43. Reyna Ramirez

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Su mañana había sido bastante espléndida y tranquila, o al menos lo que se podía considerar tranquilo para una joven Pretora romana como ella. Ahora Reyna se encontraba sentada en el principia, con sus dos perros sentados a cada lado de su escritorio.

Desvió la mirada al asiento a su lado, que llevaba vacío desde hacía meses. Dirigir a tantos reclutas ella sola comenzaba a tornarse una tarea agotadora, lidiar con Octavian era aún peor. Sujetó el puente de su nariz entre dos dedos al recordar la insistencia del chico rubio sobre que debería buscar un reemplazo pronto, pero ella negaba aún... Jason debía estar por algún sitio, en algún lugar, no podía haber muerto... No después de todo lo que había hecho.

La puerta del principia se abrió de forma abrupta haciendo que Reyna abandone su pose lamentable yse siente con la postura rígida y una mirada dura hacia el recluta que había tenido la audacia e ineptitud de abrir la puerta sin llamar.

—¿Qué ocurre? —le espetó con rudeza, notando como el chico temblaba ligeramente. No lo culpaba, había llegado hacía poco al Campamento Jupiter.

—Son Frank y Hazel —respondió el chico a su Pretora—. Estaban de guardia y llegaron corriendo junto a un chico... perseguido por las gorgonas.

—¿Un nuevo recluta, tal vez? —se sorprendió ella. Por lo regular, estaba informada de los nuevos que pudiesen llegar luego del entrenamiento de Lupa, pero la diosa lobo en esta ocasión no le había dicho nada al respecto.

El chico se encogió de hombros—. Trajo a alguien...

Y eso bastó. Reyna se levantó de su asiento sin dejarle acabar la frase, tomó su capa morada y se la colocó sobre la armadura mientras caminaba afuera del principia. Apretó el puño, tan tensa o más que antes, dándose prisa para ver qué ocurría.

En lo alto de las atalayas sonaron unos cuernos. Los centinelas gritaron órdenes y giraron las ballestas hacia el exterior de los muros que rodeaban el campamento.

Al llegar donde el grupo de rangos inferiores al suyo, Reyna no necesitó que le explicaran la situación, ver lo que ocurría le era suficiente. Un chico de revoltoso cabello azabache, bastante largo en su romana opinión, se hallaba sumergido en el pequeño Tiber con una mujer en su espalda, que parecía sólo una anciana cualquiera pero que ella podía distinguir que no era simplemente así.

Nada era tan fácil.

Lo vio llegar a la orilla y dejar a la mujer, con Hazel Levesque a su lado. Un gesto de Reyna bastó para que los cambistas abrieran las puertas del muro que separaba al campamento del exterior. Docenas de chicos con armadura salieron en tropel y ella caminó más lentamente por detrás de ellos.

Pero faltaba alguien en la ecuación, notó la chica de piel morena y dirigió sus ojos castaños hacia arriba. Frank, el más nuevo de sus reclutas, estaba a mitad del río cuando las gorgonas lo atraparon, lanzándose en picado desde el cielo lo agarraron por cada brazo. El chico gritó de dolor cuando las garras se clavaron en su piel.

Los centinelas chillaron, Reyna analizó la situación: ellos no podían disparar, midiendo la trayectoria de los centinelas podía saber fácilmente que si lo hacían únicamente dañarían a Frank. Así que hizo un gesto al resto de los campistas y ellos desenvainaron sus espadas y se prepararon para meterse en el río. Temió que aún así llegarían demasiado tarde y no se encontraban en la posición de perder a más de los chicos.

Resopló con frustración pero antes de lograr dirigir a su pequeño ejército, notó que el chico azabache extendió las manos y el Tíber obedeció su voluntad. El río se agitó. A cada lado de Frank se formó un remolino. Unas gigantescas manos de agua brotaron de la corriente, imitando los movimientos del chico. Las manos agarraron a las gorgonas, quienes soltaron a Frank, sorprendidas. A continuación, las manos levantaron a los estridentes monstruos ejerciendo una presión férrea y líquida.

Cassidy Jackson y los Héroes del OlimpoWhere stories live. Discover now