Capítulo 9: La Canción

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VAIOLET

Cuando empieza a importarte alguien, no ves solo a la persona, también lo que le rodea. Entre esos individuos los más destacables se encuentra el género femenino. Tengo mil y una voces en mi cabeza, la que más resuena es ¿por qué no quiere más conmigo?, ¿lo hará con otra? El resto de gritos que taladran mi mente diciéndome no te encariñes, se cansará de esto y volverá a ignorarte. Ante todas ellas, ¿Qué puedo hacer? Nada.

Me columpio hacia delante y atrás, observando el sol. Pequeños flashes se amontonan obligándome a fruncir el entrecejo. Cambio la dirección de la vista al escuchar un sonido que proviene de la puerta principal, es Bruce.

—¡Comienza la hora feliz! —sonríe de esa forma genuina que envidio, al preguntarme si alguna vez seré capaz de hacerlo igual.

Mis labios pueden simular una sonrisa, es bastante parecida a la de una persona normal, incluso puedo confirmar que otros podrían creer que hay felicidad en ella, gran error.

—¿Vas a la charla de la doctora Sandisk? —. Por primera vez debo cumplir mis obligaciones como convicta si quiero que mi tía me tome en serio.

Aunque a decir verdad, me apetece lo mismo que una manada de pájaros vomite encima de mi cuerpo.

—Si, lo que no entiendo es por qué es justo antes de almorzar, ¿es que a nadie se le cierra el estómago? —se queja, sentándose a mi lado.

—A ti, no —reímos de forma escandalosa.

—¿Te apuntas? —pregunta refiriéndose a la charla.

—No por voluntad propia —bajo del columpio y este suelta un quejido chirriante.

—Te gustará. Ella logra que entendamos palabras muy complicadas y al final quieres hasta pensar en ellas.

—Eso me suena a lavado de cerebro. ¿Cuál es la última palabra que te ha hecho reflexionar? —pregunto sin interesarme demasiado.

—La muerte —un escalofrío cruza mi columna vertebral, creando un nudo en la boca del estómago.

Al menos no quiero llorar, hoy no.

—Las personas que desprenden esa alegría exagerada no me convencen
—explico refiriéndome a la doctora Sandisk  —. Me hace replantear si realmente son de esa forma, o si por el contrario, quieren convencerte para que consigas algo que ni ellos conocen.

—Vaiolet, puedo con el sarcasmo, pero no con el boicot al mundo. ¿Eres consciente que todos aquí dentro quieren encajar, verdad?

—Déjalo Bruce —camino por el sendero que termina en el patio trasero del centro.

—Oye —corre detrás mía —¿Qué ponía en la carta que me diste el otro día?

—Es privado, pero gracias por cumplir tu parte del trato —tengo la sensación de echar de menos algo.

Sé lo que mis conductos auditivos buscan, el sonido de la grava esparcida por el pavimento al deslizarse el skate de Nhas.

—No hay de qué —camina a mi lado hasta que llegamos a una casita de madera situada lejos del resto.

—¿Conoces la casa del guarda? —ambos nos detenemos admirando lo tenebroso del lugar.

Los matorrales se han adherido a la fachada y las ventanas no dejan entrar la luz del sol. Una puerta, con un pomo descomunalmente grande respecto al resto, llama mi atención. Sería un buen lugar para "nuestro escondite", ahí podríamos hacer muchas más cosas que...

—¡Vaiolet! —Bruce alza la voz, sacándome de mis cavilaciones turbias.

—¿Qué?

—Cuando te metes ahí dentro desconectas del todo —señala mi cabeza.

YUANFEN, MI SALVACIÓN Where stories live. Discover now