LEO

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Recobré la conciencia cuando estaba cayendo en picado a través de las nubes. Recordaba vagamente que Quíone me había provocado justo antes de salir disparado por los aires. En realidad no la había visto, pero nunca olvidaría la voz de la bruja de la nieve. No tenía ni idea de cómo había ganado altitud, pero en algún momento debía de haberme desmayado a causa del frío y de la falta de oxígeno. En ese momento estaba cayendo e iba a sufrir el peor accidente de mi vida.
Las nubes se apartaban a mi alrededor. Veía el mar reluciente muy por debajo. Ni rastro del Argo II. Ni rastro de ninguna costa conocida o de alguna isla diminuta en el horizonte.

No podía volar. Disponía de un par de minutos como mucho antes de caer al agua y hacer « chof» . No me gustaba ese final.
Todavía sostenía la esfera de Arquímedes, así que, maniobrando un poco, conseguí sacar cinta adhesiva del cinturón y sujetar la esfera al pecho. Empecé a trabajar toqueteando frenéticamente la esfera y sacando los objetos que consideraba útiles de mi cinturón: tela protectora, tensores metálicos, cuerda y arandelas.
Trabajar al mismo tiempo que caía era casi imposible. El viento le rugía en los oídos. No paraba de arrebatarme las herramientas, tornillos y telas de las manos, pero finalmente construí un aparatejo improvisado pero que me iba a salvar la vida. La esfera se calentó contra mi pecho. Las aspas empezaron a girar más deprisa.

—¡SÍ! —grité.

Salí disparado hacia una isla situada a lo lejos, pero seguía cayendo demasiado rápido. La playa estaba a solo unos cientos de metros de distancia cuando la esfera se puso al rojo vivo y el helicóptero explotó lanzando llamas por todas partes. De no haber sido inmune al fuego, me habría chamuscado. El estallido me lanzó de lado mientras la mole de mi artefacto en llamas se estrellaba contra la costa a toda velocidad y emitía un enorme ¡BUM!

Sorprendentemente, estaba vivo. Me encontraba sentado en un cráter en la arena del tamaño de una bañera. A escasos metros de distancia, una columna de denso humo negro ascendía hacia el cielo desde un cráter mucho más grande. La playa circundante estaba salpicada de restos más pequeños en llamas.
—Mi esfera. —toqué mi pecho, no estaba allí pero la conseguí ver a unos metros, parecía estar intacta.

Y hablando de estar intactos, no parecía que me hubiera roto ningún hueso.
Atravesé la playa tambaleándose, preguntándome por qué no había turistas ni hoteles ni barcos a la vista. La isla parecía perfecta para un complejo turístico, con agua azul y suave arena blanca. Tal vez no había sido explorada. ¿Todavía quedaban islas sin explorar en el mundo? Tal vez Quíone me había expulsado del Mediterráneo y ahora me encontrase en Bora Bora.

Solo me di cuenta al levantarme, que había caído sobre un sembrado de muebles de madera rotos, platos de porcelana hechos añicos, copas de peltre medio fundidas y servilletas de lino quemadas. Me sentí un poco aliviado, ya que por lo menos eso significaba que la isla estaba habitada.
Tomé la esfera de Arquímedes. La superficie de bronce estaba abrasando, pero no me importaba. Seguía entera, y eso quería decir que todavía podía usarla.

Si pudiera averiguar dónde estaba exactamente y cómo volver con mis amigos...

Estaba haciendo una lista mental de las herramientas que podía necesitar cuando una voz de chica le interrumpió:
—¿Qué haces? ¡Te has cargado mi mesa!

Enfrente de mi, se encontraba una chica vestida con un vestido blanco de estilo griego sin mangas con un cinturón trenzado de oro. Tenía el pelo largo y liso de un tono castaño dorado: casi el mismo color canela tostado que el que tenía Hazel, pero el parecido con Hazel acababa ahí. La cara de la chica era de un pálido tono lechoso, con oscuros ojos rasgados y labios carnosos. Aparentaba unos quince años, y tenía una expresión de enfado que me hizo acordarme de las chicas populares de las escuelas a las que había asistido: las que se burlaban de mi, cotilleaban a todas horas, se creían superiores y, básicamente, hacían todo lo que podían por amargarme la vida.
Le cogí antipatía en el acto.

χαρμολύπη [Charmolipi]Where stories live. Discover now