OLIVIA

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Agradecía que no hubiera comido más que una simple tostada aquella mañana. Estaba tan nerviosa y ansiosa por lo que podía pasar hoy con los romanos, que apenas tenía apetito. Ahora, sabiendo que por lo menos las probabilidades de haber terminado con una espada enterrada en el abdomen por solo aparecer habían descendido, mi estómago rugía.

Habíamos ido al foro, donde los divanes y mesas bajas decoraban la estancia, algo que me resultaba un poco chocante debido a que el Campamento Júpiter no se parecía en lo absoluto al Campamento Mestizo.
Los romanos permanecían recostados en grupos de diez o veinte, hablando y riéndose mientras unos espíritus del viento -aurae- se arremolinaban en lo alto, llevando un interminable surtido de pizzas, sándwiches, patatas fritas, bebidas frías y galletas recién horneadas. Entre la multitud deambulaban unos fantasmas morados -lares- vestidos con togas y armaduras de legionario. En las inmediaciones del banquete, unos faunos (me seguía costando no llamarlos sátiros) trotaban de mesa en mesa, mendigando comida y dinero suelto. En los campos cercanos, el elefante de combate retozaba con la Señorita O'Leary, y unos niños jugaban al pilla pilla alrededor de las estatuas de Término que bordeaban el perímetro urbano.

La escena y la paz que reinaban me recordaba a mi estadía con tía Maddie, cuando íbamos al parque a pasear a sus pericos. Y me causaba tanto impacto ver a tantos mestizos adultos, viejos, con hijos, que me parecía un sueño. Nosotros apenas llegábamos a los veinte, y con suerte.

A medida que comía un puñado de uvas con queso, escuchaba las conversaciones de todo el mundo, pero sin meterme en ninguna. Quería iniciar una relación diplomática con ellos, no solamente por simple curiosidad, que la tenía; pero si quería que la misión tuviera éxito, necesitábamos  a esos romanos, lo que significaba que tenían que llegar a conocerlos y establecer buenas relaciones. Lo había intentado, pero todos me miraban de reojo, murmurando y sin atreverse a acercarse a mi.

Reyna y varios de sus oficiales (incluido Octavio, el chico rubio, que acababa de volver de quemar un oso de peluche para los dioses) estaban sentados con Annabeth y su tripulación. Percy los acompañaba junto con sus dos nuevos amigos, Frank y Hazel.

Apenas me había terminado el racimo de uvas, cuando la chica de rizos, piel negra y ojos casi del mismo color que el oro, se excusó un momento de sus acompañantes y se acercó a mi sentándose a mi derecha. La miré sorprendida, era la única que había tenido el valor de hablarme en toda la comida.

—Hola. —saludó, con una sonrisa tímida, extendió su mano, con intenciones de ser amable. —Soy Hazel Levesque.

—Olivia Taylor. —me presenté yo también devolviéndole el apretón. —¿Puedo ayudarte en algo?

Había encorvado sus hombros hacia adelante, adoptando una postura inquieta y nerviosa.
—Puede que parezca algo extraño, pero ese chico —señaló a Leo, quien estaba comentando cosas con los hijos de Vulcano y construyendo cosas. — ¿Quien es exactamente?

Miré a Hazel de arriba abajo, escaneándola.
Vi que la piel de sus brazos se ponían de gallina ante mi mirada, pero mi intención no era asustarla. Quise explicarle quien era, pero rápidamente Hazel alzó las manos al frente, sacudiéndolas; casi parecía espantar moscas.

—N-No es lo que piensas. —no se a lo que se refería. —Es solamente que ese chico se me hace muy familiar. Por casualidad, ¿se llama Sammy? —volvió a preguntar.

—¿Sammy? —repetí, extrañada. Negué con la cabeza. —No, no se llama Sammy, se llama Leo. Leo Valdez.

—Valdez...

Quise preguntarle que había con ese apellido, cuando Reyna interrumpió la cena para brindar por la amistad que estábamos formando griegos y romanos. Pero ahora era el momento de hablar sobre cosas más importantes: las desapariciones de Percy Jackson y Jason Grace.
Habíamos intercambiado historias. Jason explicó que había llegado al Campamento Mestizo sin memoria y que había participado en una misión con Piper y Leo para rescatar a la diosa Hera (o Juno, como prefieras; era igual de cargante en la versión griega que en la romana) de la Casa del Lobo, en el norte de California, donde estaba encarcelada.

χαρμολύπη [Charmolipi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora