. Ni siquiera tenía un juguete o un peluche de cuando era pequeña, porque Cassidy de niña no recibía más regalos que ropa heredada de sus hermanos.

Hasta que Percy fue mayor y pudo ganar algún poco de dinero y le compró uno que otro libro infantil sin saber que Cassidy no podía leer. Claro, Ron sabía que Cassidy no podía leer; Ginny, ella y él habían compartido tardes de lecturas cuando eran pequeños pero al final la azabache fue la única que no las superó y su madre dejó de intentarle enseñar, decidiendo que era un caso perdido.

No había fotografías, carteles de Quidditch, ni nada que indicara la existencia de su hermana en la actualidad. Ella los había dejado mucho tiempo atrás y sólo ahora Ron se daba cuenta de que no eran sólo los últimos veranos su ausencia.

Miró debajo de la cama donde había trozos de libros y pergaminos destruidos, posiblemente en un ataque de frustración que su hermana había tenido. Distinguió unas telarañas colgando desde la madera de la cama y sintió que su cuerpo se paralizaba del pánico, pero un fuerte ¡Clonc! ¡Clonc! Fue lo que le hizo brincar hacia atrás con pavor.

Era el Ghoust golpeando otra vez las tuberías. Ron se sorprendió, allí se escuchaba el ruido mucho más fuerte que en su propia habitación.

Quiso darse un golpe, que tonto era. Cassidy podría tener su habitación infestada de miles de arañas y no inmutarse pues ella adoraba las arañas casi tanto como adoraba jugar en la lluvia, corretear a las ranas entre los charcos de agua y lanzarse al lago que estaba cerca de la casa (ella y Ron lo habían hecho muchas veces de niños). Pero lo que odiaba y le causaba verdadero pánico, recordó Ron, era la oscuridad con ruidos extraños, el ático y el Ghoust.

Cassidy Jackson y los Héroes del OlimpoWhere stories live. Discover now