OLIVIA

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Estábamos en algún lugar en la costa septentrional de África. Después de unas arduas negociaciones por parte de Jason -me habría encantado participar, pero estaba demasiado ocupada arreglando un barco de casi setenta metros y de llorar por un chico tirillas- tuvimos luz verde para tener la ayuda de los vientos del sur para navegar. Nuestro destino fue Malta.

Desde el ojo de buey mi habitación, la primera vez que volvía allí desde que Leo desapareció, pude ver como ya nos acercábamos a la isla.
De la rocosa línea de la costa se elevaban malecones como fortalezas de quince o veinte metros de altura. Por encima se extendía una ciudad de aspecto medieval con agujas y bóvedas de iglesias y edificios apretujados, todos construidos con la misma piedra dorada. Cien metros más adelante, amarrada al extremo del muelle más largo, había una balsa improvisada con un sencillo mástil y una vela de lona cuadrada.
Aquella balsa me llamó bastante la atención, era como si fuese capaz de reconocer al creador, pero mi mente era un completo caos ahora mismo. Llevaba no se cuantas noches en vela, durmiendo unas pocas horas, tal vez era mi mente jugándome una mala pasada.

No tenía ganas de salir, quería dormir. Me sentía muy cómoda en mi cama. Pero unos golpecitos en mi puerta hicieron que abriera los ojos y me girase a ver a Piper entrando en mi camarote.
Piper había estado increíble, nos salvó a todos de Quínoe y, después de eso, había sido quien se había quedado a mi lado. La de veces que me había puesto a llorar sobre su hombro: por Leo, por Annabeth, por mis preocupaciones, por mis inseguridades y por mis miedos. Ella me había consolado, con paciencia, durante largas horas. Me aseguraba que Leo estaba vivo, ya que ni Nico ni Hazel habían podido percibir su muerte, y que volvería con nosotros. Lo mismo con mi hermana. Piper había sido dulce conmigo, y tras compartir todas mis preocupaciones con ella, podía asegurar que nuestra relación de amistad se había fortalecido.

Piper me dedicó una dulce sonrisa.
—Leo está aquí.

No dijo nada más, pero eso significó todo para mi. Rápidamente, me levanté y me dirigí a una de las paredes de mi camarote y me miré al pequeño espejo, causando en mi amiga una suave risa. Estaba hecha un desastre, mi pelo hecho enredado y con unas ojeras que echaban para atrás. No había maquillaje en el barco, no es como si al despegar del Campamento Mestizo hubiéramos pensado en el maquillaje. ¡Venga, vamonos, no te olvides del neceser de maquillaje! ¡Tenemos que estar di-vi-nas para derrotar a Gaia!

—En media hora atracaremos en el puerto, puedes darte una ducha. —Piper me guiñó el ojo y desapareció de mi camarote.

Le hice caso. No sabía que necesitaba una ducha hasta que estuve bajo el chorro de agua. Una buena ducha de agua fría para combatir el calor de Julio, un cambio de ropa limpia y pelearme con los enredos de mi cabello era todo lo que necesitaba. Afortunadamente, encontré un poco de protector labial entre mis necesidades, por lo menos era algo.
Al subir a la cubierta, ya todos se habían encargado de atracar el barco. Bajamos en la isla, y emprendimos la búsqueda de nuestro chico tirillas.

Encontramos a Leo en lo alto de las fortificaciones de la ciudad. Estaba sentado en la terraza de un café con vistas al mar, bebiendo una taza de café y vestido con unos vaqueros, una camiseta blanca y una vieja chaqueta militar. Cuando lo vi, un remolino agridulce me golpeó en el estómago, por una parte me alegraba muchísimo volverlo a ver. Por otro, me fastidió un poco que, mientras yo estaba siempre al borde de colapsos mentales, él estuviera tan bien.

Piper lo abrazó y estuvo a punto de tirarlo de la silla.
—¡Leo! Dioses, ¿dónde has estado?

—¡Valdez! —el entrenador Hedge sonrió. A continuación pareció recordar que tenía una reputación que mantener y frunció el entrecejo—. ¡Como vuelvas a desaparecer, gamberrete, te daré una buena tunda!

χαρμολύπη [Charmolipi]Where stories live. Discover now