ANNABETH

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Me había paseado por la cubierta del el Argo II cinco veces, comprobando una y otra vez las ballestas escorpión para asegurarme de que tenían el seguro puesto. Confirmé que la bandera blanca que indicaba que veníamos en son de paz ondease visiblemente en el mástil. Repasé el plan con el resto de la tripulación... y el plan de emergencia, y el plan de emergencia del plan de emergencia.
Y lo más importante, fui capaz de convencer al entrenador Hedge a que se tomara la mañana libre y se quedara en su camarote viendo reposiciones de campeonatos de artes marciales. Lo que menos necesitabábamos ahora mismo, volando en un trirreme griego mágico con rumbo a un campamento romano posiblemente hostil, era un sátiro de mediana edad vestido con ropa de deporte blandiendo una porra y gritando: « ¡Muerte!» .

Todo parecía en orden. Incluso el misterioso frío que llevaba notando desde que el barco había zarpado había desaparecido, al menos de momento. Agradecía tener a Olivia conmigo, alguien que pudiera comprender mi nivel de obsesión compulsiva para distraerme mientras hacía el inventario. Talvez se trataba algo se las hijas de Atenea.
Y es que, mientras descendíamos entre las nubes, no podía evitar darle vueltas al asunto. ¿Y si era mala idea? ¿Y si a los romanos les entraba pánico y les atacaban al verlos? Desde luego el Argo II no parecía amistoso; de hecho, tal vez no fuera el medio de transporte más adecuado para saludar a los vecinos.

Había tratado de avisar a los romanos. Le había pedido a Leo que enviara uno de sus inventos especiales -un pergamino holográfico- para advertir a sus amigos del campamento. Volvía a agradecer tener a Olivia conmigo, había conseguido que Leo no pareciese un loco maniático, y el mensaje, según ella, había sido lo más amistoso y cordial posible. De haber sido a elección de Leo, habría pintado un mensaje gigantesco en el fondo del casco "¿QUÉ TAL?" con una cara sonriente. No estaba segura de que los romanos tuvieran sentido del humor.

Las nubes se separaron y dejaron a la vista el manto dorado y verde de las colinas de Oakland debajo nuestra. Nerviosa, cogí uno de los escudos de bronce alineados a lo largo del pasamanos de estribor. Mis compañeros de tripulación ocuparon sus puestos. En el alcázar de popa, Leo corría de un lado al otro como loco, comprobando los indicadores y luchando con las palancas. A su lado, Olivia, parecía luchar con las ganas de querer dejar el timón y asomarse a la barandilla a ver si veía el campamento romano.

Piper se paseaba de acá para allá entre el palo mayor y las ballestas, ensay ando sus frases.
—Bajad las armas —murmuraba—. Solo queremos hablar.

Su embrujahabla tenía tal poder de persuasión que las palabras me envolvieron, y por un segundo estuve a punto de soltar mi daga y entablar una larga y agradable conversación.

Me había pasado muchos años junto a los campistas de Afrodita, pero Piper siempre me sorpendía con su afán de minimizar su belleza. Se encontraba vestida con unos tejanos andrajosos, unas zapatillas gastadas y una camiseta de tirantes blanca con estampado de Hello Kitty. Llevaba su rebelde cabello castaño recogido en una trenza con una pluma de águila que le caía por el lado derecho.

Luego estaba Jason. Se encontraba en la proa, sobre la plataforma elevada de la ballesta, donde los romanos podían verlo fácilmente. Agarraba la empuñadura de su espada dorada con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos. Por lo demás, parecía tranquilo para estar exponiéndose como objetivo. Por encima de los tejanos y de la camiseta de manga corta naranja del Campamento Mestizo, se había puesto una toga y una capa morada: los símbolos de su antiguo cargo de pretor. Con su pelo rubio revuelto por el viento y sus gélidos ojos azules, tenía un atractivo rudo y un aire de autoridad, como le correspondía a un hijo de Júpiter. Había crecido en el Campamento Júpiter, de modo que con suerte su rostro familiar disuadiría a los romanos de derribar el barco.

Intentaba ocultarlo, pero no terminaba de fiarme del todo de él. Se comportaba de una forma demasiado perfecta, siempre respetuoso con las normas y honrado. Incluso su aspecto era demasiado perfecto. Una molesta idea me rondaba la cabeza: « ¿Y si es una trampa y nos traiciona? ¿Y si llegamos al Campamento Júpiter y él dice: "¡Hola, romanos! ¡Mirad qué prisioneros y qué barco más chulo os traigo!"» . Dudaba que eso ocurriera, pero aun así, no podía mirarlo sin notar un amargo sabor de boca. Él había formado parte del « programa de intercambio» forzoso de Hera para dar a conocer los dos campamentos.

χαρμολύπη [Charmolipi]Where stories live. Discover now