12. Cassiddy Jackson

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Esos tres chicos serían un dolor de cabeza, eso Cassidy Jackson ya lo había asumido, pero no esperaba que le pidieran hacer de niñera y guía para un hijo de Zeus, un hijo de Hefesto y, nada más ni nada menos que, una hija de Afrodita. No quería otra misión suicida para salvar el mundo, sólo deseaba encontrar a Percy con vida y descubrir alguna información de su amiga.

Jocey Carrow, pensó dándose vuelta una vez más en su litera de la cabaña tres, no había dado señales de vida en mucho tiempo; había abandonado el campamento hacía casi dos años y lo último que supo de ella fue que su madre, la diosa Atenea, le había ordenado salir en una misión secreta.

Nadie sabía nada. Ni siquiera Quirón parecía tener demasiadas respuestas, pero Cassidy había visto en sueños unos meses atrás una pintura (probablemente profética ya que había sido obra de Rachel Elizabeth Dare) donde Jocey se veía asustada, muy herida, y rodeada por una horda gigantesca de monstruos.

Eso, de cualquier modo, era más información de la que tenían sobre Percy, pero Cassidy quería encontrarlos a ambos.

Suspiró con frustración al ver que otra vez no podría dormir, y fue casi un alivio que unos suaves golpes en la puerta de la cabaña interrumpieran sus pensamientos. Se levantó y arrastró los pies hasta allí. Tomó el pomo de la puerta y la abrió de un tirón sólo para encontrarse a Annabeth con el cabello rubio revuelto, la nariz goteando y los ojos llenos de lágrimas.

—Lo siento si te desperté —murmuró Annabeth con la voz rota, se sorbió la nariz y bajó un poco la cabeza—, pero... —su voz se rompió.

—Yo tampoco puedo dormir estando aquí sola —Cassidy admitió. Tomó la mano de su mejor amiga y la llevó al interior de su cabaña.

Normalmente si alguien entraba a otra cabaña que no era la suya corría el riesgo de ser pulverizado, pero ambas chicas habían comprobado con anterioridad que sus padres las dejaban, o simplemente las ignoraban, entrar a la cabaña contraria. Atenea no había mandado a ninguna lechuza a arrancar los ojos de Cassidy luego de todas las tardes que compartieron juntas en la biblioteca de la cabaña seis; y Poseidón no había ahogado a Annabeth tras todas las noches en que ella se quedaba con Cassidy y Percy viendo el mar desde la ventana de la cabaña tres hasta dormirse.

Aunque Atenea y Poseidón en absoluto se llevaban bien.

Se acostaron juntas, una al lado de la otra, en la litera de Cassidy.

—Sé que quizá... Dioses, Cassidy, lo siento —sollozó Annabeth en la oscuridad—. Es tu hermano, yo debería...

Cassidy negó con la cabeza aunque ambas se habían quedado viendo las sombras de los hipocampos de bronce que pendían del techo (un detalle hecho por el menor de los hijos de Poseidón: el cíclope Tyson), y sabía que a otra no podía verla. Miró de reojo a su amiga.

—Eres como mi hermana, Annie, la hermana que siempre deseé tener —por un efímero instante, una sonrisa casi se asomó en su tono de voz—. Y que tú lo extrañes no es menos válido a que lo extrañe yo... estamos los cuatro juntos desde hace cinco años, ¿recuerdas? —mencionó. Pensando también en su mejor amigo sátiro, Grover Underwood, que a aquellas horas se debería encontrar mirando las estrellas entre las copas de los árboles, en algún bosque muy lejano de ellas.

Annabeth se empezó a reír—. Dioses, es cierto. En ése entonces no te soportaba —admitió—. Eras muy rara.

Cassidy bufó—. Y tú una sabionda insoportable, cara de búho.

—Hija de Poseidón tenías que ser — negó Annabeth con diversión—. Eres igualita a Percy, ¡hasta creo que ambos compiten por quien tiene más algas en lugar de sesos!

Cassidy Jackson y los Héroes del OlimpoWhere stories live. Discover now