Capítulo 7

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En realidad, yo fui al colegio León XIII por pura chamba. Fue un error, un requiebro del destino, una charada de la suerte, una carretera secundaria que mi vida no tendría que haber cogido. El azar es lo único real, dice Paul Auster. En mi caso, fue así.

Yo tenía que haber ido a las Teresianas al empezar el nuevo curso en Málaga porque las hijas de una colega de mi madre en la Facultad de Filología Inglesa, en San Agustín, Patricia Trainor, que llevaba a sus hijas, modelos de probidad y óptimo desarrollo adolescente, le había recomendado dicho colegio. Pero dio la casualidad, que había plaza para mí pero no para mi hermana pequeña, Marta. Sin embargo, mi madre no quería separarnos y en El León XIII, que aceptaba a todo quisqui, había plaza para ambas Rojas.

Un mes antes nos habíamos despedido de Colmenar del Arroyo, un pueblo en la sierra de Madrid, donde veraneaba con mis primas, y mi abuela tenía un chalet. Allí había vivido momentos de pura alegría lejos del colegio Afuera, donde todo era triste y opresivo, y, además, según Paco el Albondiguilla, un amigo de mi padre, tenía nombre de discoteca.

Mi padre arrancó el coche después de haber recogido nuestros enseres del chalet de Colmenar y condujo por la cuesta que desembocaba en una sierra poblada de armazones de hormigón, plantas vacías y sin paredes, esqueletos de chalets a medio construir, donde yo jugaba con mis primas, aunque mi padre decía:

-A ver si te vas a sacar un ojo-siempre tan alegría de la huerta. Aunque su frase tenía una razón de ser. Una vez cuando papá era niño y estaba interno en los Dominicos, durante el noviciado (sólo llegó hasta ahí) había presenciado cómo dos chicos, cuando jugaban a espadachines con dos palos uno le había sacado el ojo al otro, lo cual le había causado una honda y perdurable impresión a papá.

Mientras el Seat 1430 azul aka "el azulete" avanzaba por la tira de regaliz de asfalto, miré por la ventanilla y mis ojos se aguaron con una sensación de pérdida increíble. Se adueñaron de mí una melancolía y una nostalgia brutales. Mariposas mortecinas aletearon en mi estómago y luego subieron hasta la base de mi garganta para quedarse allí.

Parecía estar dentro de la película "La fuerza del cariño", cuando Debra Winger se va de casa y se separa por primera con el coche cargado hasta la cencerretas con Jeff Daniels, su reciente marido, y su madre, Shirley McClain la despide y se desagarra por dentro, aunque a mí sólo me decía adiós yo misma, y a pesar del sentimiento de irrealidad y absurdo, de ser todo una broma macabra kafkiana, era consciente de que la máquina de la realidad movía sus ruedas, era mi propia vida que da un giro tan determinante en mi destino. Irnos de Madrid donde había pasado toda mi vida me abrumó.

Vivíamos de alquiler en el piso séptimo del Paseo Marítimo, enfrente de la Residencia Militar en Málaga. A la derecha quedaba el club Mediterráneo, el faro muerto al que todo el mundo llamaba la farola, y detrás el puerto vallado, donde había algún portaviones americano y el eterno Melillero, con sus atronadores resoplidos de salida y de llegada.

El piso era grande y frío, con muebles prestados que le daba un aspecto lunar y excéntrico, viajes revistas del corazón con el accidente en el que había muerto Gracia de Mónaco que devoré, un salón muy grande que daba a la playa, y al paseo donde pasaban coches de caballo con turistas, un campanilleo dulce y armonioso. Viniendo de Madrid, lo que más me impresionaba era la luz dorada que irradiaba el cielo y la sensación alucinante de estar frente a espacios abiertos, no encajonada bajo el grisú del cielo y edificios. Todo estaba abierto, la ciudad, la playa, el mar, el horizonte. Yo me abrí, algo se expandió en mi interior y me ensanché por dentro, y entró la luz azul del Mediterráneo y fue maravilloso.

Me invadió la sensación de respirar mejor. El rectángulo de mi pecho se había abierto, y la libertad era pletórica. Albergué muchas expectativas de una vida mejor, de futura alegría, de una realización de mi ser, de ser una serpiente que muda su piel vieja y seca, y se renueva con una nueva epidermis y una nueva vida.

MÁLAGA 82Where stories live. Discover now