Capítulo 27

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Soñaba con Yevgeny. Despertaba y mis amigos rondaban por mi mente como si estuvieran vivos. Busqué por mi casa algún objeto o detalle que me recordaran a ellos. Conseguí la pluma que Yvonne me había regalado por mis dieciocho años y un par de cuadernos vacíos que Honoré me ofreció al conocernos hacía quince años. Decidí usarlos y guardar mis antiguas libretas en el cajón de mi prótesis. Me hacía feliz tener a mis amigos conmigo y me di cuenta de lo solo que había estado durante años. Si no me había suicidado era porque mi abuela me acompañaba cada día. Aquello me hizo reconsiderar la propuesta de Frieda, y aunque no sabía todas sus condiciones, me animaba saber que alguien además de mi familia quería conversar conmigo.

El diez de abril le conté a mi abuela los detalles de mi reunión con Frieda. Lo primero que me dijo fue que tenía un nombre hermoso. Asentí, recordando una similitud con la palabra alemana Frieden, la cual significaba "Paz". Tras esto, me aclaró que a pesar de los pocos minutos que habíamos pasado juntos, sus intenciones parecían claras. Quería ayudarme y me hizo ver que no podía rechazar su ayuda. Le pregunté por qué estaba obligado a seguir su apoyo.

—Puedes mejorar, René —dijo mi abuela entre sollozos—. Deja que los demás se acerquen a ti.

La abracé para calmar su tristeza y pensé en su consejo. Frieda era de las pocas personas que, cuando me miraba, me aceptaba. Sólo los bebés y los soldados me observaban así, ya sea con curiosidad o con simpatía. Quería deshacerme de mi pasado en la guerra, pero parecía imposible olvidarlo cuando mi rostro estaba moldeado por las raíces de la misma. ¿Y si Frieda lo conseguía? Conversar con ella podía ser una distracción de mis pesadillas y mi abulia. Sonaba como un buen plan o como una actividad que me ayudaría a salir adelante a corto plazo. Mi abuela parecía contenta con ello, pero tenía miedo de que mi vida cambiara hasta el punto en donde escaparía de ella. Me dije que, si nuestros encuentros eran igual de breves que el de hacía unos días, podría soportarlo.

Me fui de mi casa alrededor de las cuatro de la tarde rumbo a la de Yevgeny. Al llegar, seguía sin encontrar una forma correcta de tocar la puerta o de saludar a Frieda, así que esperé a que me abriera la puerta. Tras unos diez minutos notó mi presencia y me invitó a pasar. La mesa estaba cubierta de toda clase de figuras de animales de ganado. La familia de Yevgeny solía vender ese tipo de tallados cuando se acercaba la Navidad. No sabía por qué Frieda había comenzado tan temprano con esos arreglos. Tal vez lo hacía solo por gusto. Me senté para observarlas con más detenimiento mientras Frieda clavaba su sonrisa en mí. Tenía los retratos de mi amigo en sus manos y había preparado un texto para mi llegada, lo opuesto a mí. «Te agradezco por traerme los dibujos de Yevgeny. Amaba verme dibujar y siempre quise saber cómo dibujaba. Adoro a esa mujer. Era tu amiga, ¿no? Yevgeny hizo lo que pudo para describirla.» Señaló el rostro de una mujer que se parecía a Yvonne, y aunque era incapaz de sonreír, asentí. «Sí, era mi amiga. También la adoraba.»

La conversación giró alrededor de mis amigos. Frieda me preguntó sobre Honoré e Yvonne. Conté que eran como mis hermanos y que los había perdido en la guerra. Frieda pareció comprenderme, porque escribió que ella también había perdido a grandes amigos en el conflicto. «¿Quienes?» Me respondió con los nombres de lo que suponía que eran su abuelo y sus hermanos: Albert, Tjaden y John. Fue mi turno de escribir «Lo siento», pero me sonrió y cambió de tema. Indagamos en los pasatiempos de cada uno. Frieda me explicó lo mucho que amaba dibujar al igual que tallar madera y construir figuras de papel maché. Le dije que aquellas eran bonitas aficiones y cuando me preguntó sobre las mías, dudé de mi respuesta. Desde hacía años que no leía ni escribía. Tampoco encontraba interés en pasear como solía hacerlo para inspirarme. Negué y le dije que la guerra me lo había quitado todo. Pasamos unos minutos en silencio, hasta que Frieda se acercó a mí y me abrazó.

La guerra que nos pondrá finWhere stories live. Discover now