LEO

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Montar a Arión fue lo mejor que me había pasado en todo el día, lo que no era decir mucho considerando que el día había sido bastante asqueroso.

En más de una ocasión estuve a punto de caerme del cabello. Cuando eso ocurría me abrazaba más a Olivia. También era capaz de oler su cabello: olía a coco, vainilla y una pizca de aceite de oliva.

Delante de nosotros estaba la isla: una raya de arena tan blanca que podría haber sido sal pura. Detrás de ella se alzaba una extensión de dunas cubiertas de hierba y cantos rodados erosionados.

Antes de partir, Percy nos había llevado aparte para contarme la historia de Hazel. Según Percy, Hazel era hija de Plutón. Había muerto en la década de 1940 y había vuelto a la vida hacía solo unos meses, aunque parecía afable y llena de vida, no como los fantasmas o los otros mortales resucitados con los que me había tropezado.

Arión llegó a la playa con gran estruendo. Pateó el suelo con los cascos y relinchó triunfalmente, como el entrenador Hedge lanzando un grito de guerra. Nos bajamos, y Arión piafó en la arena.

—Necesita comer —explicó Hazel—. Le gusta el oro, pero...

—¿Oro? —preguntó Olivia, sorprendida.

—Se conformará con hierba. Adelante, Arión. Gracias por el viaje. Te llamaré. —y sin más, el caballo desapareció; no quedó ni rastro de él salvo una estela humeante a través del lago.

—Qué caballo más rápido —dije—, y qué caro de mantener.

—En realidad, no —dijo Hazel—. El oro no tiene secretos para mí.

Olivia arqueó las cejas, pero fui yo quien habló.
—¿Cómo que te resulta fácil? Por favor, dime que no eres pariente del rey Midas. No me gusta ese tío.

Hazel frunció los labios, como si se arrepintiera de haber sacado el tema.
—Da igual.

Eso despertó todavía más mi curiosidad, pero preferí no insistir. Me arrodillé y recogí con las manos un puñado de arena blanca.
—Bueno... en cualquier caso, ya hemos resuelto un problema. Esto es cal.

Hazel frunció el entrecejo.
—¿Toda la playa?

—Sí. ¿Lo ves? Los granos son totalmente redondos. En realidad, no es arena.

—Carbonato de calcio. —interrumpió Olivia.

Por inercia sonreí, adoraba que fuese tan inteligente.
Saqué una bolsa de plástico con cierre hermético de mi cinturón portaherramientas y metí la mano en la cal. De repente me quedé paralizado. Me acordé de todas las ocasiones en las que la diosa de la tierra Gaia se había aparecido: su rostro dormido hecho de tierra, arena o polvo. Respiré de forma trémula, Gaia no estaba allí, y empecé a llenar la bolsa.

Hazel se arrodilló a mi lado y le ayudó.
—Deberíamos haber traído un cubo y unas palas.

La idea me animó. Incluso sonreí.
—Podríamos haber hecho un castillo de arena.

Olivia se había alejado un poco de nosotros y empezó a patear un poco la cal, parecía admirar nuestro entorno, aunque seguía teniendo toda su atención en nuestra conversación.

Los ojos de Hazel coincidieron con los míos, y ella apartó la vista.
—Te pareces mucho... —empezó a hablar.

—¿A Sammy?—aventuré a decir.

Ella casi se cayó hacia atrás.
—¿Lo sabes?

—No tengo ni idea de quién es Sammy, pero Frank me ha preguntado si me llamaba así.

—¿Y... te llamas Sammy?

—¡No, caray !

—No tienes un hermano gemelo o... —Hazel se detuvo, percatándose de que era imposible que las épocas cuadrasen.—. ¿Tu familia es de Nueva Orleans?

χαρμολύπη [Charmolipi]Where stories live. Discover now