Capítulo 23: La nota

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—Podríamos esperar un día más — se giró sin más y continuó con sus quehaceres.

—¡Vale! No tenemos un plan. Jhonas se ha ido, cualquiera podría estar ahí fuera intentando buscar la manera de entrar y matarnos al resto. Sí, magnífico... —Walls está exagerando. Se nota que está preocupado, pero no pasa nada por esperar un par de días más.

¡Vendrá a por mí! Siempre lo hace.

De pronto, estoy subida a un tren a punto de descarrilar. En cada vagón está mi vida y debo elegir rápido sin saber cuál será el vagón que continúe en el raíl. El primer vagón es precioso, antiguo y me recuerda a la habitación de mis padres, en concreto me viene a la mente mi madre. Tiene techos muy altos, ventanas de madera y huele a mi niñez. Continúo por un sendero de piedras resbaladizas y hierbajos, llego al segundo vagón. Es frío y muy amplio. Tiene demasiado metal corroído y cristales rotos debajo de una cama pequeña. Sin duda, no quiero permanecer en este lugar, aunque sea lo suficientemente horrible e inasible para lograr mantenerme con vida. Salgo deprisa y entro en el último vagón. Aquí se escucha mucho ruido, como si varias personas hablasen a la vez. Por extraño que pueda parecer, me siento tranquila. De momento voy a seguir investigando este sitio. Las paredes están lacadas en color blanco, una pequeña chimenea brinda la luz justa para apaciguar esas voces que intentan hablar por encima de la mía. No hay una cama, como en los otros dos vagones, pero sí un sofá que parece cómodo. También hay una mesita de madera en el centro y llama mi atención una mochila. Dentro tiene todo lo necesario para escapar, pero ¿cómo logrará salir el resto? No hay material suficiente para todos, a no ser que lo utilice solo para mí.

¿Permanezco en el primer vagón, donde todo me recuerda a mamá y a mi niñez o cojo la mochila e intento saltar para no descarrilar?

Me quedé dormida justo después de almorzar, y me desperté acelerada por el sueño tan raro que acababa de tener.

—¿Vaiolet, te encuentras bien? —Walls se arrodilla a los pies del sofá, inquieto.

—He tenido una pesadilla, tranquilo —acaricio mi vientre por instinto.

—Vamos a dar un paseo —Daf me ofrece su mano para ayudarme a levantar y Walls nos mira negando con la cabeza.

—No es buena idea. Casi ha anochecido —sus pupilas aumentan y se sitúa delante de mi cuerpo, protegiéndome. — Serán unos minutos. ¿No ves que necesita estirar las piernas? — me guiña un ojo y le sonrío como respuesta.

El otoño estaba menguando y ya empezaba hacer frío. Dana me colocó el abrigo y salimos.

—¿A dónde vamos? — cogió mi mano de nuevo y sonrió de un modo confiado.

—A saltar de un vagón —un escalofrío recorrió mi columna y me paré en seco.

—¿Qué? —es lo único que pude decir.

—Tranquila, no se van a enterar. Además, estamos a unos minutos en dirección suroeste.

Nunca habíamos bajado por esa zona, pero lo que realmente me angustiaba era la elección de palabras. ¿Sería casualidad que me hablara de lo mismo que soñé hacía un rato?

Llegamos a unas vías de tren abandonadas, roñosas y con óxido. Caminamos agarradas de la mano y empezaba a inquietarme que se hiciera de noche, pero otra vez era más fuerte el pensamiento anterior ¿Es casualidad?

Pronto encontramos el primer vagón de tren. Había descarrilado y tenía huecos oxidados por todos lados, aún así la fauna le había creado una pequeña manta de flores silvestres que invitaban a la reflexión. Unos metros más al sur, se encontraba el segundo vagón y este aún se mantenía en pie. Debe de ser un tren antiguo, de más de 50 años.

YUANFEN, MI SALVACIÓNWhere stories live. Discover now