LEO

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—¿Cómo murió? —pregunté, causando que Olivia me mirase unos pocos segundos. —Me refiero a Beckendorf. —especifiqué.

Olivia andaba muy rápido, cómo si quisiera alejarse de mi lo máximo posible. Seguía con su actitud seria de todo el día, apenas me había mirado más de un minuto seguido. Como ahora, que apenas me miró unos pocos segundos antes de volver a desviar la mirada y responderme:
—Una explosión.

Oh...¿porque siempre hay explosiones y fuego de por medio?

—Fue casi al inicio de la guerra, en una misión para adelantarnos al ejército de Cronos. Beckendorf y Percy volaron en pedazos un crucero lleno de monstruos. Beckendorf no consiguió salir.

Otra vez Percy entrando en la conversación. ¿Tan genial era ese tal Percy?

—Entonces, ¿Beckendorf era muy popular?—pregunté de nuevo.—Quiero decir, ¿antes de la explosión?

Ya que me quedaba su cama, por lo menos saber si me iba a visitar un fantasma benévolo.

Olivia casi esbozó una sonrisa, la primera desde que entró en acción. Casi pensé que me la había imaginado.
—Era increíble—confesó.

—Oh, entonces...—murmuré inquieto de golpe. —¿Erais pareja?

Hizo una mueca, como si acabasen de darle un puñetazo.
—¡Por todos los dioses, no! —exclamó. —Beckendorf tenía novia, Silena, una hija de Afrodita. Otra víctima de la guerra. Pero Beckendorf y yo habíamos realizado algunos trabajos juntos, era confiable y siempre construía aquello que le pedía. Su muerte afectó a todo el campamento. Jake, se convirtió en consejero jefe en medio de la guerra. Un mal momento para convertirte en consejero.... Jake lo hizo lo mejor que pudo, pero nunca quiso ser líder. Solamente le gusta construir cosas. Entonces, después de la guerra, las cosas empezaron a ir mal. Los carros de la Cabaña Nueve explotaban. Sus autómatas se volvían locos. Sus inventos empezaron a funcionar mal, era como una maldición y, eventualmente, la gente empezó llamarlo así, la Maldición de la Cabaña Nueve. Entonces Jake tuvo ese accidente...

—Que tiene algo que ver con el problema que habeis mencionado—supuse.

—Perspicaz. —comentó Olivia, pero sin decirme exactamente cual era el problema. —Ya llegamos.

Apenas me había percatado de que habíamos llegado a nuestro destino.

La forja parecía una locomotora a vapor que se había estrellado contra el Panteón griego y se hubieran fusionado. Unas columnas de mármol blanco se alineaban en las paredes manchadas de hollín. Unas chimeneas bombeaban humo sobre un frontón con elaborados tallados con un montón de dioses y monstruos. El edificio se asentaba al borde de un arroyo, con varias ruedas hidráulicas girando una serie de engranajes de bronce.
Escuché máquinas de pulido en el interior, fuego bramando y martillos sonando en los yunques, y me pareció una maravilla. Pasamos a través de las puertas y una docena de chicos y chicas que debían estar trabajando en varios proyectos pararon en seco. El ruido cesó bajo el rugir de la forja y el click-click-click-click de los engranajes y palancas.

—Chicos—dijo Olivia—Estes es vuestro nuevo hermano, Leo...eh, ¿cuál es tu apellido?

—Valdez —respondí, echando un vistazo a los otros campistas.

¿De verdad estaba relacionado con ellos? Mis primos venían de grandes familias, pero yo siempre había estado solo con mi madre, hasta que murió. Pero no tenía relación con ellos; en cambio estas personas nada más supieron que yo era su hermano, se acercaron y empezaron a estrechar mi mano, presentándose. Sus nombres se mezclaron en mi cabeza, eran demasiados: Shane, Christopher, Nyssa, Harley (sí, como la moto).
Ninguno se parecía entre si, todo tipo diferente de caras, tono de piel, color de pelo, altura. Nunca pensarías, ¡Eh, mira, es el Grupo de Hefesto! Pero todos tenían manos poderosas, duras, con callos y teñidas de grasa de motor. Incluso el pequeño Harley, que no debería tener más de ocho años, parecía poder aguantar seis rounds con Chuck Norris sin romper a sudar. Y todos los niños compartían una especie de triste seriedad. Tenían los hombros caídos como si la vida les hubiera golpeado muy duro. A algunos parecían que también les hubieran golpeado físicamente. Observándoles, pude contar dos brazos en cabestrillo, un par de muletas, un parche en el ojo, seis bendajes y unas siete mil tiritas.

χαρμολύπη [Charmolipi]Where stories live. Discover now