Capítulo 65

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Mi habitación es mi único mundo posible. Mi habitación es mi único reino. Mi habitación es el patio de mi recreo. Mi habitación es el mar fértil donde me escapo a soñar, a fantasear, a masturbarme. 

Estoy tumbada en la cama, con el ánimo deprimido, arrebatada por un vértigo existencial, aplastada por una tumba en el pecho que no permite que germinen sentimientos ni vida. El viejo vampiro ha vuelto a visitarme y, esta vez, quiere quedarse. Un insomnio feroz me acosa. No tengo apetito. No tengo impulso de vida. No tengo ganas de hacer nada. Sólo puedo estar en la cama. Mi madre dice que estoy insufrible pero no es verdad, sólo estoy deprimida.

De repente, el timbrazo del teléfono rasga el ambiente submarino de nuestro piso del Paseo Marítimo. No tengo energía para hablar con nadie. No puedo con mi alma y por dolerme, me duele hasta el aliento.

Mi madre coge el teléfono. Su vozarrón de abogada arrogante, acostumbrada a hablar ante un juez, resuena y rebota en las paredes.

-Sí, dígame.

-Sí. Ahora se pone.

Mi madre grita:

-Sara, Sara, Sara.

No me apetece hablar con nadie ni relacionarme con ningún ser humano pero no tengo ni un ápice de energía para discutir con mi madre. No poseo voluntad.

-Voy, ya voy-digo, con un hilillo de voz. Y pienso: no grites tanto, joder. Tengo una angustia que me muero. Una bola negra se expande en mi cerebro. Un monstruo hambriento y maligno coloniza mi ilusión y mi esperanza, dejando tras de sí un territorio baldío.

-Sara, Sara, Sara. Es para ti-mi madre abre la puerta sin llamar y arruga al morro al verme acostada en la cama.

-Que son las doce de la mañana, hija. No puedes seguir así. Levántate.

Su voz estentórea reverbera en las paredes queaprisionan mi cerebro. Cállate, coño. Me va a estallar la cabeza. Tengo un dolor que me trepana el cráneo. ¿Y si bebo un poco de Calvados? Eso me animará. En cuanto, cuelgue el teléfono, voy a la despensa, cojo la botella y me bebo un par de chupitos, eso calmará mi ansiedad.

¿Quién quiere hablar conmigo? Tengo la autoestima por los suelos. Me siento un desecho humano, un despojo que vale menos que cero.

-¿Quién es?

-Alma.

De repente, me animo. Mi profesora favorita me llama y ese hecho me excita.

-Ah, ya voy.

Me levanto de la cama, presa de una aturdida confusión. Me dirijo a la cocina, donde está el auricular verde descolgado, encima de una silla. Abajo, en la pared, hay una caja de cambios color café con leche, con una palanquita que corta la comunicación con el teléfono del salón del fondo. Temboury, el arquitecto que vendió el piso a mis padres utilizaba ese teléfono para hablar con sus amantes. Así evitaba que lo escuchara su mujer. Hasta que lo pilló. 

-Hola-digo, fingiendo buen ánimo. Me alegro mucho al oír la voz de Amelia.

-Hola, Sara. ¿Qué tal estás?

-Bien. Gracias. ¿Y tú?

-Genial.

-Me alegro.

-¿A que no sabes por qué te llamo?

-Ni idea.

-¡Felicidades!

-Ah.

-Has ganado el premio de relatos de Coca Cola.

Mi cerebro está lento y va a pedales. Tarda en procesar una eternidad lo que me acaba de decir Alma. De repente, un recuerdo: mi padre llevándonos en su BX blanco a Antón y a mí al Palacio de Congresos de Torremolinos. Papá estácontento de que Alma haya escogido a su hija junto con su amigo Antón de su clase de tercero de BUP para presentarse al concurso final, tras haber seleccionado los relatos que han escrito. Habla por los codos. Antón y yo nos reímos hasta el paroxismo con sus anécdotas, excitados y muertos de miedo. Por fin, vemos el edificio que descuella entre bloques de apartamentos color amarillo pastel, con balcones enrejados.

Después de que papá aparque su BX, Antón y yo, temblando como hojas, nos metemos en un inmenso salón de actos donde cientos de chico y chicas hablan en tono muy alto, creando un ruido alucinante que nos aturde y nos pone nerviosos. Realmente, estamos viviendo esta experiencia. Qué subidón.

Los organizadores nos piden que escribamos un cuento sobre la juventud. Nos reparten hojas y bolígrafos con el membrete de Coca Cola impreso.

-Anda, qué guay. Ni me acordaba

-Estoy orgullosa de ti, Sara.

Me ruborizo. Un soplete expulsa llamaradas en el interior de mis mejillas. Me arden los ojos. Los nervios y la más absoluta euforia me comen por dentro.

-Gracias.

-Eres una escritora.

-No sé-balbuceo, con falsa modestia.

Quiero preguntar si hay dinero de por medio. Pero no quiero quedar como una cerda avariciosa delante de Alma, mi amor de profesora de Literatura.

Un subidón de narcótica euforia.

-¿En qué te vas a gastar el dinero del premio?

Disimulo como una perra:

-¿Qué dinero?

-El millón de pesetas.

Una dulce sensación de caída, un desmayo brusco hacia las letárgicas aguas de la oscuridad. 

MÁLAGA 82Where stories live. Discover now