Capítulo 5

106 16 0
                                    

No había reflexionado en las consecuencias de enlistarme en el ejército ruso. Había, sin embargo, analizado una y otra vez mis sentimientos del principio de agosto para encontrar una conexión con el terror que acechaba mi sombra. Parecía que los días pasaban en segundos, y en vez de rogar por ir a la universidad, ahora rezaba a Dios por tener buena puntería. El paisaje nevado empeoró mis inseguridades, puesto que creía que en el horizonte se dibujaba la frontera oriental del Imperio Alemán, cuando no era más que un terreno baldío cubierto de pinos esqueléticos. Traté de sumergirme en las memorias de mi infancia con el objetivo de aplacar el terror, pero me era imposible concentrarme. Los vagones de tren apestaban a caballos, mulas, sudor y sobre todo a cordita. Lo peor era que había perdido de vista a mi familia desde el primer momento en el que me adentré en la trampa de hierro que todos llamaban "el tren de nuestro bautismo de fuego".

Durante el día veinte de agosto me había sentado al lado de dos jóvenes rusos que tuvieron el descaro de comparar el tamaño de las bayoneta de los fusiles con sus miembros viriles. Me hubiera reído de no ser por el pánico de encontrarme solo. Quise pensar en Yvonne y en el consejo que me había dado respecto a mis rumeos, pero sólo me hundía más y más en el espejismo de Cholimar. Guardaba el papel de René en mi bolsillo y lo arrugaba como mecanismo de defensa. El hedor de heces de animal me recordó que, cuando era joven, tal vez cuando tenía once o doce años, había salido de caza con René, el padre y el tío de Yvonne a cazar ciervos rojos. Su tío, que siempre fanfarroneaba sobre sus dotes de cazador de ciervos de Virginia, había demostrado estar a la altura de sus alardes, matando a cada ciervo de un disparo limpio en el corazón. René se refirió a esa anécdota como la única y primera vez que se había sentido como todo un cetrero, pero yo salí corriendo porque había descubierto que sufría de hematofobia. El solo hecho de rememorar esa pesadilla me hizo darme cuenta de que sería una presa fácil para los Altos Mandos.

El tren se detuvo en medio de la nada. Estaba rodeado de la campiña polaca, que para mi sorpresa, poseía algo de relieve. A pesar de que era mediodía mi uniforme no fue capaz de protegerme por completo contra el frío y comencé a tiritar. Me alejé de la muchedumbre para buscar a mi padre y a mis hermanos mayores, adaptándome al hecho de que me había despedido de mi madre y de Alexander horas antes. Pregunté a cada oficial y a cada soldado si habían visto a mi familia, pero a los pocos minutos me di cuenta de lo estúpida que había sido aquella actitud. Traté de recordar en cuál vagón podrían encontrarse, pero ya estaban vacíos a excepción de los que transportaban animales. Continué con mi pesquisa, pero los oficiales nos reunieron en una fila y explicaron que debíamos prepararnos para caminar cuarenta kilómetros y reunirnos con el resto del ejército en unas horas. Estaba confundido. ¿Por qué habíamos abandonado el ferrocarril? Fue entonces que recordé la anchura de los rieles y me petrifiqué.

Me ofrecieron ir a caballo y me negué. La idea de caminar tantos kilómetros solo con mis pensamientos me atemorizaba, más aún manejando a un corcel. ¿Iba a combatir sin siquiera saber disparar un Mosin-Nagant? ¿A dónde íbamos siquiera? Intercepté a un soldado de tal vez un metro y noventa, que marchaba como si poseyera una brújula interna, tan seguro de sí mismo que los demás lo habían rodeado buscando algún tipo de consuelo. Le repetí mi segunda duda y carcajeó como si hubiese sido un chiste.

—De seguro a Tannenberg para rematar a los teutones.

—¿Qué?

El gigante volvió a reír, esta vez con una sonrisa pícara. Negó y se precipitó a formular una respuesta coherente.

—Vamos a cruzar la frontera rumbo a la región de Masuria, en la famosa Prusia Oriental. Dice Samsonov que así llegaremos a Königsberg.

Mi confusión se hizo tan evidente que el hombre no tardó en dibujar una sonrisa. Me dio vergüenza volver a preguntar el significado de cada nombre, pero cambió de tema como si nos conociéramos de toda la vida.

La guerra que nos pondrá finWhere stories live. Discover now