55. Percy Jackson

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Percy había visto a Frank rodeado de ogros caníbales, enfrentándose a un gigante imposible de matar e incluso liberando a Tánatos, el dios de la muerte. Pero nunca había visto a Frank tan aterrado como en ese momento, al descubrir que los dos se habían quedado a solas en los establos.

—¿Qué…? —Percy se frotó los ojos—. Oh, nos hemos venido aquí a dormir.

Frank tragó saliva. Iba vestido con unas zapatillas de correr, unas bermudas oscuras y una camiseta de manga corta de los Juegos Olímpicos de Invierno de Vancouver con su insignia de centurión romano prendida al cuello (un detalle que a Percy se le antojó o triste o esperanzado, ahora que eran unos renegados). Frank apartó la vista, como si la imagen de ellos juntos pudiera hacerle arder.

—Todo el mundo creía que los habían secuestrado —dijo—. Hemos estado registrando el barco. Entonces Hazel vino aquí y ella… Dioses, ¿han estado aquí toda la noche?

—¡Frank! —Annabeth tenía las orejas rojas como tomates—. Solo bajamos a hablar. Nos quedamos dormidos sin querer. Nada más.

—Nos besamos un par de veces —dijo Percy—. Y luego nosotros...

Annabeth le lanzó una mirada asesina—. ¡No estás ayudando!

Percy soltó una risa traviesa y Annabeth se sonrojó aún más.

—Más vale que… —Frank señaló las puertas del establo—. Tenemos que reunirnos para desayunar. ¿Están dispuestos a explicar lo que han hecho… quiero decir, lo que no han hecho? No quiero que Hazel forme un escándalo...

Entonces, una figura apareció detrás de él y le dio una palmada en el hombro. A un lado de Frank, Cassidy se veía pequeña, tal vez porque ella era mucho más baja que él o porque Frank era mucho más alto al promedio. Aún así, la sonrisa de Cassidy le resultó mucho más aterradora a Percy de lo que podría resultarle cualquier monstruo que intentase hacerlo su cena.

—Oh, claro que han hecho eso que dicen que no han hecho —ella negó—. Se les nota a kilómetros, desde la entrada al Inframundo en Central Park. Y no, Annabeth, aunque te tapes la cara sigo viendo la sonrisa tonta en tu rostro y el brillo de tus ojos.

Percy miró a su avergonzada novia.

—Pero... —Frank se puso pálido y luego echó a correr.

Cassidy se cruzó de brazos, recargándose en el marco de la puerta—. Yo le explicaré a Hazel, ustedes... intenten ponerse presentables.

Y salió de allí.

Cuando por fin todos estuvieron reunidos en el comedor, no fue tan terrible como Frank había temido. Jason y Piper se sintieron sobre todo aliviados. Leo no podía parar de sonreír y murmurar:

—Memorable. Memorable.

Grover se cubría las orejas y le suplicaba a Cassidy que se callara porque sino lo tendrían que arrojar al río Lete.

Solo Hazel parecía extremadamente escandalizada, tal vez porque venía de la década de 1940. La chica no paraba de abanicarse la cara y evitaba mirar a Percy a los ojos.

—Hablo en serio, Cassidy, no quiero detalles —seguía suplicando Grover.

—Oh, vamos, tú un día lo harás fon Enebro —bufó ella—. Eres aburrido.

—¿Cómo puedes hablarlo con tanta naturalidad? —la voz de Hazel salió en un hilillo agudo—, ¿¡Y más aún, con un chico!? Esas cosas no se hablan, Cassidy —siguió chillando y abanicándose el rostro, mientras la hija de Poseidón la veía divertida.

Jason se aclaró la garganta.

—Bueno, a comer todo el mundo. Empecemos.

La reunión fue como un consejo de guerra con dónuts. Sin embargo, en el Campamento Mestizo solían mantener las discusiones más serias en la sala de juegos alrededor de una mesa de ping pong, provistos de galletas saladas y salsa de queso, de modo que Percy se sintió como en casa.

Cassidy Jackson y los Héroes del OlimpoWhere stories live. Discover now