Rey

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Un imp sucio y cubierto de vendas manchadas con grasa de motor arrojó el maletín sobre la mesada y prendió el foco de luz amarillento que estaba sobre ellos. Aquella maleta estaba asegurada con candados gigantes y, además, era rodeada por unas gruesas cadenas de hierro.

El imp de grandes músculos y con pinta de narcotraficante dejó la mercancía frente a Blitz y sus dos empleados, quienes sentían un aura desagradable y violenta en ese galpón húmedo y repleto de armamentos. Por detrás, varios hombres estaban cargando armas de todo tipo en maletas y, al parecer, estaban llevándose toda la artillería fuera de ese lugar para empacarla en sus camionetas y huir.

Blitz veía la especie de persecución con ojos cuidadosos y desconfiados. Posó sus manos sobre el largo maletín y, cuando trató de levantarlo, sintió lo pesado que era. El imp que le vendió el rifle encendió un cigarro con un rostro amenazante y estuvo por simplemente darse la vuelta e irse sin pronunciar palabra. Olvidó el pequeño detalle de darle las llaves de los candados y cadenas.

—Hey, hey, quieto ahí —le llamó la atención Blitz con una mirada ofendida— ¿Al menos me vas a dejar revisar el juguete luego de todo el dineral que gasté?

El sujeto suspiró y largó todo el humo del tabaco barato que estaba fumando. Revisó sus bolsillos y arrojó unas llaves sobre el maletín. Luego, los apresuró con un solo gesto de manos. Ya le habían pagado, no tenía nada más que hacer en ese lugar. Movían su negocio todo el tiempo para no ser localizados por las autoridades.

—Vamos a desmontar el lugar en cinco minutos antes de que la policía llegue —les indicó con voz ronca y jodida—, sean rápidos.

Blitz acató la orden a la velocidad de la luz. Quitó un par de candados con las llaves y, apenas abrió unos centímetros la maleta, el brillo celestial del grabado en el rifle casi lo hizo quedarse ciego. Era más que suficiente. Volvió a cerrar los candados, cargó la maleta entre sus brazos y apresuró a Moxxie y Millie para que salieran de ese oscuro lugar.

Trataron de ser lo más discretos posibles, era de noche y era de madrugada. Subieron a su camioneta, escondieron el cargamento por detrás y salieron de aquella tranquera situada en el anillo de la Ira. Millie conocía los lugares donde los traficantes de armas celestiales hacían sus movidas. La mayoría se situaban en su anillo, lugar donde el crimen era menos organizado que en Codicia, pero dónde el armamento era más selecto y costoso por su efecto.

—Es muy pesada, carajo —Blitz tomó el volante y arrancó el vehículo, tuvieron que avanzar con las luces bajas para que nadie los siguiera—. Llevar de un lado a otro esta mierda blindada será un problema.

—Blitz —lo llamó preocupado Millie ante lo que estaban haciendo—, ¿Has hablado con Stolas sobre esto?

—Por supuesto que no —respondió su jefe ciertamente nada orgulloso de tener que ocultarle cosas, pero sabiendo que en esa situación era necesario—. No puedo hablar de esto con él.

Sus dos empleados estaban sentados atrás. Moxxie se sentía incómodo y angustiado al respecto, observó a su esposa y ambos se miraron bastante abrumados por el plan que su jefe tenía en mente. Los dos sentían que no era simplemente peligroso, sino una condena plena y una muy mala jugada.

—Estamos muy preocupados sobre la decisión que tome al final, señor —le dijo Moxxie con una voz nerviosa y aferrándose al asiento con ansiedad. Millie se sentía exactamente igual que él.

—¿Alguna vez han pensado en la tremenda causa penal que vamos a comernos cuando los bastardos de la realeza sepan que usamos el libro de Stolas para ir al mundo de los vivos y matar humanos? —les cuestionó su jefe al seguir por la carretera y finalmente apagar las luces, siendo guiado únicamente por la luz de la luna en la autopista.

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