OLIVIA

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Dejad que os diga una cosa, Percy tenía razón en decir que ser mestizo era una puta mierda.

Todo empezó a mis nueve años de edad, cuando mi padre fue mandado a prisión. El caso de corrupción de John Taylor fue conocido en todo el estado de Carolina del sur, el político que usó el dinero del partido en su propio beneficio. O mejor dicho, para el beneficio de mi niñera; que ya dejó de cuidar de mi para pasarse el día revolcándose en la cama y comprar todos los lujos posibles. El día en el que les condenaron en los juzgados, fue el día en el que conocí a mi madre. La mismísima diosa Atenea.

Me acuerdo perfectamente. La amante de mi padre se había dado a la fuga, por lo que no pudo recibir ningún cargo penal. En cambio mi padre fue sentenciado a diez años de prisión.
Me encontraba a la espera, afuera de la sala, sentada en uno de los bancos de madera. Veía a personas trajeadas ir y venir. Me acuerdo que me había quedado con tía Maddie mientras se dictaba sentencia, pero se había ido a comprarme una galleta para pasar un poco mejor el mal trago. Entonces alguien se acercó a mi y se sentó a mi lado, al alzar la cabeza vi que se trataba de una mujer alta y de porte atlético, rebosaba poder por cada uno de sus poros. De cabellos morenos recogidos en un moño, y unos feroces ojos grises. Recuerdo que el primer pensamiento que tuve con respecto a ella, era en lo mucho que nos parecíamos físicamente.

Ni siquiera me miró a los ojos, simplemente se sentó a mi lado, observó unos papeles, y habló.
—Tu padre es un idiota, nada al hombre brillante que conocí. —yo no podía parar de mirarla, preguntándome que quería decir con aquella oración. Tomó unos segundos en silencio antes de volver a hablar. —Niña maldita, la soberbia de tu padre y mi orgullo, eres un castigo fatal y mortal.

—¿Qué haces tu aquí? —tía Maddie llegó en ese momento, con unas galletas y un café para ella y un zumo de naranja para mi. Miraba directamente a la mujer sentada a mi lado.

—Nada, en realidad. —comentó la mujer, levantándose. —Supongo que ya sabrás que hacer, Maddison.

Viéndolo en perspectiva, no entiendo porque empecé a idealizarla. Supongo que ella tenía razón, y es que era soberbia y orgullosa, y seguramente el saber que era una semidiosa, me pasó por delante. Tal como la soberbia le pasó a mi padre, pensando que podría hacer lo que le diera la gana sin represalias. Seguramente la idea de que había seducido a Atenea fue lo que le hizo ir cuesta a bajo. Si, seduje a la mismísima diosa de la sabiduría, eso significa que soy más inteligente que el resto. Esa fue su perdición.
Fue más tarde, cuando ya condenaron a mi padre y se lo llevaron a prisión, cuando tía Maddie y yo volvíamos a su casa en Charlestón, que me confesó quien era la mujer.

Fue ahí cuando mi vida empezó a cambiar. Pasé de vivir en un ático de lujo, con un padre ausente que se tiraba a mi niñera a vivir en Charleston con su tía loca hippie, viendo fantasmas y monstruos cada dos por tres.
Tía Maddison...ella no estaba bien. Era una mujer excéntrica, para nada parecida a mi padre o a mi. Tan libre, hippie, espiritual y alocada. Era artista, en casa tenía un despacho dónde hacía sus figuras de cerámica que después las vendía por internet. Y tenía ocho periquitos con ella. Siendo sincera, me costó bastante acostumbrarme a que cada mañana Phillip, uno de los pericos, me picotease las orejas para despertarme. Ahora, a veces, hasta le echaba de menos.
Pero entonces, cuando creí que no era posible, mi vida volvió a cambiar en tan solo unos pocos meses de mudarme con mi tía. Un día vino un señor bajito, de ojos pequeños y brillantes, una pequeña barba  y gruñón a visitarnos en nuestra pequeña casita. Pensé que sería un vecino molesto por las excentricidades de mi tía. Pero tía Maddie le recibió de muy buena gana, arrastrando mis maletas.

—Hedge, ¿cómo está mi sátiro favorito? —preguntó mi tía, sonriente cómo siempre.

El hombre llamado Hedge me miró de arriba abajo.
—¿Es ella? —mi tía asintió. —Bien, vamos yogurina, tenemos un largo viaje.

En el transcurso de que Hedge, quien descubrí que era un sátiro protector, me ayudaba a cargar mis maletas; me enteré que mi tía había recibido una visita de Atenea y que tras una charla le indicó que debía llevarme al Campamento Mestizo. Ese campamento era un lugar en Long Island, dónde otros hijos de dioses vivían a salvo. Y pronto, me vi en un viaje rumbo a aquel lugar.

El Campamento era bellísimo.
Aunque bueno, si estáis leyendo esto, es porque seguramente ya sepáis la historia por parte de Percy Jackson, hijo de Poseidón.

La verdad, no os voy a narrar la historia desde mi punto de vista, no tiene importancia. La hija de Atenea importante era mi hermana mayor: Annabeth Chase. Incluso en esta historia, es ella la que va a tener el papel de protagonista. La hija de Atenea que había sido elegida para seguir la marca de nuestra madre.
Entonces, ¿por qué soy yo la que está narrando esta historia? Es porque todos tenemos una historia que contar, y yo os voy a contar la mía, siendo la secundaria.

Todo empezó cuando ganamos la guerra contra Cronos, tras perder a muchos mestizos pero salvando a muchos otros. Cuando pensábamos que al fin ibamos a poder tener paz, sin saber que en realidad no sería tan sencillo. La nueva Oráculo fue proclamada, Rachel Elizabeth Dare, y con ella salió una nueva profecía: La de los siete. Y aunque deseábamos que esta fuese la profecía de futuras generaciones de mestizos, supimos que no sería así cuando Percy Jackson desapareció misteriosamente, y en su lugar apareció el nuevo trío.

Y entre las personas del trío se encontraba mi perdición. También llamado Leonidas Valdez.

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Hasta aquí el prólogo, ¿que os ha parecido? A continuación os publicaré el primer capítulo para así llamarlo.

En fin, espero os haya gustado y ya nos iremos leyendo. ¡Bye!

χαρμολύπη [Charmolipi]Where stories live. Discover now